Despintando el secuestro emocional
Al igual que a miles de residencias de la isla, el furioso viento dejó la mía como si una gran máquina de presión le hubiese pasado por encima: descascarada y veteada. Les confieso que ya desde el periodo antimariano necesitaba una pinturita; por lo que en la era posmarina, era inminente. Fue así que iniciamos el proceso decisional que va desde escoger los colores hasta la compra de la pintura. Decidimos que yo iría a comprarla ese miércoles, ya que los pintores iniciarían el jueves. Sin embargo, se complicaron las agendas del trabajo y le pedí a mi esposo José Luis que fuera él. Le envié por mensaje de texto la carta de los colores, que a su vez tenía los nombres y códigos con las que esa casa de pintura los identificaba. Tras la extendida jornada laboral, llegué tarde en la noche a mi hogar, para encontrar que los colores que ubican en la tapa como muestrita, no se parecían en nada a los de la carta. Pero era de noche, así que decidí mirar con detenimiento por la mañana. Así fue, confronté las muestras con la carta de colores y con el mensaje de texto, por aquello de que pudo haber perdido resolución durante el envío electrónico. Definitivamente, tres de los cuatro colores no coincidían. Le reclamé a mi esposo para que solucionara la situación y que fuera a la tienda para que resolvieran. Él no quería devolver la pintura. Yo insistía que sí. Entonces, aunque iba de salida para mi trabajo, él decidió que yo debía acompañarlo. Yo pensaba que le correspondía a él. Fluimos en el argumento por algunos minutos. Y esa mañana, solo tomó unos instantes, para que ambos perdiéramos la inteligencia emocional. ¿Tanto drama para pintar una casa?
En su libro La inteligencia emocional: ¿Por qué puede importar más que el IQ?, el doctor Daniel Goleman, introduce el término secuestro de la amígdala, para referirse a esas respuestas emocionales drásticas que sobrecogen nuestra racionalidad. Sí, tal como nos pasó a mi esposo y a mí. Ambos sobrerreaccionamos desde el crisol únicamente emocional sin poner en balanza el componente racional.
La amígdala, también conocida como el centro de procesamiento emocional, es una estructura cerebral, que además de otras funciones importantes sirve de albacea de las emociones. En circunstancias normales, la información fluye hasta nuestra neocorteza en el lóbulo frontal, lugar de la acción de nuestro razonamiento lógico. Luego, es dirigida hacia la amígdala, nuestro centinela emocional. Pero en ocasiones, como las que les relaté, hay un corto circuito que lleva la situación directamente a la amígdala, lo que provoca reacciones desproporcionales al evento.
Al llegar al mostrador de las pinturas, le dije al dependiente es tono jocoso y serio a la vez: ‘En tus manos está que logre llegar hasta mi aniversario de boda’. Su sonrisa evidenciaba que no se trataba de nada nuevo. De inmediato, el lugar se tornó en un grupo de apoyo con relatos, acontecidos entre parejas, sobre el engorroso ritual que va desde ponerse de acuerdo en los colores de la pintura hasta ver plasmado el resultado final. Las decisiones del día a día, los cambios, los malos ratos, transitar en la carretera, el trabajo y hasta pintar la casa, nos pueden provocar el secuestro amigdalar.
Durante el mes de agosto del 2017 tuve la oportunidad de conocer al Dr. Daniel Goleman y su esposa Tara Bennet-Goleman durante un taller, de fin de semana, que ofrecieron en Nueva York, titulado Emotional Intelligence and the Wisdom of Awareness: A Gentle Path to Awakening. Dedicaron varias horas a hablar sobre el secuestro de la amígdala. Destacaba Goleman que cuando esto sucede, estamos dominados por nuestros temores y el coraje. Se nubla el entendimiento y, por ende, nuestro acceso a las perspectivas múltiples. Nuestra racionalidad se limita a una y solo una perspectiva que nos hace sentir más seguros. Se altera el equilibrio del procesamiento mental y rápidamente nos tornamos de razonables y racionales a primitivos y reactivos. ¿Les suena familiar? Reconocerlo es el primer paso para manejarlo y la inteligencia emocional es clave para evitar los entuertos que surgen cuando actuamos en modo de secuestro amigdalar.
La buena noticia es que la inteligencia emocional, como nuestros músculos, puede fortalecerse si la practicamos en el día a día. Tres pasos recomendados serían: primero, crear conciencia de nuestras propias emociones; segundo, reconocer cuándo debemos hacer un alto y salir de las situaciones estresantes que nos podrían cegar; y tercero, practicar la empatía, ese lindo arte de tratar de ver desde la perspectiva del otro.
Recuerda: La inteligencia emocional construye puentes, edifica relaciones, aleja el conflicto, nos hace mejores.
Así que, cuando los colores de la vida se tornen intensos, respira profundamente, cambia de ambiente, busca la forma de transformar las experiencias negativas en positivas, en fin, despinta el secuestro emocional, y sigue caminando.
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