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Tiempo Ocre

La primera vez que presencié el otoño fue hace seis años. En ese entonces, me sorprendió la desnudez de los troncos y ramas de los árboles. Recuerdo que pensé que se había muerto toda la naturaleza a mi alrededor. Dejé correr la imaginación y cavilé sobre lo arduo que podría ser enterrar a todos esos árboles. Sabía que esos secos árboles volverían a florecer, pero no es lo mismo verlo que saberlo.

El color ocre o amarillo tostado inunda las aceras por la cantidad de hojas que se desprenden de sus ramas. Al caminar por la calle escucho un sonido parecido al de las palmeras sacudidas por el viento en la playa. Pero aquí no hay ni palmeras ni playas. Miro a mi alrededor y me percato de que el crujido proviene del contacto de los cientos de hojas que rozan el suelo al ser levantadas por la ventolera. El sonido me arrulla mientras me saco de los zapatos las hojas que se me han pegado por la liviana lluvia que cae.

Uno comienza a tantear con los abrigos y la cantidad de ropa con la que saldrá a la calle. “Esta bufanda sí, esta no porque es muy gorda; estas botas no, porque todavía no hay nieve; este coat no porque cuando haga más frío ¿entonces qué me voy a poner?” Como consecuencia directa de la mala vestimenta, muchos solemos enfermarnos. Se acrecientan la congestión y los estornudos. Nunca entendí bien la función de los kleenex hasta que conocí el otoño en persona. Apenas me enfermé, acudí al médico. La doctora trató mi caso como producto natural del cambio de estación. Yes, it’s normal because of the weather. Stay dry—me dijo.

Presenciar los cambios drásticos de las estaciones del año otorga otra perspectiva al paso del tiempo. El espacio se transforma. En Puerto Rico, ese transcurrir no me era tan palpable. Allá, la frondosidad de la naturaleza así como las temperaturas no parecen cambiar de ritmo. Uno llega a extrañar el sosiego que produce el eterno verano caribeño. Esa sensación de que el tiempo transcurre a una velocidad distinta.

Me ajusto el coat y me enrollo la bufanda en el cuello. Ya sé que un crudo invierno me aguarda impaciente.

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