Un verano en Nueva York está llegando a su fin. Se nota en las caras de las personas que eufóricamente salen a la calle para disfrutar las últimas brisas calientes que luego se convertirán en cachetadas de frío. A falta de playas cercanas, la gente se acuesta en los parques para tomar el sol en trajes de baño. Los beer gardens están llenos y las calles, atestadas de individuos. Los turistas toman las últimas fotografías del río Hudson enmarcado con árboles frondosos, hierba crecida y diferentes tipos de flora. También caigo dentro de esa corriente. Aprovecho para ponerme todas las sandalias, pantalones cortos y camisillas posibles antes de que sea muy tarde. Antes de que llegue el otoño y con él, el invierno desalmado que marchita el ánimo de cualquiera.

La ciudad se sumerge en una especie de optimismo y hedonismo colectivo. Todos salen por lo menos una vez al día, para construir recuerdos que luego atesorarán durante las próximas estaciones del año. Se sientan en los bancos del parque, en la grama y en las aceras que luego quedarán inutilizadas por el volumen de la nieve o las bajas temperaturas. Mucha gente prefiere caminar veinte cuadras antes de tomar un subway y aprovecha los happy hours de margaritas y sangrías. Otros corren bicicleta. Muchos asisten a los conciertos al aire libre. El picnic se convierte en la actividad preferida. En algún momento, todos nos detenemos a contemplar la ciudad con sus más brillantes colores. Las ondas de calor, a pesar de insoportables, se enfrentan con ánimo y buena cara.

La primera vez que vine a vivir a esta ciudad recuerdo que tenía una amiga que me invitaba a salir casi todos los días durante el mes de agosto. Como yo me encontraba en la primera fase de la escuela graduada, apenas contaba con tiempo libre para salir a divertirme o despejarme de mis responsabilidades. Un día le dije, “oye es que no tengo tiempo, chica, tengo que hacer un montón de cosas; quizás más adelante nos vemos.” A lo que ella me contestó, “es que tienes que sacar el tiempo ahora, tú no sabes cómo es cuando se mete el frío y ya no puedas salir a la calle.”

La bipolaridad climática menoscaba el ritmo de vida de las personas. Como después no se puede salir, hay que hacerlo hoy y ahora mismo. A pesar de que en aquel momento no le hice caso a mi amiga, más tarde comprendí que su comportamiento estaba asociado a la cultura del verano en nueva york.

Y como dice la canción…

Un verano en Nueva York, oye, te llevan a guarachar

Un verano en Nueva York, los amigos caprichosos

Un verano en Nueva York, que nunca quieren parar

Un verano en Nueva York, un verano en Nueva York…

Así es. Todos explotan sus últimos cartuchos antes de que se les agote el tiempo.