Sus méritos, no los tuyos
La semana pasada escribí sobre cuál es la verdadera fuente de poder cuando oramos. No está en la oración misma, sino en Dios. Pero debemos tener claro por qué se hace posible que oremos.
Si bien, como cristianos, tenemos la responsabilidad de obedecer ese mandato, es Cristo quien hizo posible que tuviéramos acceso a Dios, como único mediador que hay entre el Creador y el ser humano.
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna”. (Hebreos 4:15-16)
Jesús se convirtió en el sustituto del sumo sacerdote del Antiguo Testamento, bajo el cual la persona en esa posición era la única con autoridad para entrar en el tabernáculo, al lugar santísimo, para orar e interceder en favor del pueblo de Dios.
Ahora no necesitamos intermediarios para acercarnos a hablar con Dios. Podemos hacerlo nosotros mismos, por medio de la oración o el estudio de su Palabra, pero no es gracias a nuestros méritos, sino a los de Cristo como gran sumo sacerdote.
Fue Jesús mismo quien nos instó a orar en su nombre, dejando claro que es nuestro mediador ante el Padre.
“Y todo lo que pidáis en mi Nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo me pedís en mi nombre, Yo lo haré. Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre“. (Juan 14:13-16)
Orar en nombre de Jesús, no es simplemente decir unas palabras y finalizarlas pronunciando al final la frase “en el nombre de Jesús”, como aprendimos en un tiempo. Estamos cometiendo un gran error cuando lo hacemos de esa manera. Fue una gran bendición que me abrieran los ojos y me explicaran con claridad lo que quiere decir la Biblia y lo que quiso decir el mismo Jesús cuando habló a sus discípulos, y les instó a acercarse al Padre en su nombre. Incluso les dijo ‘todo lo que pidan en mi nombre, les será dado’.
Orar en el nombre de Jesús no es simplemente decirlo. Tampoco estoy diciendo ahora, que está mal pronunciar esas palabras al final de nuestra oración. Pero lo que quiero decir es que orar en el nombre de Jesús, al dirigirnos al Padre, es hablar con Dios reconociendo que todo lo que le pidamos, o el simple hecho de acercarnos a él por medio de la oración, es posible solo por los méritos de Jesús, quien fue el que pagó el precio de morir en una cruz sacrificándose por quienes habría de escoger para salvarlos.
Dicho de otro modo, orar en el nombre de Jesús es estar conscientes de que si puedo hablar directamente con Dios, sin necesidad de otros intermediarios, y si me acerco a pedirle o clamarle por algo, no es porque yo lo merezca o porque tenga algún mérito. La única razón es por los méritos de Cristo; por su obra, no la mía.
Como enseñaba el pastor de mi congregación hace un tiempo, esto es difícil de entender para la sociedad, pues estamos acostumbrados a recibir cosas en base a nuestro esfuerzo y méritos. Con Dios no funciona así. Si bien Él ha prometido ser galardonador de los que le buscan, y ha hecho promesas en su Palabra de multiplicar según sembramos, hay una gran diferencia entre decir que lo que Dios nos da es producto del trabajo, y decir que lo recibimos porque seamos merecedores.
Wayne Grudem, el autor de Teología Sistemática, que cité la semana pasada, explica lo siguiente: Acercarse en el nombre de alguien quiere decir que otra persona nos ha autorizado para acercarse en base a su autoridad, y no en la nuestra. Cuando Pedro le ordena al cojo: «En el nombre de Jesucristo de Nazaret , ¡levántate y anda!» (Hch 3: 6), está hablando en la autoridad de Jesús, y no en la suya propia.
Jesús mismo les habló a sus discípulos y los apercibió de acercarse al Padre en su nombre. En Juan 14.13-14 les dice:
” Y todo lo que pidáis en mi Nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo me pedís en mi Nombre, Yo lo haré”.
Por eso la Biblia dice que la salvavión no es por obras, para que nadie se gloríe. Y cuando Santiago enseña que las obras son importantes, no está contradiciendo a Pablo en lo que declara en Efesios 2.8-9. Santiago lo que estableció fue, que es necesario que los que son salvos, hagan obras dignas de salvación, dignas de alguien que ya fue salvado, como testimonio al mundo de lo que esa transformación logró en la persona.
Santiago hace mención de la palabra salvación y de que las obras son necesarias, pero ahí Santiago habla de salvación en el sentido de demostrar al mundo que fuimos salvos. No porque haciendo obras vamos a alcanzar la salvación, sino porque habiendo sido salvados por el sacrificio de Jesús, fuimos transformados y ahora solo nos complace hacer cosas distintas a las que hacíamos antes cuando estábamos en oscuridad. No es que ahora somos perfectos, pero ya no deseamos vivir como vivíamos antes, cuando estábamos de espaldas a Dios.
Esas obras que menciona Santiago, no son para la salvación en el sentido que algunos han pensado. Son en el sentido de hacer lo que fuimos llamados a hacer cuando Dios nos salvó a los que creemos en él: procurar la santidad.
Volviendo al tema principal, la oración, para que sea eficaz tiene varios requisitos. Grudem enumera de acuerdo a lo que vemos en la Biblia, al menos 13 requisitos o mandatos:
- La oración tiene que ser conforme a la voluntad de Dios
- Debe hacerse con fe
- Tiene que ser viviendo una vida de obediencia (recordemos que la Biblia dice que hay cosas que pueden estorbar nuestras oraciones, como nuestro pecado)
- Confesar nuestros pecados (precisamente para que no sean estorbo a nuestras oraciones y alcancemos el perdón de Dios)
- Perdonar a otros como nos mandó Jesús al enseñar la oración del Padre Nuestro
- Acercarnos en humildad a la oración (esto implica reconocer que no tenemos mérito y por eso dependemos de Dios)
- Ser perseverantes en la oración
- Orar fervientemente
- Esperar en el Señor (reconociendo que en él está la respuesta, por lo tanto, en él está el poder, en él está nuestra esperanza)
- Orar en privado (advertencia que se hace en la Palabra para evitar caer en la hipocresía de los fariseos, que oraban para ser escuchados por otros, no por fervor a Dios)
- Orar junto a los hermanos, la congregación
- Ayunar
- Reconocer que algunas oraciones no son contestadas.
Es mucho más lo que podemos decir y aprender acerca de la oración, pero en línea con el tema de esta y la semana pasada, acerca de dónde radica el poder, tengo que decir que lo peor de pensar que el poder está en los medios y no en el dador de los medios (Dios), es que terminaremos adjudicándonos el poder nosotros mismos.
Muchos de los que oran de esa manera, pensando que el poder está intrínsecamente en su oración, lo que están haciendo sin darse cuenta es atribuyéndose el control y el poder.
Recordemos lo siguiente. Así como el diablo no tiene nada en sus manos, sino que el Salmos 66 nos aclara que nuestra vida está en las manos de Dios, la respuesta a nuestra oración tampoco está en nuestras manos ni responde a cuán bien lo hagamos; el poder es todo de Dios y es él quien decide, como dijo Job (1:21):
“El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó. Alabado sea el nombre del SEÑOR”.