Atrapados en el aire
Recuerdo que cuando era niña se hablaba mucho sobre el orificio en la capa de ozono. Hasta imaginaba que con una aguja grande podría coser esa apertura en el cielo que no podía ver, ni sentir.
Para los años 90 se decía que usar algún producto de aerosol que arrojara clorofluorocarbonos (CFC) era sinónimo de deshilvanar la capa de ozono. Para mí era casi como una guerra entre agentes invisibles destruyendo una frontera invisible también. Sólo que no se trataba de cualquier frontera, sino de la responsable de mantenernos seguros en nuestro nicho dentro del espacio sideral.
Se siente como un hangover. Uno se levanta con el cuerpo “cortado”, los ojos irritados. A veces con mucosidad con sangre, tos, dolor de cabeza, estornudos, mareos y carraspera intensa. No, no es una cruda. Son algunos de los síntomas producidos por el conocido smog o contaminación que arropa a la Ciudad de México.
El problema del aire es palpable. Lo invisible adopta contornos y colores. De hecho, la contingencia ambiental—como le llaman oficialmente—involucra y afecta directamente a los habitantes de la Ciudad de México.
Como si se tratara de una película apocalíptica, hay días en la Ciudad de México en los que no se puede respirar adecuadamente. Se recomienda la suspensión de actividades físicas. Los niños en la escuela no pueden salir a jugar al patio. Los joggers no dan su vuelta a la manzana. No todos los carros pueden circular. Según los medios de comunicación, este año se ha registrado la peor calidad del aire desde la década de los 90, cuando el gobierno impuso por primera vez las estrictas regulaciones sobre la “no circulación” de ciertos automóviles. La calidad del aire mejoró y se flexibilizaron las normas en cuanto a la circulación de los vehículos.
Este año se ha regresado a la severidad de las normas de los 90. Muchos carros nuevos han perdido días de circulación. Hay días en que, de acuerdo a la calidad del aire, se instituye el “doble no circula”. Cuando el aire alcanza la categoría de “extremadamente malo”, sólo circula la mitad de los carros dependiendo si su tablilla acaba en número par o impar. Incluso, hace poco vi por primera vez, patrullas de la “Policía ambiental.”
Hay un factor—corroborado científicamente—que contribuye a la pobre calidad del aire y acumulación de las partículas suspendidas que crean la nube negra que arropa la Ciudad de México. Se trata de la constitución orográfica de la ciudad. La misma está construida sobre un valle rodeado por montañas. La contaminación se intensifica conforme al comportamiento de las temperaturas y situación climática. El aire frío suele encapsular el aire caliente, creando una especie de efecto de invernadero, calentando y empobreciendo el aire que se respira.
Debo confesar que la primera vez que pude distinguir la montañas que rodean la ciudad fue en la época de navidad. En esos días, la ciudad descansa de la circulación vehicular pues la mayoría de los conductores se mueve en otras partes del país.
Tampoco faltan las teorías de la calle, cuya certeza o validez no son oficiales. Unos culpan a la ausencia de regulaciones en la circulación de los medios de transportación pública. Otros responsabilizan a un gobernador de la Ciudad de México, quien aflojó la rigidez de las regulaciones implementadas en la década de los 90. Hay quienes opinan que todo es parte de un plan macabro pactado entre el gobierno y las empresas que se dedican a la manufactura y distribución de carros híbridos. Y no se quedan atrás los que atribuyen todo el problema a la compra de gasolina china que alegan se distribuye secretamente como gasolina mexicana. Otros aguardan con esperanza las lluvias de mayo: “cuando llueva ya todo se va a limpiar”—dicen.
En fin, todos especulan sobre las causas y maneras de resolver el problema de la contaminación en la Ciudad de México, del mismo modo en que alguna vez imaginé que el orificio de la capa de ozono se podía hilvanar con hilo y aguja.