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Un Premio Nobel de la Paz para Trump

Los que esperaban que el presidente de Estados Unidos (EEUU), Donald Trump, provocara la Tercera Guerra Mundial o una guerra nuclear, se quedaron con las ganas. La falta de comprensión de la estrategia y de las tácticas del Presidente llevó a muchos a tildarlo de loco. Dijeron que era una amenaza para la Nación y para el mundo. Se equivocaron.

El máximo líder norcoreano, Kim Jong-un, usó a un emisario para comunicar a Corea del Sur su interés de reunirse con el presidente de EEUU. Sin esperar respuesta, hizo el compromiso de detener sus pruebas con misiles y toda prueba nuclear. Dijo que conversaría sobre una posible desnuclearización.

Lejos de reanudarse la Guerra de Corea, la retórica beligerante y el intercambio de amenazas sirvió para medir fuerzas. EEUU logró convencer a Rusia y a China de no vetar las sanciones contra Corea del Norte en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). La presión principal fue un bloqueo a la importación de petróleo. Trump ordenó movilizar la fuerza naval hacia el Pacífico cerca de las costas de Norcorea. También, se discutió el rearme de Japón y la posibilidad de que otros estados vecinos entren a la carrera armamentista nuclear.

Ponerse pico a pico con Kim y jugar el juego de exhibir la capacidad militar es una táctica de disuasión. Por hacer esto, diagnosticaron a Trump de infantil e inmaduro. No entendieron su movida de ajedrez.

Probar los límites de Kim y hasta dónde está dispuesto a llegar con sus amenazas, demostró que al igual que su padre, Kim Jong-il, y su abuelo, Kim Il-sung, usa el bluff como forma de presión para extorsionar. En esta ocasión, no le salió la jugada. Trump no negocia sin precondiciones ni cede ante juegos retóricos sin resultados concretos.

Todas las partes sintieron la presión y se convencieron de que EEUU está dispuesto a atacar preventivamente a Corea del Norte. Por esto, Rusia y China colaboraron. Corea del Sur aprovechó los XXIII Juegos Olímpicos de invierno realizados en una de sus ciudades, Pieonchang, para conversar con Norcorea. Sabe que cualquier ataque de parte y parte perjudicará a Surcorea.

Trump debía demostrar que sus advertencias son serias y que no se cohibiría como presidentes anteriores. Necesitaba que Kim no lo percibiera como un bluff.

Para evitar caer en una trampa de relaciones públicas internacionales a favor de Kim y de que todo sea un engaño para ganar tiempo, Trump aceptó reunirse sin retirar las sanciones y sin conceder nada hasta el final de la negociación.

Los detractores de Trump no le dan crédito por sus logros y se las ingenian para presentar las buenas noticias como si fueran un mal indicio. Sus augurios son pesimistas y fatalistas. Dicen que Kim se crecerá como líder y limpiará su imagen internacional, mientras Trump quedará como el ingenuo que hizo ruptura con la tradición de no reunirse ni dar legitimidad al máximo líder norcoreano.

Si Trump se negaba a reunirse, lo tildarían de intransigente y de querer provocar una guerra. No hay forma de ganar ante el odioso y el opositor obsesivo con llevar la contraria. Sin embargo, no es la conciencia del que no está dispuesto a cambiar de opinión la que tiene que conmover Trump.

Colocar a Kim en la posición de solicitar una reunión, de suspender la retórica beligerante y de detener sus ejercicios nucleares deja claro quién es la potencia militar y hasta dónde puede llegar quien ose retarla. La paz se puede lograr mediante la demostración de fuerza.

No importa cuál sea el resultado de las conversaciones, Norcorea comunicó que sus amenazas eran buche y plumas. La especialidad de Trump es la negociación y, aunque muchos no se dan cuenta, ya comenzó el proceso; reunirse no es el inicio, sino parte del juego.

 

 

 

 

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