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Levanta la voz

Con tantas circunstancias adversas levantándose en contra de este país, como la falta de empleo y la economía cada vez más maltrecha, tenemos que decidir a qué voces le vamos hacer más caso, o si vamos a dejar que las voces de la derrota y la condena nos callen.

El Evangelio de Mateo, en el capítulo 20, cuenta la historia de dos ciegos que en medio de la multitud que seguía a Cristo, levantaron su voz para pedir al Maestro que tuviera compasión de ellos y los ayudara.

En este último tiempo he visto a muchos padres desesperados por la crisis de la educación, buscando mejores alternativas de enseñanza para sus hijos, o corriendo de un lado a otro para cambiarlos de escuela o colegio.

Padres de familia perdiendo sus empleos y buscando desesperadamente sobrevivir, o aun los que tienen su trabajo, tratando de conseguir otro para cubrir todas las necesidades ante la realidad de que la inflación nos deja con menos en el bolsillo mes a mes.

En medio de ese caos, he visto también que individuos y familias están dándose cuenta que van hacia un precipicio, y han buscado refugio en Dios, porque se han percatado que ya trataron todo lo que sus fuerzas les permitieron sin mucho éxito.

Han decidido, como esos ciegos, levantar la voz para clamar a Dios que los ayude.

Pero en esa desesperación, hay que hacer la salvedad de que no todos los que siguen o buscan a Dios, lo hacen con un corazón dispuesto a servirle, sino que muchos lo buscan solo para que les solucione su crisis.

Seguidores no son lo mismo que discípulos. Por eso en la Biblia vemos tantos relatos en que multitudes seguían a Cristo, pero muy pocos eran verdaderos discípulos. Por eso nos damos cuenta de que como dice la misma Palabra, muchos son los llamados pero pocos los escogidos.

Todo porque algunos se acercan buscando el milagro o las bendiciones, pero no al dador de esas bendiciones. Lo irónico es que aunque algunos se darán cuenta que necesitan un cambio y que no hay otra opción que poner en las manos de Dios su vida y la de su familia, otros a su alredor, incluyendo amigos y familiares, tratarán de hacerlos callar.

“La gente comenzó a reprender a los ciegos para que se callaran, pero ellos gritaron con más fuerza todavía: ¡Señor, tú que eres el Mesías, ten compasión de nosotros y ayúdanos!”. (Mateo 20:31)

Tristemente habrá ocasiones en que incluso cristianos inmaduros que se creen perfectos, serán los que miren por encima del hombro a esa pobre alma que llega al encuentro con Jesús hecho pedazos, pero con un corazón dispuesto a seguirlo. Pueden incluso ser tropiezo, porque fácilmente olvidaron la condición en que llegaron un día ante Dios. Pero la determinación de esa persona necesitada y atribulada, de hacerse escuchar por Dios, y de insistir hasta que responda, tarde o temprano provocará la respuesta del Maestro que sabe reconocer cuando ese clamor es sincero.

Esa determinación y deseo por alcanzar a Dios, tiene que ser de la magnitud de la mujer con el flujo de sangre que relata la Biblia en Marcos 5. Esa que en medio de la multitud, a pesar de lo difícil, se abrió paso aun sin fuerzas y se acercó hasta el Maestro porque se dijo para sí, ‘si tan solo toco el borde de su manto, quedaré sana’.

Ese pasaje es un ejemplo de que hay personas que se acercan a Dios con motivaciones distintas. Unos con fe, otros simplemente con curiosidad pero a la vez con duda, porque lo único que interesan es un alivio a su situación, pero no en trabajar un cambio de mente y de actitud. Pero esa mujer no. Ella sabía tenía la seguridad de que Jesús era la respuesta a su situación.

“Al momento también Jesús se dio cuenta de que de él había salido poder, así que se volvió hacia la gente y preguntó: ¿Quién me ha tocado la ropa? Ves que te apretuja la gente -le contestaron sus discípulos-, y aun así preguntas: “¿Quién me ha tocado?” Pero Jesús seguía mirando a su alrededor para ver quién lo había hecho. La mujer, sabiendo lo que le había sucedido, se acercó temblando de miedo y, arrojándose a sus pies, le confesó toda la verdad.¡Hija, tu fe te ha sanado! -le dijo Jesús-. Vete en paz y queda sana de tu aflicción”. (Marcos 5:30-34)

Los dos ciegos de Mateo 20 también tuvieron determinación. Ni el ruido de los problemas, de la gente a su alrededor, de las dudas o de la oposición, no pudieron detenerlos ni callarlos. Y Jesús tuvo compasión de ellos y los sanó.

¿Cuál fue la respuesta de ellos? ¿Salir corriendo y olvidarse de Dios después de recibir el milagro?

No. Al contrario.

“Jesús tuvo compasión de ellos, y les tocó los ojos. En ese mismo instante, los ciegos pudieron ver de nuevo y siguieron a Jesús“. (Mateo 20:34)

Lo más que me llama la atención de todo este pasaje que comienza desde el versículo 29, es que los dos ciegos no solo tuvieron determinación de hacerse escuchar por Jesús y gritar más fuerte que las circunstancias. Sino que más que gritar, sabían que se trataba de acudir a la fuente correcta, de tocar la puerta indicada. Se trata de reconocer quién tiene la autoridad y el poder. Reconocer quién es el verdadero Dios.

Ese verso 29 dice que mucha gente lo siguió, y el 30 señala que los dos ciegos sentados en el camino oyeron que Jesús iba pasando y comenzaron entonces a gritar.

¿Cuántas veces tú has escuchado a Jesús, has escuchado de Dios, y lo has dejado pasar de largo? ¿No crees que ya es tiempo de llamarlo?

Estos dos ciegos, a pesar de ser ciegos, de lo difícil que pudiera ser su situación, supieron reconocer a quién era que se estaban dirigiendo. Tuvieron el discernimiento porque pusieron su esperanza y su enfoque en quien podía salvarlos, en lugar de concentrarse en su situación. “¡Señor, tú que eres el Mesías, ten compasión de nosotros y ayúdanos!” (Mateo 20:30)

¿Te atreves a reconocer tú lo mismo? ¿Que Jesús es el Señor?

“Pidan a Dios, y él les dará. Hablen con Dios, y encontrarán lo que buscan. Llámenlo, y él los atenderá. Porque el que confía en Dios recibe lo que pide, encuentra lo que busca y, si llama, es atendido”. (Mateo 7:7-8)

Que en vez de la queja, al levantar tu voz sea para clamar a Dios y dejarle saber que reconoces que él es tu ayudador y solo él puede salvarte.

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