“Desnudo nací, desnudo me encuentro, ni pierdo ni gano.”

Nací desnudo con la Ayuda de una Comadrona en un lejano barrio del Pueblo de Guayanilla, cerca del Cañaveral y la Central Azucarera, rodeado del olor del azúcar y melao, no muy lejos de la Playa Ventana. Me contaron que ese día mi padre tenía un fuerte dolor de muelas, cercano al medio día, y no fue al Médico hasta que yo naciera. Mi papá, don Pedrito, era muy querido en dicha Central Azucarera. Ganaba poco dinero, a pesar que era el Encargado de pagar los Obreros de la Caña, los cuales, al verme cerca del Cañaveral me mondaban, dejando un cabito, una caña 10/20, máxima calidad. La casa era de madera, rodeada de arboles de quenepas y mangoes… y de gente buena.

Siendo parte de una familia pobre económicamente, nunca pasé hambre.  Caminé y corrí descalzo por los alrededores de la Central San Francisco de Lluberas. Quintín, el padre del gran primera base Santiago Chago Rosario, cuidaba de los caballos, su madre era, Belén.

De camino hacia la Playa Ventana, donde el encargado era Toñín vivía Ramóncito Vázquez, quien me entregaba el Purrón de leche recién ordeñada que le correspondía a mi papá, como Empleado de confianza. Esperaba que enyuntara la primera carreta de bueyes y con mis piernas colgando y el Purrón a mi lado, cogía el Pon hacia mi casa paterna, la vieja casa amarilla de madera que tenía su buena Cisterna, el Garage y la Carbonera.

Mi madre era muy ingeniosa, con la nata de la leche, la cual almacenaba, al menos por 3 días, hacía una rica mantequilla de nata, con una vieja galleta de manteca o con las galletas Export soda de la lata verde, era una delicia al paladar. Por el día recogíamos mangoes para la confección de Pasta de Mangó que doña Victoria procesaba y vertía sobre papel encerado en unos marcos de madera que mi Padre había hecho, la cocinaba en el antiguo Fogón de cuatro hornillas, lo que quedaba en el Caldero se lamía con el dedo, para satisfacer el paladar y quitar hambre. Las pastas de mango se vendían a peseta. En ese mismo Fogón se asaban los sorullos de harina de maíz no enriquecida, envueltos en hoja de guineo, jamás he probado una delicia como esa, parecía que uno comía bizcocho.

A los 5 años nos fuimos a vivir a Yauco, pero en Verano y Navidades el Regreso era mandatorio, a la casa amarilla de madera, qué alegría y satisfacción se sentía. Un niño pobre económicamente, con ricas vivencias, en el Barrio Boca de Guayanilla donde fue mi nacimiento, hace 76 años. Por un tiempo fui Quincallero cargando la caja donde mi maná ofrecía en La Uva y en Los Indios: refajos, enaguas y panties, había casos en los cuales me sabía la talla de las señoras.

En mi primer libro, El baúl de los Recuerdos, escrito en el 1998, ofrezco las detalles de las gratas experiencias en aquel querido barrio. Ya anciano, como un impulso irracional, viajé a mi Pueblo natal para hacer un Ofrecimiento de Servicios Profesionales, luego de haberme dicho “a priori,” que se aprobaba, en foto finish, me dijeron que el Contrato no se firmaría, sin darme explicación alguna. “Vayan las verdes por las mauras,”. dice un viejo adagio. Los sobres y el cartón de las Tarjetas de Navidad se había comprado, el Modelo estaba confeccionado, listo todo para la aprobación final y tirarse. No se concretó.

Se me cerró una puerta, una vez más, pero sigo tras la Esperanza, que Anda Realenga… y hay que Atraparla. Nací desnudo, me crié pobre, pero soy rico en gratas experiencias con una mochila llena de grandes satisfacciones y logros. Estoy en Record.

“La bueyá, la bueyá, la amarilla y la colorá, los bueyes no quieren caminar”… 

Oiso Canelo, viejo buey dormío

Era la tonadilla que de niños cantamos, los niños descalzos con la boqueta sucia por los mangoes comidos y jugábamos a escondías “Fun”, el humo que salía de la Vieja Caldera de la Central Azucarera… Nostalgia.

Prof. José Antonio Giovannetti Román   787 644 8818

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