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Desechados, pero valorados

En esta época de puro consumismo, resulta a veces atemorizante ver la facilidad y ligereza con que las personas desechan las cosas y la prontitud con que sustituyen un objeto por otro.

Muchas veces el objeto no necesariamente es algo de poco valor, sino todo lo contrario. Vemos la facilidad con que la gente bota a la basura, en muchas ocasiones, cosas que compraron a la ligera por emoción y para complacer un capricho.

Lo interesante es que también vemos que mucho de lo que se desecha en ocasiones puede estar funcionando, pero la gente lo tira porque quiere el último modelo de eso mismo que arrojaron a la basura.

Me he dado cuenta de que mientras más y más tenemos, menos valoramos las cosas. Y no es que debemos caer en el otro extremo de ser posesivos con lo material y adjudicarle más valor que a las mismas relaciones con los humanos, pero creo que es loable que aquello que nos cuesta dinero y esfuerzo, le demos un sentido de valor. Junto con eso viene la gratitud.

Con la información ocurre lo mismo. Hoy día la información llega por múltiples vías, y a la gente le fascina estar informado las 24 horas a través del internet, de su celular y de múltiples equipos electrónicos como computadoras y tabletas, pero en realidad se aprecia la cantidad y no la calidad. La mucha información, lamentablemente, no es sinónimo de sabiduría.

Lamentablemente en este siglo de desecho en que vivimos, en que tan fácilmente tiramos a la basura algo que pensamos que podemos sustituir muy rápido, lo mismo está ocurriendo con las relaciones. Y de la misma manera en que una personas desechan alguna propiedad pensando que ya no le gusta y que en el mercado puede encontrar un modelo más avanzado, así muchos han llegado a pensar de las relaciones. Por eso no hay compromiso con las personas, y por eso falta la fidelidad.

Y no solo falta en las relaciones entre pareja, sino que falta fidelidad en las relaciones de amigos, de familiares y en el empleo.

Creo que en gran medida es la razón por la que se ha hecho tan difícil que en los países se haya podido implementar el reciclaje como una medida preventiva para evitar que haya más contaminación de la que ya tenemos en el ambiente. El mensaje no ha sido tan fácil de llevar a las mentes que se acostumbraron a hacerlo siempre de la misma manera durante toda su vida: tirar a la basura.

Pero mi mensaje, a pesar de toda esta introducción, no tiene nada que ver ni con la basura ni el reciclaje. Sí tiene que ver con la condición del ser humano cuando Dios viene a su rescate.

Y es que pensaba en la grandeza de la misericordia del Padre, que independientemente de la condición en que se encuentre el ser humano cuando ha vivido de espaldas a Dios, el Señor siempre anda buscando alcanzarlo para transformarlo con su amor.

El amor de Cristo por nosotros no se basa en lo importante que somos. En realidad al estar sumidos en pecado era muy poco el valor espiritual que pudiéramos tener. La Palabra dice que la paga del pecado es muerte. Por lo tanto, algo que está muerto ya no existe. No hay nada que se pueda hacer. Sin embargo, para Dios, no es así. Él no lo ve así. Lo que Cristo hizo fue entregarse para convertir ese desecho en algo servible. Tomó el lugar de los que estábamos en el desecho. Y de un desecho hace una obra maestra cada vez que se le revela a alguien, y la persona lo acepta.

La Palabra dice en Efesios 2:1 que Él nos dio vida a nosotros, cuando estábamos muertos en delitos y pecados. Por eso es que no debemos gloriarnos a nosotros mismos ahora que le servimos a Dios. No debemos darnos el crédito diciendo “yo escogí servir a Dios”, porque la realidad es, si somos sinceros, que fue Dios quien llamó nuestra atención y nos buscó.

La realidad es que, aunque insistamos en decir que nosotros decidimos buscar a Dios, fue Él quien puso en nosotros ese sentir y ese deseo de buscarle; pero no fue algo que nació de nosotros. Recordemos que una vida que está en pecado, estaba muerta. Y los muertos no hablan, ni piensan, ni deciden nada.

Tan reciente como la semana pasada observaba en la mañana un anuncio de servicio público en un canal local, sobre una campaña para concienciar sobre la importancia del reciclaje de basura. El anuncio, muy bien hecho por cierto, presenta el tema del reciclaje de una manera poco común. Más que decir a los televidentes que reciclemos, nos trata de convencer por medio del mensaje de las grandes cosas que se pueden crear a partir de los desechos. Todo lo que se necesita es dejar correr la imaginación y recobrar ese sentido de valorar las cosas. ¿Cuánto más deberíamos hacer eso mismo con las personas a nuestro alrededor?

Empezar a valorizar a aquel que quizás ni miramos, o aquel a quien miramos despectivamente olvidando que es tan ser humano como nosotros. A veces olvidamos muy fácilmente del lugar de donde salimos, y rápido nos llenamos de orgullo a tal nivel, que comenzamos a mirar por encima del hombro a nuestros semejantes. Ahí no hay amor.

Sin embargo, Dios no es así. El ser más despreciable para cualquier otra persona, para Dios no lo es. Dios lo ve con los ojos del perdón, de la compasión. La misma que desea que nosotros sintamos para poder hacer presente su amor en esta tierra. En otras palabras, desea que su amor sea testificado por medio de lo que hagamos nosotros aquí.

El anuncio de reciclaje que les mencioné es una personificación de una botella plástica que comienza a correr por una carretera y otros escenarios, luego de caer de un recipiente de la basura. Pasa por diversos lugares rodando mientras se escucha una voz femenina que personifica el objeto. “Todos tienen un sueño”, se escucha decir. “El mío era ver el océano. Y con un poco de ayuda, lo logré”.

Al final, la última escena es una hermosa vista al mar, y en primer plano aparece un banco para sentarse, hecho con material reciclable. Entonces aparece como lema la siguiente frase: Dale a tu basura otra vida.

Lo mismo ocurre con nuestras vidas. En un momento dado tal vez fuimos víctimas del rechazo, del abandono o de la traición. Pero con todo, Dios quiere recogerte y darte una nueva vida.

Mientras unos te ven con desprecio, y tal vez como basura, Dios te vez como creación suya.

“Porque aunque mi padre y mi madre me hayan abandonado, el SEÑOR me recogerá”. (Salmos 27:10)

Tal vez el rechazo ha sido tanto que has comenzado incluso a dudar de tu valor. La verdad es que alejados de Dios nada podemos hacer y nada somos. Pero en Dios, cuando nos dejamos rescatar por su amor, recobramos el valor. No por nuestros méritos, sino por los méritos de Cristo que se sacrificó por nosotros.

Al reconocer que vivimos por Él, más allá de ser creación suya, encontramos el sentido y valor de la vida. Hallamos el propósito por el cual vivir.

“Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados)”. (Efesios 2:4-5)

Las Buenas Nuevas de su reino, es que como dice el anterior verso, él nos rescata cuando estábamos muertos. En otras palabras, cuando parece que ya no hay posibilidades. Cuando ya nadie puede hacer nada por ti.

Él todo lo hace nuevo y te da una nueva vida.

 

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