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San Giving

Thanksgiving y San Giving no son la misma cosa. A pesar de que el segundo término surge de una transformación fonética del primero, San Giving es un santo endémico puertorriqueño. Claro que a diferencia de otros santos, como Santa Cecilia y San Lucas, San Giving carece de un cuerpo material individual. Visto desde otro ángulo, San Giving trasciende la individualidad del cuerpo y encarna la multitud de puertorriqueños que celebran su día dentro y fuera de la isla. Es una expresión cultural que se apropia y transforma un modelo cultural foráneo impuesto.

A grandes rasgos, el objetivo principal del Thanksgiving norteamericano es evocar el agradecimiento de los primeros colonos de origen inglés por haber superado las asperezas sufridas durante los primeros años de conquista y asentamiento. Para ese entonces, ya Cristóbal Colón había muerto y la situación hispano-colonial en la isla era no sólo diferente sino vetusta. Sin embargo, la distancia entre ambas celebraciones no se limita al evento histórico de las antiguas colonias inglesas. El San Giving boricua destapa los matices y contrapuntos de la cultura puertorriqueña.

El menú del San Giving es uno de los componentes que ilustra claramente el contrapunteo boricua. A diferencia del Thanksgiving, la fiesta del San Giving excluye los espárragos al horno y sustituye los sweet potatoes por los amarillitos al almíbar, el stuffing de pan por relleno de carne molida y longaniza, el pie de calabaza por flan de calabaza o queso y dependiendo de los anfitriones, el pavo se sustituye por pernil.

Otro elemento que distingue ambas festividades es la cantidad de invitados. En el San Giving no solo se invita a la familia cercana. Por lo general es una fiesta a la que acude también toda la familia extendida que va llegando poco a poco y se quedan hasta entrada la noche.

Tomé una guagua desde Nueva York para llegar a la casa de mi abuela en Rhode Island. Parte del camino se me fue pensando en el arroz con gandules, la ensalada de coditos y la de papas. Llegué a mediodía y a pesar del frío exterior, la cocina estaba caliente: había dos perniles cocinándose a fuego lento desde las seis de la mañana. En una de las hornillas reposaba una olla llena de pasteles de cerdo. Como si se tratara de una ceremonia religiosa, todos estábamos en ayuno; esperando el punto de cocción preciso de los perniles para llenar los platos y repetir la comunión por lo menos tres veces.

Entre primos que no hablan español y tíos que no veo hace más de tres años, durante la celebración del San Giving nos volvemos cómplices del contrapunteo cultural. Somos parte de la familia que aún en la diáspora no celebra como aquellos colonos de antaño. Somos parte de la familia que celebra su propia cultura a través de la transformación de los vestigios de otra.

Sentadas las tres en la cocina de mi abuela, que lleva más de 40 años por estos lares, mi madre que vino de visita y yo, que apenas comienzo este trayecto, aprovechamos la fiesta para conversar y ponernos al día. Chismes de más de tres décadas salen a relucir e historias familiares de bisabuelos enamoradizos y bisabuelas de fuerte carácter se evocan.

Le pregunto a mi abuela que desde cuándo celebra el San Giving. Con mirada de respuesta obvia, me contesta que lo celebra desde niña. Que en la casa de mi bisabuela Flora se engordaba y se mataba un pavo para la fiesta. Y añade: “Mami siempre hacía tremendo jolgorio en Aguas Buenas, no ves que a mami le gustaba todo eso y la música y la casa llena de gente…”

El San Giving es santo de nuestra devoción popular. ¿Y qué espera el  Vaticano para  beatificarlo?

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