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Una conversación con Mark Breland

Hay quien piensa que Mark Breland, de Brooklyn, quizás ha sido el mejor boxeador aficionado de todos los tiempos, especialmente si se toma en cuenta que el consiguió todos sus logros antes de cumplir los 22 años de edad: un récord de 110-1, el campeonato mundial welter en 1982 y el oro olímpico en 1984.

Luego de esa medalla, Breland, a quien se le reconocía como la máxima figura de una escuadra olímpica que contó también con Evander Holyfield, Meldrick Taylor y Pernell Whitaker, saltó al profesionalismo de manos de la entonces ponderosa empresa Main Events, de la familia Duva.

Poco después, tal vez para 1985 o 1986, cuando tenía pocas peleas como profesional, Breland vino a Puerto Rico y se habló de que haría una pelea de exhibición en una de las carteleras de la promotora local Video Deportes, liderada por Ivonne Class y el promotor Pepe Cordero. La exhibición, sin embargo, nunca se dio: la explicación que se me dio, al menos extraoficialmente, fue que Breland iba a guantear con el boricua Danny ‘Popeye’  García, un peleador que ganaba y perdía pero que contaba con una pegada descomunal, y que un día, al ver el tamaño de los puños de García, reculó y abortó la pelea, tal vez temiendo que García, quien parecía tener malos cascos, trataría de hacerse de un nombre entrándole a burronazos a un invicto campeón olímpico aunque solo fuera en un combate de exhibición.

No juro que haya sido verdad: me suena ahora a una invención de Pepe Cordero, un experto en promocionar a sus peleadores.

A la larga, aunque tuvo una carrera relativamente exitosa en la que ganó dos veces el cetro welter de la AMB, la realidad es que, cuando  Breland se retiró en 1997 con marca de 35-3-1 y 25 nocauts, muy bien podía decirse que nunca había llenado su potencial, y fue superado como estrella tanto por Holyfield como por el ya miembro del Salón de la Fama, Sweet Pea Whitaker.

Dos años después, sin embargo, Breland, quien también ha protagonizado una segunda carrera como actor de cine, actuando para Spike Lee entre otros, se convirtió en entrenador, y fue en esa capacidad que prácticamente pasó desapercibido al regresar a la Isla el mes pasado, cuando, en la cartelera estelarizada por Danny García, estuvo en las esquinas del peso completo Deontey Wilder –el mismo que noqueó en el primer asalto- y contendor mediano Daniel Jacobs.

Dos días antes de la cartelera, yo estaba presenciando con mis ojos de águila el entrenamiento público de los principales peleadores de la cartelera en el gimnasio Félix Pagán Pintor, de Guaynabo, cuando recibí una llamada del viejo amigo Juan Laporte, el excampeón boricua radicado toda su vida en Nueva York, para preguntarme si había visto a su amigo Breland, quien estaba en Puerto Rico.

Entonces me di cuenta de que Breland estaba frente a mí. Si Laporte no me lo hubiera dicho no lo hubiera reconocido: estaba tan delgado como cuando repartía sus 147 libras en sus 6’2” de estatura, pero, ya con 50 años de edad, lucía unos espejuelos que le daban más pinta de bibliotecario que de otra cosa.

Así, junto al colega José Sánchez Fournier, de El Nuevo Día, acudí a bombardearlo con preguntas acerca de una carrera tan voluminosa… pero él terminó dándonos una hermosa disertación… sobre el boxeo puertorriqueño.

Primero empezó alabando no tan solo la técnica de los boxeadores boricuas, sino su pegada.

Wilfredo Gómez y esos tipos… ¡Uff!  Pegaban durísimo, aunque eran pequeños”, comenzó.

“Eso fue lo que siempre me impresionó de los puertorriqueños: su pegada, aun siendo de los pesos más bajos”.

Pero le reservó sus mayores elogios al legendario Wilfredo Benítez, el tres veces campeón mundial que ganó su primera corona a los  17 años y se le reconoce como uno de los estilistas defensivos más habilidosos de la historia.

Breland habló del famoso ‘Radar’, del famoso ‘The Bible of Boxing’, con la profundidad de conocimiento que delata al fanático auténtico.

“Aquella derecha que le conectó a Maurice Hope”, dijo, imitando el golpe conectado por Benítez para ganar el cetro junior mediano. “¡Qué elegancia! Dio el golpe y se viró para mirar hacia el otro lado, sabiendo que el tipo no se iba a parar”.

“Y en su pelea con Hearns… una vez estaba contra las sogas, con los brazos abajo, y Hearns le tiró como 20 golpes… ¡Y no le conectó ni uno!”

“Esa es una habilidad innata… no es algo que uno pueda enseñar ni aprender”, agregó.

Le preguntamos sobre su ecompañero Whitaker, otro genio defensivo. Riendo, dijo: “No sé qué hubiera pasado si hubiesen peleado ellos dos… quizás no se hubiesen dado un golpe en toda la pelea”.

Luego pasamos a otros temas, tales como la pelea de Cotto con Maravilla Martínez.

Breland no le concedió muchas probabilidades al boricua: “Martínez es grande, y pega muy duro”, dijo.

“Ahora, yo sí sé que Cotto le hubiera ganado a Canelo: Canelo lo que tiene es que es grande y fuerte, pero nada más. Ni rápido es”.

“Cotto es un peleador mucho más inteligente que él”.

Entonces, volviendo a pensar en Benítez, Breland nos dijo que le hubiese gustado visitar en su casa al peleador que ahora vive en la pobreza y minado por las lesiones cerebrales, pero lamentablemente ya era demasiado tarde para acordar algo con su familia.

En fin, yo emergí de esa conversación pensando que, en unos momentos en los que muchos lamentan el supuesto deterioro del boxeo boricua y la falta de campeones mundiales, tuvo que venir un legendario excampeón olímpico nortamericano a recordarnos nuestra grandeza.

El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y acaba de publicar su primer libro, San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad.

(ceuyoyi@hotmail.com)

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