Los hermanos
La última vez que lo vi, nos reímos mucho. No fue hace tanto. Apenas unos meses. Antes de eso, no lo había visto desde mi graduación del bachillerato en la UPR, hace más de seis años. Él había emigrado mucho antes que yo.
Se trata de uno de los cuatro hermanos que tengo “por parte de padre”. Recuerdo que cuando niña no me gustaba utilizar esa frase. Eso de catalogarlos como “medio hermanos” me parecía extraño. Sin embargo, a veces tenía que recurrir a ese tipo de categoría para evitar confusiones debido a la gran diferencia de edad entre nosotros.
Somos cinco. A pesar de que provenimos de tres hogares distintos, siempre he sentido que pertenecemos a un mismo hogar. Ese que se funda en el afecto incondicional, en los papelones y en las anécdotas. Tuvimos la suerte de que nuestro padre nos repitiera hasta el cansancio que éramos los “hermanitos Velázquez” y que como tales, debíamos de buscarnos los unos a los otros. Siempre. Soy la benjamina del grupo y la segunda “nena”.
Mi infancia estuvo marcada por períodos en los que nos veíamos con más o menos frecuencia, dependiendo de las circunstancias de cada cual. Pero siempre nos encontrábamos. Ellos jugaban conmigo a la lucha libre y a las muñecas. Cuando apenas contaba con tres años o cuatro años, uno de ellos me puso los audífonos de su walkman para que escuchara Cypress Hill y Vico C.
El más chico de los primeros tres, hijos de una buena mujer que durante mis primeros años pensé que era mi sexta hermana (por lo joven que me parecía) vino en estos días de visita a Nueva York. Viajó desde Orlando con su compañera y la hija de ésta. Llegaron a la puerta de mi casa muertos del frío y con un itinerario de actividades que cuidadosamente habíamos preparado en conjunto: la Estatua de la Libertad, el Empire State Building, el Central Park, Time Square, los barrios de Chinatown y Little Italy…
Asistimos a un partido de baloncesto al que también asistió el expresidente Bill Clinton. Nos atosigamos de pizza nuyorquina, hamburguesas, arroz chino y más. Todas las mañanas les repasaba las capas de vestimenta para que nos sufrieran los 37 F grados que azotaron sin previo aviso.
La dinámica entre mis hermanos es retomar la conversación última sin mucho drama. Así pasaron las horas y los días. Me sorprendía reconocer en mi hermano los gestos de nuestro padre, soltar al unísono expresiones que ciertamente aprendimos de él y evocar memorias que parecerían escenas ensayadas frente a otros.
Aunque ya no soy aquella niña que según ellos nunca se quería callar la boca “porque no te podías aguantar las palabras”; la que decía “cabeza no” cuando me iban a bañar; la que los despertaba a regañadientes para que jugaran conmigo… eso no les quita su instinto de protegerme. Esta vez, mi hermano no dejó de repetirme que cerrara las ventanas y que pusiera los tres seguros de la puerta antes de acostarme.
Los cinco hemos recorrido juntos sendas empedradas y también veredas hermosas. Anteayer, al despedirme de mi hermano, sentí nuevamente que los “hermanitos Velázquez” hemos triunfado como familia especial.