Tres millones de historias
Son más de tres millones de historias: las contadas y las acalladas. Más de tres millones de voces: las audibles y las silentes. Sobre tres millones de vivencias: unas del viento, otras de la lluvia, también las del río y las del mar. Más de tres millones de relatos: los que ya sabemos y los que nunca conoceremos. Tres millones de experiencias: desde los recién nacidos –que, aunque no puedan todavía contarlas, también tienen su historia propia- hasta las de los ancianos –que al cúmulo de su existir añadieron una más. Son más de tres millones de historias y cada una es importante: las de sobrevivencia, las de muerte, las de emigración, las de privación, las de pérdida, las de desesperanza, las de hambre, las de resiliencia, las de reinvención, las de renacer, las de comunidad: todas son importantes.
Ese 20 de septiembre de 2017 marcó a nuestro pueblo. Con la misma intensidad de aquel fuerte ventarrón, se desató en cada uno de nosotros una pléyade de emociones. Tristeza, ansiedad, cansancio, duelo, enojo, miedo, pánico e impaciencia fueron solo una parte de ese cúmulo emocional de todo un pueblo. En tiempos de tempestad (en este caso literal), el instinto humano es hacia proseguir y reaccionar a sus emociones. Es por eso, que el popurrí emocional no se quedó solo allí, también afloraron el apoyo, la empatía, la esperanza, la generosidad, la valentía, y la solidaridad.
“Nuestras emociones nos indican en qué concentrar la atención, cuándo prepararnos para actuar. Son captadores de atención, que operan como advertencias, invitaciones y alarmas… Se trata de mensajes potentes, que transmiten información crucial sin poner necesariamente esos datos en palabras”, describe el doctor Daniel Goleman.
Aquí, en nuestra isla, concentramos nuestra atención en renacer como país, en actuar, en volver a comenzar, muchos desde cero. En ese transitar de un año, en ese revoltijo emocional, crecimos, aprendimos, reverdecimos, cambiamos.
Dice Joshua Freedman, de Six Seconds: “que podemos entender el cambio con nuestro coeficiente intelectual (IQ), mas para entender una transición, necesitamos inteligencia emocional”.
No hay duda, aquel 20 de septiembre fue trascendental para nuestro archipiélago borincano. Nos tocó manejar y equilibrar nuestras emociones para tomar las decisiones que nos correspondieran para el bienestar personal y de los seres amados. Cultivar la inteligencia emocional, después del temporal, nos ayudó a seguir hacia adelante, aun cuando no se veía la luz (también literal) al final del túnel. Mantuvimos la esperanza y el optimismo de que alguna solución llegaría, de que trascenderíamos.
Nos corresponde, ahora, seguir reforzando nuestra inteligencia emocional, la individual y la comunitaria, ya que nos queda camino por andar. Todavía muchos sienten la intensidad emocional a flor de piel, y no es para menos, porque perdieron familiares, sus casas, sus lugares de trabajo, sus ingresos, sus mascotas, su comunidad, sus carreteras y su seguridad. A ustedes les digo: no están solos y sus historias son importantes. Si consideras que se te hace difícil manejar los daños colaterales emocionales posmarianos, busca ayuda, no tienes que soportar el viento solo. ¡Tu voz es importante!
Como dice Nick Vujicic: “no todo el tiempo puedes controlar lo que te sucede; siempre pasa algo en la vida que no es tu culpa o que no está en tus manos evitar. Pero tienes la opción de darte por vencido o de seguir luchando por una mejor vida”.
Sigue caminando, surgirán nuevas historias.
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