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Maña

La estación del subway se siente como un verdadero infierno por el calor del verano. El tren se aproxima y uno solo piensa en meterse en un vagón y refrescarse con el aire acondicionado. Espero con impaciencia ese momento. Intuyo que mi madre también. El tren viene lleno. Cada vagón parece una lata de sardinas. Mi mamá, que vino ayudarme con la mudanza en Nueva York, se acerca a uno de los vagones que está vacío y me indica que aprovechemos ese. Le digo que no. Me mira desconcertada. No nos alcanza el tiempo para entrar a otro vagón, así que la lección es aprendida inmediatamente se cierran las puertas. “Mami, lo que pasa es que si un tren viene lleno y hay unos cuantos vagones vacíos, eso es una mala señal.” En efecto, nos tocó el vagón sin aire acondicionado. Se siente como si estuviéramos en el sótano del averno. Sudor, vapor y calor por veinte minutos más.

El día anterior habíamos tenido otro episodio parecido. “¡No mami! Ni pienses que te vas a sentar ahí!”. Mi madre, que ya había encorvado la espalda para sentarse en los bancos de la estación del subway, puso ojos de sorpresa. Le explico todas las barbaridades que he presenciado en esos bancos de madera; desde las conocidas “pizza-rats”, que ya no le temen a los humanos, hasta los vagabundos que se quitan la ropa y restriegan sus partes nobles. Me apena cuando veo cómo algunos padres cambian el pañal de sus bebés, inconscientes de que allí se acumula toda la suciedad que genera el tránsito miles de personas diariamente.

Entrar al subway y recuperar las artimañas de esta ciudad fue un proceso inmediato. Son los trucos que te devuelve la memoria.

Un vagón vacío durante el invierno también es mala señal. En ese caso, probablemente habrá algún individuo haciendo una actividad indebida. Por otro lado, mi obsesión por no sentarme en los bancos de madera se acentuó cuando tuve en mi casa bed bugs o chinches, hace varios años. Esos animalitos se albergan hasta en los coats. Tampoco voy al cine sin antes verificar sus reviews y asegurarme de que no haya alguna persona que se haya quejado de bedbugs. Pero no solamente viven en la ropa o en el matress, recuerdo cuando la tienda de Victoria Secret de la 34, tuvo que cerrar unos meses por una plaga de bed bugs, hace 5 años.

Durante mucho tiempo intenté comprender por qué había gente que durante la madrugada se quedaba de pie en el vagón, habiendo asientos de sobra para sentarse. Hablando con mi roommate de entonces, que también es puertorriqueña, concluimos que la gente se quedaba de pie para no dormirse debido a la sensación de arrullo que produce el calor del vagón. Lo he vivido. Pero eso es otro papelón.

Recordar estos trucos de Nueva York evita papelones. Sin embargo, conocer los artilugios de la ciudad toma mucho tiempo y a mí me resta mucho camino. El gen de la maña lo he ido cultivando desde Puerto Rico, cuando muy temprano en la vida aprendí que en la guagua había que sentarse atrás para evitar ceder el asiento desde el principio del trayecto.

A veces esta técnicas son peligrosas porque pueden despertar reacciones inesperadas. Tengo una buena amiga que, al narrar la historia de la primera vez en que nos conocimos, sorprende a los demás diciéndole que no llevábamos ni cuarenta minutos hablando cuando le quité abruptamente las manos del pasamanos de la escalera eléctrica, en una estación de subway. Insisto que fue por proteger su salud. Yo simplemente velaba porque no le diera un catarro o una diarrea.

Los trucos de sobrevivencia no siempre funcionan pues son parte de un proceso de transformación. Pero, lo cierto es que brindan una sensación de autonomía y control sobre el entorno. Seguramente gracias a sus artimañas fue que el homo-sapiens venció al neandertal.

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