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Aquel niño de pies descalzos y pantalón corto

Aquel muchachito llego a caminar descalzo sobre tierra, Cuando tenia hambre se subía al palo de quenepas del patio de la casa de madera y zinc, y mataba el hambre. En ocasiones buscaba mangoes del patio local o de los vecinos, la boquita amarilla alrededor de los labios. Era audaz, subía la escalera de acero vertical hasta llegar a los Tachos, donde se confeccionaba la azúcar turbinada y podía observar la miel y los turrones de azúcar de caña. Nadie lo regañaba, a pesar de lo arriesgado que era estar cerca de aquellos tanques calientes, era el hijo de don Pedrito, el que pagaba la Nómina.

Solía estar en la Oficina de Pago el día que se repartían los sobres con el Sueldo de los Obreros de la Caña, ayudaba a repartirlos. Siempre había un bondadoso Obrero del la caña que le daba una pesetita voladora. Existía un toldo por el cual bajaba la azúcar turbinada y el tomaba muestras de la misma para llevarlas al Laboratorio, así verificar la calidad del producto.

Paralela a la Central Azucarera había una hilera de 7 casas, en la primera residía el Químico Stella, procedía del Pueblo Añasco, nunca le vió sonreír. En su Patio se produce el mejor mangó de barrio Boca de Guayanilla, le llamaban mangó de leche, no tenía fibra, era blancuzco, jugoso.

Con pantalones cortos el muchachito visitaba el Patio del Administrador, don Domingo Gilormini, lucía casi igual de serio como el Químico, solía vestir de blanco, y caminar pausado de lado a lado en el balcón de la casa administrativa.

Doña Mónica sabía del gusto de comer sorullitos de harina de trigo con arroz blanco, a veces con huevos fritos a caballito, de gallina o de guinea.

En la casa de la vecina había algunos patos y patas, solías correr tras ellos para verlos remontar vuelo, el pato camina, nada y vuela.

El jugo de limón zasonao con mello de canta o el guarapo de caña, eran las bebidas preferidas. A veces se compartía con los niños del barrio luego de una carrera alrededor de la panza del cañaveral. Al termina la Jornada de trabajo se tocaba un pito al halar una larga cadena. A pie, en bicicleta o alguna vieja guagua, salían los Obreros de la Central Azucarera.

Pasa el tiempo inexorable, el niño chupa quenepas se va para el Pueblo cercano, en busca de nuevos horizontes en los estudios, atrás quedan costumbres y recuerdos, gratos. Yo era el niño de pies descalzos y pantalón corto que chupaba quenepas y caña, para matar el hambre.Nunca pasee hambre. He sido afortunado, llegué a Viejo. Amén!

Prof. José Antonio Giovannetti Román   @Antoniogiovan13 en Twitter

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