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Imprevisto en Zihuatanejo

En sus aventuras por esta parte del mundo, el pirata inglés Francis Drake también llegó hasta el pueblo de Zihuatanejo, en el estado de Guerrero. Llegar al Pacífico no era poca cosa, pues los españoles guardaban muy bien el secreto de las rutas marítimas en la zona. A diferencia de mi experiencia en Campeche, en Zihuatanejo no existe culto por la época de los piratas, ni hay museos navales. Los relatos sobre Zihuatanejo los encontré en la voz de sus habitantes.

“Por ahí de los años ochenta, aquí no había casi nadie ni casi nada. Era un paraíso. Las carreteras eran pura tierra y no contaban con postes de luz. Habían dos o tres restaurantes y unos cuantos extranjeros turistas que venían ocasionalmente. A mí como siempre me ha gustado el baile, iba con mis amigas a la única discoteca del pueblo, antes no se llamaban antros, nena. Y allí estábamos hasta las cuatro de la mañana. Luego me regresaba a mi casa, un poco borracha y caminaba un kilómetro solita. Sin problemas”.

Estas son palabras de doña Aracely, quien administra un pequeño hostal cercano a la playa La ropa, con vista al Océano Pacífico. Tampoco es que el panorama haya cambiado mucho. Zihuatanejo conserva el encanto de un pueblo pequeño. Su plato tradicional: las tiraditas. Esto es pescado marinado con limón y chile.

Disfrutaba de mi estadía hasta que se presentó lo imprevisto: la llegada de una tormenta, cargada de lluvias pesadas y relámpagos.

El aguacero me sorprendió mientras cenaba en un restaurante. El mesero me sugirió que me cambiara de mesa. “La lluvia viene fuerte, el cielo está apretado”, me advirtió. No me alarmé. “Es sólo una gran lluvia”—me dije. Los apagones comenzaron con el postre. No había terminado cuando se cayó el internet. No podía pagar la cuenta con mi tarjeta. Mantuve la calma. La luz se iba y venía. No me gusta la oscuridad, así que pasadas varias horas, el nerviosismo le ganó a la templanza.

A mi alrededor, la gente como si nada. Nadie comentaba lo que estaba pasando. Eso me estuvo raro. Finalmente, pedí una bolsa plástica de las que se usan para la basura, me la coloqué por encima y emprendí el regreso al hostal. Como el pueblo queda al pie de varias montañas, lo que bajaba por la carretera eran ríos de agua. “Yo soy de Puerto Rico, he vivido huracanes e inundaciones, esto no es nada”— repetía mentalmente mientras esquivaba la fuerza del agua.

No dejó de llover por dos días. Pensé en hasta almacenar agua y comprar suministros, como hacemos en la isla. Entonces, se me acercó doña Aracely y muy calmada, me sugirió que me fuera a la playa. Me habló de disfrutar del “frío” y “clima rico” del “ciclón”. Me aventuré.

Allí, bajo la lluvia infernal, estaba la gente. Niños, jóvenes, adultos, viejos. No lo podía creer. Se bañaban y jugaban en el mar soportando el torrente que marcaba grandes surcos en la arena. Busqué las noticias. Me topé con titulares como “Se desarrolla primer ciclón en el Pacífico” o “Se acerca ciclón al estado de Guerrero”, pero sin alarma. Tampoco escuché nada referente a una ley seca o de refugios improvisados para posibles damnificados.

Al ver la tranquilidad con la que reaccionaban todos al “ciclón” me sentí como la persona más paranoica del pueblo. En Zihuatanejo, hice memoria sobre los huracanes y tormentas que pasé en Puerto Rico. Definitivamente, estoy fuera de forma. Los ciclones, tormentas y huracanes son fenómenos que no se pueden evitar, lo que sí la gente hace, tanto aquí como en Puerto Rico, es pasarlos de la mejor manera posible.

 

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