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La Iglesia ante la muerte de la Ley de cierre

Una de las medidas contenidas en la nueva ley de Reforma Laboral es la virtual abolición de la Ley de cierre en Puerto Rico. Esta es la ley que regula el horario de los comercios en Puerto Rico, particularmente de los establecimientos que emplean 25 personas o más.

Hasta tiempos recientes, la ley de cierre obligaba a los comercios a seguir un horario muy estricto, cerrando en las noches y en los domingos. Los únicos comercios exentos de la regulación eran los negocios familiares, con menos de 25 empleados.

A partir de la década de los 90, la ley fue liberalizada poco a poco. Eventualmente permitió que los Centros Comerciales abrieran los domingos, aunque aún limitaba el trabajo en la mañana. Al principio quienes trabajaban los domingos recibían mayor compensación, a razón de tiempo y medio por cada hora. Esa medida fue derogada hace algunos años, de manera que el salario hoy es el mismo trabaje usted lunes o domingo.

En el pasado, la Iglesia protestó vehementemente en contra de la liberalización de la Ley de cierre. El tema era candente y las vistas públicas sobre las enmiendas a la ley eran muy concurridas. La comunidad religiosa no solo defendía el domingo como día de adoración, sino que también lo defendía como día de descanso necesario para afirmar el valor de la familia y la justicia social hacia la clase obrera.

Sin embargo, en esta ocasión la muerte de la Ley de cierre pasó sin pena ni gloria. ¿Por qué? Primero, porque es hasta cierto punto sorpresivo que una ley sobre Reforma Laboral afecte la Ley de cierre. Por lo tanto, las Iglesias no esperaban que se tocara el tema en ese proyecto de ley. Segundo, porque otros puntos de la Reforma fueron mucho más controversiales que los cambios a la Ley de cierre. Y, tercero, porque la Reforma Laboral fue aprobada a la carrera, en sesiones que se extendieron hasta tarde en la noche.

Ahora bien, propongo que hay otra razón por la cual no hubo protestas en esta ocasión. Si la Iglesia no protestó es porque la Ley de cierre existente hasta hace unos días—para todos los efectos prácticos—carecía de impacto y efectividad. Por ejemplo, aunque la antigua ley obligaba a los comercios a abrir los domingos a las 11 am, en términos prácticos limitaba las actividades de los empleados en la mañana, incluyendo sus actividades religiosas.

Por otro lado, las Iglesias hoy reconocen que el mundo ha cambiado. Antes la mayor parte de la gente pensaba que el mundo occidental, en general, y Puerto Rico, en particular, estaban orientados por una cultura “cristiana” o “judeo-cristiana”. Hoy comprendemos que nuestras culturas son “post-cristianas”, lo que implica que nuestros respectivos países ya no son “cristianos”.

La Iglesia hoy vive una nueva realidad misionera. Nuestros países, si bien una vez fueron “cristianos”, necesitan ser evangelizados de nuevo. La iglesia debe comprender que el gobierno ya no ha de favorecerla, como lo hizo alguna vez en el pasado. Hoy la Iglesia tiene que “competir” por la atención de la gente en un mundo donde hay una enorme variedad de alternativas.

Para decirlo con mayor claridad: mientras cuarenta años atrás solo las iglesias estaban abiertas los domingos, hoy todos los comercios pueden abrir. Y no solo los comercios, pues algunas universidades están ofreciendo cursos intensivos los sábados y los domingos en Puerto Rico.

Esto implica que las Iglesias necesitan ser más pertinentes que nunca, ofreciendo programas atractivos que muevan a la gente a visitarlas regularmente. También implica que las Iglesias deben revisar sus programas, ofreciendo oportunidades de adoración fuera del horario tradicional del domingo en la mañana.

Finalmente, esto también implica que la Iglesia debe reconocer su nuevo rol minoritario en la sociedad. Ya no predicaremos desde una posición de poder, respaldados por los partidos políticos de turno. Ahora tendremos que ministrar tal como lo hicieron los profetas del antiguo Israel y tal como lo hizo Jesús de Nazaret: Desde una posición contra-cultural, anunciando las virtudes de Dios y denunciando los vicios de una sociedad seducida por la idolatría.

Visto desde esta perspectiva, la Iglesia puertorriqueña debe levantar su voz profética para cuestionar los efectos de la eliminación de la Ley de cierre tanto en la sociedad como en la familia. En lugar de enfocar en la asistencia al culto dominical, debe cuestionar el consumismo desmedido de nuestra sociedad. Y debe defender a la clase obrera, que cada vez pierde más derechos.

Si la Iglesia no amplía su perspectiva, corre el peligro que quedar irrelevante, como una institución pasada de moda que solo está preocupada por su propia supervivencia.

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Pablo A. Jiménez es ministro protestante, profesor de teología pastoral y autor de varios libros religiosos. Para más información, visite: http://www.drpablojimenez.com

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