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El peligro de las técnicas infalibles

Aunque algunos de ustedes no lo crean, hay veces que me topo en algún lugar con alguna chica bien atractiva y, aunque me encantaría hacerle algún ‘approach’, de pronto la timidez me paraliza la bemba y no se me ocurre nada que decirle.

Ya les dije que era posible que no lo creyeran.

El problema radica, al menos en parte, en que las mujeres de estos tiempos ya están tan habituadas a una diversidad tan amplia de técnicas de abordaje que empleamos los hombres, sea en un ‘pub’, en la playa o en el consultorio del dentista, que ya no funcionan con ellas las técnicas más tradicionales.

¿Se acuerdan de éstas?

“Hola, señorita, yo me llamo Antonio. Aunque no nos han presentado, la vi tan bonita y tan sola, que me he tomado el atrevimiento de acercarme a saludarla”.

En otros tiempos, la señorita aludida, sonrojada y aturdida como tomate acabado de llegar al colmado, muy bien podía bajar las pestañas y echarse fresco con su abanico, antes de responder: “Pues yo me llamo Petunia, caballero”.

Hoy en día, sin embargo, uno podría considerarse un hombre afortunado si acaso no le disparan con un táser.

Es por este motivo que me alegró sobremanera el folletín que me hiciera llegar los otros días un amable lector que dijo llamarse Profesor Jirafales, aunque me sospecho que es un seudónimo.

Sí, me explicó que tiene un doctorado en sexología animal, con una especialización en la vida erótica de las libélulas, y que por tal motivo se siente cabalmente capacitado para opinar sobre las relaciones entre los sexos del género humano.

En su folletín, el amigo Jirafales explica que, casi por accidente, halló una fórmula completamente innovadora para ‘abordar’ a una fémina desconocida por la que uno se siente atraído.

“Estaba yo en la fila del banco los otros días”, relató, “cuando esta mujer de lo más chuchin se paró detrás de mí. Como suelo hacer, muy cortés, la saludé, dándole las buenas tardes, y ella me respondió como hacen hoy en día las mujeres desconocidas que parecen creer que un saludo cordial es un atentado contra integridad personal: me ignoró por completo”.

“Fue entonces que, de pronto, se me ocurrió decirle: ‘¿Carmen? Soy yo, Gustavo. ¿Te acuerdas? Nos vimos en Cannes, el año pasado, para la época del festival de cine. Hasta estuviste en la fiestecita que di en mi yate, aquélla en que te presenté a Robert De Niro”.

“En cuatro de los cinco casos en que he hecho este experimento”, explicó el profesor, “la dama, aunque me estuviera viendo por primera vez en su vida, por lo menos termina accediendo a una invitación a tomar un café o un refresco conmigo, hipnotizada por la mención tan casual de una vida tipo ‘jet set’”.

Siempre dispuesto a valerme de una recomendación que engrose aún más la lista de mis conquistas amorosas, resolví poner en práctica este apabullante descubrimiento científico esa misma noche, cuando, debidamente perfumado y con el pelo engominado a más no poder, me personé a un ‘pub’ que no era el que suelo patrocinar con cierta regularidad, La ventaja, naturalmente, era que allí nadie o casi nadie me conocía.

No me gusta alargar el suspenso: antes de pedir mi primer trago de la noche -últimamente le estoy dando a uno que se llama Trombosis- me zambullí de cabeza hacia una bella dama que con gran elegancia estaba bebiendo cerveza del pico de una botella.

Le solté toda la artillería: “¿Suzy? ¿Tú por aquí?”.

Antes de que pudiera aclararme que no se llamaba Suzy, procuré marearla con la historia de la fiesta en el yate, Cannes y Robert De Niro.

Curiosamente, sus ojos se iluminaron de pronto: “Ah, sí”, me dijo. “Tú eres Richard, ¿no?”.

Me dije que no perdía nada con confirmarle que ese era mi nombre.

“Pues claro que me acuerdo”, agregó. “Qué borrachera cogiste. Y después te pusiste tan loco que te quitaste toda la ropa y trataste de sacar a bailar a De Niro, ¿verdad? Nunca había visto a nadie hacer el ridículo de esa manera”.
Emprendí una torpe retirada.

De paso, no descarto que ella haya leído también el manual del profesor Jirafales.

Romeomareo2@gmail.com

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