Cuentos chinos
No puedo precisar cuándo fue la última vez que celebramos juntos, cuatro de los cinco hijos con papi, el día de los padres. Pienso que fue hace más de 25 años. Debido a la marcada diferencia de edades entre nosotros y los diversos rumbos profesionales que cada cual tomó, la distancia geográfica nos ha separado intermitentemente. Sin embargo, este año coincidimos en la Florida. Con motivo de asistir a la graduación de uno de mis hermanos, aproveché la visita para celebrar el día de los padres junto a tres de mis hermanos que actualmente viven entre Orlando y Tampa.
Recogemos a papi al aeropuerto. Lo llamo para corroborar que haya aterrizado bien. Al preguntarle que cómo está, me contesta que todo va bien, pero que se encuentra atrapado en la cabina del avión. Noto su convencional impaciencia, esa que lo hacía perder el temperamento en situaciones cotidianas: desde tapones hasta filas de banco o fast foods. Le digo que estamos mi hermano y yo esperándolo en el gate. Con celeridad, me comunica que el problema no es él, que más bien los culpables de su retraso son las 150 personas que no se apuran a recoger sus pertenencias de los compartimientos de la cabina. Le digo que no se preocupe, que no hay prisa y me interrumpe su voz dirigida a los pasajeros que están con él. Viene, viene, vamos moviéndonos que aquí parece que apesta a quemao’—lo escucho decir. Engancho el teléfono y me vierto en risas. Así es papi. Así ha sido siempre.
Lo espero al pie de las escaleras del terminal. Diviso a lo lejos su figura: vestido con camisa de botones y sombrero de ala corta. Le hago un ademán de bienvenida y al verme, se desborda en saludos a la distancia. Una muchacha desconocida, se percata de que soy su hija y me dice, tú papá es un señor súper gracioso, Dios te lo bendiga. Entonces, imagino lo que habrá dicho después de la supuesta peste a quemao’ en la cabina…
Como si fuera un adolescente back packer, llegó con una pequeña mochila sin más que tres calzoncillos, un pantalón, dos camisas y cuatro pares de medias. No nos vemos hace más de un año, así que el abrazo de bienvenida se prolonga.
Durante los próximos tres días de convivencia, noto que papi ya no es el mismo de antes. O más bien, hemos superado su carácter. De pequeños, él solía molestarnos, hacernos historias que según él, endurecerían nuestro caparazón para enfrentar cualquier obstáculo que nos presentase la vida. Esta vez, somos nosotros quienes le hacemos historias, lo amenazamos con llevarlo de vuelta al aeropuerto si sigue perdiendo su insulina o si vuelve a quejarse de la comida. Él se ríe y nos dice que se siente como si fuera navidad. Creo que se ríe porque se siente orgulloso, porque hemos heredado su sentido del humor negro…
El día de los padres nos juntamos en casa de uno de mis tres hermanos y su madre, del primer matrimonio. Yo soy retoño del tercero pero somos una familia que siempre se ha sabido moderna. Acudimos a las graduaciones y ritos de paso de todos con nuestras respectivas madres.
Lo bueno de juntarnos todos con él es que las anécdotas son inagotables. Son más de 40 años de cuentos. Cada hermano posee un pedacito de la historia de papi. Luego de varias cervezas y tragos de whisky brotó el repertorio de memorias. Por ejemplo, la fijación de papi con los carros viejos porque decía que eran clásicos. Carros que siempre nos dejaron a pie, cuyas puertas a veces no abrían y cuyas capotas deterioradas dejaban filtrar la lluvia. Que si la vez que perdió el temperamento en un tapón porque vio a alguien tirar basura a la carretera; la ocasión en que le gritó a un conductor de la AMA porque nos dejó varados en una parada de guaguas; o todas las veces que nos buscaba a la escuela, con carros que tenían diez modelos arriba y nos esperaba invariablemente, con cigarrillo en mano y una sonrisa que disipaba nuestra vergüenza de preadolescentes. Estar con papi siempre era una aventura, un cuento inverosímil. Su creatividad para enfrentar la adversidad ha sido una de las mejores lecciones de vida.
La otra fue fomentar nuestra imaginación. A mis hermanos les hizo creer que Santa Claus les escribía cartas en los periódicos donde laboró. A mí me hizo creer que había sido capitán de submarinos y al echarle jugo de china al inodoro de mis barbies, me convenció de que ellas también orinaban. A todos nos hizo creer que había sido sargento en la Navy, que junto a Sandokan, había batallado contra osos y piratas. Que un pariente lejano nuestro, con apellido francés, había sido amigo de Voltaire y que durante el período de la Ilustración, habían discutido el proyecto de la enciclopedia…
A pesar de los divorcios, somos parte de una misma familia. Siempre nos juntaba para que aprendiéramos a querernos como hermanos que somos. Mis hermanos mayores me cuentan otras anécdotas que desconozco porque nací poco antes de que se enfermara del corazón. Él se los llevaba a cubrir noticias de asesinatos o peleas de boxeo. A mí me llevaba dos veces por semana al Conservatorio de Música. Juntos tomábamos cuatro guaguas, mientras que él tomaba ocho, contando idas y vueltas. También me llevaba a la librería, Tekes, en Plaza las Américas y después de que la cerraron, me llevaba a Borders, donde se podían leer los libros sin tener que comprarlos. A una amiga mía y a mí, nos llevaba a la Alianza Francesa los sábados en la mañana y nos prohibía hablar o textear por el celular mientras estábamos con él en el carro. Porque para él, lo más importante era conversar. El momento de compartir no podía estar intervenido por ningún dispositivo tecnológico que interrumpiera nuestro momento juntos.
Otra admirable cualidad de nuestro padre es su capacidad de reinventarse luego de haberse enfermado. Lo he visto practicar la pesca, confeccionar tabacos, dibujar figuras humanas y hasta cantar en un karaoke. Ha sido exitoso como escritor de novelas. Ahora está en su época de ser sastre y le cosió una chaqueta a uno de mis hermanos por motivo de su graduación.
Es eso lo que lo ha mantenido vivo, casi dos décadas después de haberse hecho un trasplante de corazón. La imaginación. La versatilidad. Es eso lo que lo que nos ha mantenido juntos como hermanos. Eso y que todos heredamos sus ojos oblicuos: la mirada que se nos achina al sonreír o al efrentar una cirscunstacia adversa.