Iguanas enmascaradas
Lily come iguanas.
A pesar de que la caza y consumo de iguanas están prohibidos en su pueblo natal de Chiapas, ella confiesa que la parte que más le gusta es el trozo más grueso de la cola.
Allí las iguanas se asan a la brasa para poder pelarlas, se “desflaman” o marinan en cerveza y luego se guisan a la mexicana (tomate, chile, cebolla, cilantro). Como guarnición, se preparan frijoles refritos y arroz. Las tortillas de maíz no pueden faltar. Dependiendo del interés del degustador, las tortillas pueden cumplir la función de nuestro pan criollo con ajo. Sin embargo, Lily mueve la cabeza y admite que ella prefiere hacerse tacos de iguana.
Yo le cuento que en Puerto Rico tampoco está permitido el consumo general de iguanas verdes debido a la ausencia de regulaciones en los procesos de crianza o caza de éstas. Le confieso que sí las he probado, siempre disfrazadas de otra cosa. Le enumero los platos: Lo Mein con pollo, pinchos de marlin, y finalmente, alguno que otro ceviche en el que me vendieron gato por liebre.
A Lily se le iluminan los ojos. “Es que es hasta más rica que el pollo”-declara mientras busca cierta complicidad en mis gestos. Por un instante, se fundó un espacio denominado por algunos como “unión latinoamericana” o “hermandad cultural,” cuyo núcleo no es la lengua española, sino la iguana verde o gallina de palo.
Ese espacio duró varios segundos sin llegar al minuto. Lily, sin poder contenerse, me pregunta:“pero cuéntame, ¿y cuál es tu parte favorita de la iguana?”