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“En la mar andan muchos corsarios”-Diego Hidalgo Montemayor, juez comisionado, Cartagena de Indias, 1586

Desde niña sentí mucha fascinación por los piratas y corsarios. No sé si por la cercanía que imaginé compartía con ellos cada vez que contemplaba las murallas del Viejo San Juan y por las historias que aprendí y recreé sobre los ataques a los castillos San Felipe del Morro y San Cristóbal. O tal vez, me sentí atraída por habitar un espacio tan codiciado por los piratas, en aquel entonces conocido como la isla de San Juan Bautista. Los asedios del francés Fraçois Le Clerc en San Germán, los varios ataques del inglés Sir Francis Drake por la bahía de San Juan y los desembarques capitaneados por el Conde de Cumberland y más tarde, por el holandés Balduino Enrico son solo algunos de los ejemplos que constituyen la compleja historia de piratería en Puerto Rico y el Caribe, iniciada en los albores del siglo XVI. 

El caso es que me obsesioné con los piratas. Por tal razón, siempre que viajo procuro visitar los museos navales, las fortificaciones militares del período colonial español y, claro, no falta el interés por descubrir cuáles eran los piratas famosos del lugar en cuestión.

Así llegué a la ciudad Francisco de Campeche. Una de las únicas ciudades amuralladas de México, a donde Francis Drake y su flota también llegaron a parar. Una muralla extensa cubre el perímetro de la ciudad, como en antaño un sistema de murallas bordeaba el Viejo San Juan. Dos puertas, la de Tierra y la de Mar aún se mantienen en pie.

Además de Drake, los campechanos poseen con orgullo su propia lista de piratas. El merchandising oficial de la ciudad gira en torno a la parafernalia asociada con los piratas. Las T-Shirts, sombreros y parches para un ojo de piratas, calaveras bordadas en banderas negras, reproducciones de mapas de tesoros perdidos, entre otros, inundan las tienditas de Campeche atrayendo el ojo del turista. Incluso se ofrece un recorrido en una réplica de un barco pirata llamado Lorencillo —españolización del nombre Laurens de Graaf– filibustero de los Países Bajos, quien atacó la ciudad durante el siglo XVII. El barco surca la costa de Campeche, mientras una grabación imita sonidos de cañonazos. Así, uno va sentado con cerveza en mano y platillo de comida campechana, imaginando cómo se habría visto la costa siglos atrás. En fin, imaginando durante 40 minutos que uno es un mismísimo pirata. La tripulación a bordo es mixta. Hay turistas como también familias locales que esperan todos los viernes a las 5:00 p.m. para disfrutar del paseo pirata.

Claro que, al cabo del recorrido, no hay batallas ni combates. El barco regresa a puerto y todos nos bajamos un tanto desengañados por el peso de la realidad. No somos piratas, o por lo menos, no somos esa clase de piratas.

Los campechanos también poseen su imaginario y obsesión con los piratas. Entonces me sentí acompañada en mi fascinación, como si por fin formara parte de la Cofradía de los hermanos de la costa.

 

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