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Viernes Santo no es un día para sentir pena

La tradición religiosa ha hecho entender el Viernes Santo como un día triste, cuando la realidad es que se trata del cumplimiento por parte de Jesús de la obra de redención que vino a hacer por la humanidad. Hasta tuvo que reprender a Pedro, el apóstol, que no deseaba que Jesús padeciera.

La muerte de Jesús en la cruz, fue el cumplimiento de la misión para la que vino a esta tierra. Fue para lo que aun siendo Dios, infinitamente poderoso, se encarnó en un cuerpo finito.

Jesús nació, vivió, murió y resucitó para darnos vida y para librarnos de la muerte eterna causada por el pecado. Para volvernos a la comunión con Dios. Pero ya su obra en la cruz, fue efectiva. No son necesarios más sacrificios. Porque el de Él fue perfecto, no como los que hacían los sacerdotes de la antiguedad. Por eso ya no oramos a un niño, ni nos apenamos por un Cristo crucificado aunque reconocemos su nacimiento y su muerte por nosotros, y debemos agredecer todos los días de nuestra vida por eso.

Ahora nuestra fe, como el apóstol Pablo dejó establecido, está basada en que Cristo resucitó. Por lo tanto mi esperanza está puesta en ese Cristo que resucitó, que está vivo y victorioso. No un Cristo apenado y derrotado como muchos lo han retratado.

Mi mensaje no es para negar su sufrimiento ni su muerte. Mi mensaje es para invitarte a regocijarte en que no tienes que tener pena porque si crees en ese sacrificio, tendrás vida eterna. Sentir pena y ver este día como uno triste, es no creer del todo que Jesús venció a la muerte y al pecado.

Pero tampoco caigamos en el error de negar su muerte, porque negarla sería una manera de orgullo, pensando que la salvación depende de nosotros.

En lugar de pena por Cristo, deberíamos sentir pena por los que no reconocen ese sacrificio en la cruz, que nos libró, a los que creemos, de la ira justa de un Dios santo que no liga ni con el pecado ni con el pecador. En lugar de pena por Cristo, deberíamos apenarnos por los que profesan ser creyentes pero no han entendido ni aprecian la obra que hizo el Maestro al morir para aplacar el juicio de Dios que merecíamos nosotros.

Sí está bien recordar el sufrimiento de Jesús. Y ese recuerdo debe movernos a tomar una decisión de cambio. Pero ¿sentir pena por Cristo, cuando él resucitó y venció a la muerte? Tanto la cruxifixión como su resurrección fueron presenciados por muchos. Hubo testigos. Así que la historia está basada en hechos y en observadores que dieron testimonio, y esto fue escrito. Nadie puede desmerecer ese hecho. Tan cierto fue el hecho de su resurrección, que las autoridades sobornaron a oficiales que velaban la tumba para ocultar la verdad.

Es lo que vemos hoy día de incrédulos. No solo el hecho de que no creean. Es que no quieren que la verdad sea proclamada. Porque si el mensaje del evangelio fuera tan fantasioso o fatulo como algunos dicen, ¿por qué se esfuerzan tanto en hacerlo callar?

Es que la verdad les grita de frente. Romanos 1:18-22 lo deja bien claro. “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios”.

En Mateo 27:62-66 vemos lo siguiente respecto a los intentos que históricamente ha hecho el hombre para acallar la verdad. No sé por qué todavía hay quienes insisten en creerse más sabios que Dios, cuando la historia se ha encargado de demostrar que Cristo, ni la Palabra de Dios podrán ser silenciados. “Al día siguiente, que es después de la preparación, se reunieron los principales sacerdotes y los fariseos ante Pilato, diciendo: Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos de noche, y lo hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos. Y será el postrer error peor que el primero. Y Pilato les dijo: Ahí tenéis una guardia; id, aseguradlo como sabéis. Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia.

En otras palabras, no había lugar para hacer trampa, según temían los fariseos. Pero cuando en efecto Jesús resucitó, la actitud de los fariseos no fue creer. No fue de asombro ante una verdad que iba en contra de sus tradiciones o creencias. Fue la actitud del soberbio que aun con la verdad de frente, innegrable, opta por ocultarla.

Es lo que vemos en Mateo 28:11-15 – “Mientras ellas iban, he aquí unos de la guardia fueron a la ciudad, y dieron aviso a los principales sacerdotes de todas las cosas que habían acontecido. Y reunidos con los ancianos, y habido consejo, dieron mucho dinero a los soldados, diciendo: Decid vosotros: Sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos. Y si esto lo oyere el gobernador, nosotros le persuadiremos, y os pondremos a salvo. Y ellos, tomando el dinero, hicieron como se les había instruido. Este dicho se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy”.

Por otro lado, la tradición religiosa piensa que las personas, sintiéndose apenadas por la muerte de Jesús, expían su culpa por su pecado. Cuando la realidad es que nada de lo que hagamos, ni ritos ni tradiciones, es lo que nos trae salvación. Solo la obra de Jesús trajo salvación al que cree. Solo es por la fe en esa obra que recibimos el perdón y la salvación.

Fue Jesús el que nos justificó (declaró inocentes) aun estando nosotros muertos espiritualmente en nuestros pecados. Insistir en ritos, en hacer ciertos obras de bien pensando que con ellas ganamos el cielo, es escupir a Jesús como hicieron los fariseos antes de crucificarlo. Es decir que todo lo que padeció en la cruz, no es suficiente y que dependemos de lo que nosotros mismos podamos hacer.

Históricamente la iglesia ha tenido un problema con reconocer cuál es el objetivo de las obras. Las obras de bien tienen que ser un testimonio de que hemos sido salvos por Cristo. Tienen que ser un modo para que los que aún no creen, puedan ver a Cristo en medio de la acción de nosotros. Si nos ven a nosotros y no a Cristo, ten por seguro que estás haciendo la obra para engrandecerte a ti mismo, o porque crees que con eso consigues tu salvación. En esa actitud desprecias el sacrificio de Jesús en la cruz, y eres tú el digno de pena un día como hoy.

Que nuestras obras no sean ritos estériles, sino que sirvan para proclamar las buenas noticias de que Cristo murió en la cruz para que nosotros no tuviéramos muerte eterna. Y que ayudemos al necesitado recordando que cada obra que hacemos, no es lo que nos hace merecedores del cielo. Solo Cristo intercediendo por nosotros en la cruz, nos hizo ese regalo inmerecido.

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