Eduardo Lalo, el Rayo Barrabás & Julia Keleher
Tenía yo como 12 años. Era sábado en la tarde y estaba solo en mi casa, viendo televisión mientras mi madre trabajaba para asegurar el único sostén para nuestra pequeña familia. Esa tarde mágica, sintonicé las Estrellas de la Lucha Libre y vi cómo Félix López Torres, conocido como “El Rayo de Bayamón”, se transformó en “Barrabás”.
El mundo de la lucha libre, como indicó Roland Barthes, presenta una “mitología” donde el “bien” lucha contra el “mal”, representados en los luchadores y las luchadoras que batallan en el ring. Los “buenos” se conocen como “técnicos” en español o “babyfaces” en inglés. Los “malos se conocen como “rudos” en español o “heels” en inglés. En esta eterna batalla entre el bien y el mal, a la larga siempre gana el bien, aunque la lucha contra el mal nunca termina.
El Rayo de Bayamón era un luchador “técnico” que perdía casi todas sus peleas ante rudos de mayor peso, estatura y habilidad. También hacía pareja con los mejores técnicos, pero siempre le tocaba ser quien perdiera la lucha por ser el eslabón más débil de la pareja. Empero, aquel sábado se reveló que el Rayo de Bayamón había traicionado a los técnicos. Iracundo, Carlitos Colón denunció la traición de su otrora amigo y le comparó con Barrabás, el malvado personaje bíblico.
López Torres no solo se convirtió en un luchador rudo, sino que también llegó a ser “manager” de otros rudos. Conocido por un tiempo como “el Rayo Barrabás”, terminó llamándose “Barrabás” a secas, pues eso esa suficiente para dar testimonio de su maldad.
Un buen luchador rudo debe ser odiado por todos, razón por la cual debe insultar a la audiencia continuamente. Mientras más violenta sea la reacción de la audiencia a sus insultos, más cotizado es el luchador. En inglés, el acto de insultar a la audiencia se conoce como lanzar “heat”, es decir, comentarios acalorados. Por lo regular, los insultos giran en torno a la etnicidad, el color de la piel, la cultura general, el nivel de aprovechamiento académico y la inteligencia de la audiencia.
Barrabás era un maestro a la hora de insultar a la audiencia, como una búsqueda de sus antiguas entrevistas o “promos” en YouTube puede testificar. Y uno de sus insultos característicos era llamar “parceleros” a los fanáticos de la lucha libre.
Ahora bien, entienda usted que el propósito principal de los insultos es enardecer a la audiencia, de manera que cuando el luchador “técnico” le dé una paliza al “rudo”, la audiencia se sienta vindicada. Permítanme repetirlo: Barrabás le llamaba “parcelero” al público en preparación para la “paliza” que iba a recibir.
Pues bien, un académico de altos vuelos ha decidido usar lenguaje de la lucha libre para insultar a Julia Keleher, secretaria del Departamento de Educación de Puerto Rico. Keleher es una figura polémica, cuyas entrevistas, expresiones y acciones han ocasionado grandes controversias. Sus detractores se burlan de su origen étnico, pues ella es estadounidense; de su pobre dominio del español, y de la emoción que demuestra cuando la atacan (reacciones que oscilan desde el llanto silencioso hasta la respuesta vehemente).
Tanto el pueblo como la clase magisterial tienen derecho a criticar las acciones de la funcionaria. Más que un derecho, el pueblo tiene la responsabilidad de evaluar el trabajo de cualquier funcionario, respondiendo como crea pertinente. Eso no está en duda: usted tiene derecho a criticar el trabajo y la conducta de Julia Keleher. Lo que no tenemos derecho es a recurrir al insulto personal, mucho menos contra una mujer.
Eduardo Lalo, a quien no conozco y a quien tampoco deseo conocer, ha publicado una extraña columna donde llama “parcelera” a Julia Keleher. Aunque usted no lo crea, este erudito graduado de la mejor universidad en Francia ha usado el insulto característico de Barrabás para humillar públicamente a la secretaria del Departamento de Educación.
Claro está, Lalo no hace la conexión con la lucha libre, sino que ofrece una extraña definición del concepto. Como no voy a repetir la descripción indecente, asquerosa y sexista que hace el erudito, le ruego que usted busque la columna y lea su cuarto párrafo.
Yo nunca he vivido en una “parcela”, pero tengo familiares que aún viven en ellas. Además, digo con orgullo que he sido pastor de iglesias evangélicas ubicadas en comunidades denominadas como “parcelas”. ¡Ya quisiera el galardonado escritor tener la decencia y la virtud de la gente buena que traza su origen a las “parcelas” de Puerto Rico!
Una vez más, afirmo que el pueblo tiene derecho a criticar las ejecutorias de todas las personas que entran al servicio público. Eso no es materia de debate. Sin embargo, no hay razón alguna para recurrir a insultos sexistas y clasistas, que solo tienen el propósito de humillar a los demás.
Concluyo recordando la lección de la lucha libre: quien se dedique a lanzar insultos (“heat”), burlándose del origen étnico y del nivel educativo de la audiencia para enardecer las masas, debe prepararse para la tremenda paliza que pronto ha de recibir. ¡Atángana!
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Pablo A. Jiménez es un ministro protestante, profesor de teología pastoral y autor de varios libros religiosos. Escuche su podcast, visitando Prediquemos.com