Hay una guerra cultural en EEUU
La tradición marxista no cesa de intentar establecer el colectivismo como sistema dominante. Lo que no pudo lograr por las armas ni durante la Guerra Fría, lo adelanta a través de la cultura. Si no tiene el apoyo para enmendar la Constitución de Estados Unidos (EEUU), utiliza otras tácticas para lograr el mismo fin.
El objetivo de demonizar a las armas de fuego y a quienes las portan legalmente es debilitar poco a poco a la Segunda Enmienda a la Constitución. Los medios de prensa son una herramienta para construir narrativas falsas y propagar ideas que lleven a establecer nueva política pública. Con la excusa de que regular no es lo mismo que prohibir, se logra de facto que no se ejerza el derecho a almacenar y a portar armas de fuego.
Asociar la portación de armas con los conservadores es una táctica de la guerra cultural marxista. Se representa al que ejerce este derecho como si fuera un WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant), un supremacista blanco y un sociópata en potencia. Omitir que portar armas legalmente es algo que hacen americanos negros, hispanos, demócratas, incluso miembros de organizaciones como Black Lives Matter (BLM), es una forma de evitar que se vincule este derecho con cualquier ciudadano.
La demonización contra las personas blancas es notable en la campaña anti Policía en la que sacan de proporción casos de policías blancos que mataron a un ciudadano negro o hispano durante una intervención policiaca. También, se ve en las protestas de BLM y Antifa en las cuales se reproduce la idea del “hombre blanco racista” y de una supuesta institucionalización del racismo. Al presidente de EEUU, Donald Trump, lo tildan de xenófobo, neonazi y de supremacista blanco.
Es un modo en como el Partido Demócrata amarra los votos de las llamadas “minorías”. Representar a los republicanos y a los conservadores como racistas le sirve para convocar a los electores. Ronald Reagan, George W Bush, John McCain, Mitt Romney, entre otros también fueron tildados de racistas. Luego del paso del huracán Katrina por New Orleans, Louisiana, a Bush Jr lo acusaron de discriminar contra la población negra.
Los demócratas no hablan sobre la historia de su partido respecto a la defensa de la sociedad esclavista, de la segregación racial y del Ku Klux Klan (KKK). Le achacan a los republicanos ideas que no tienen que ver con ese partido. Mediante el dominio del juego de apelar a las emociones, se presentan con superioridad moral. Sacrifican los hechos históricos y distorsionan la realidad.
No es casualidad que se ensañen con los monumentos de los padres fundadores de EEUU y censuren objetos que recuerden aspectos históricos. Reescribir la historia es un modo de evadir a los esqueletos en el armario. También, sirve para desplazar culpas. Los marxistas culturales no hablan sobre el vínculo de los demócratas con la ideología racista. Censuran y se autocensuran.
Con el political correctness se regula la Primera Enmienda a la Constitución. Todo el que se exprese sin pelos en la lengua corre el riesgo de ser boicoteado, difamado y censurado. Trump es el mejor ejemplo de que ser honesto, directo y no seguir las reglas de la corrección política te expone al bombardeo constante de los medios. Toda corporación u organización que no se alinee es “boicoteada”: la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) es el blanco de los ataques actuales. El boicot se convierte en un arma para censurar.
La Primera Enmienda también protege la libertad de culto. No es sorpresa que los enemigos de la Constitución promuevan campañas contra símbolos cristianos y representaciones religiosas en esfera pública. En la guerra cultural los cristianos son representados como enfermos mentales. Al Vice-Presidente de EEUU, Mike Pence, lo atacan por sus creencias religiosas. Lo tildaron de loco por hablar con Dios. Los marxistas atacan a los protestantes para debilitar la tradición religiosa de la Nación.
Otro de los pilares de América que recibe ataques de políticos de la izquierda americana, como Bernie Sanders, es la economía de mercado libre y el derecho a la propiedad privada. Con el discurso ambiguo del “cambio climático”, se adelanta una agenda para regular más la economía y planificarla de modo centralizado. Aunque, muchos marxistas culturales prefieren el término “calentamiento global”, porque es más fácil de manejar y de entender. Le atribuyen cualquier fenómeno atmosférico y climatológico al “calentamiento global antropogénico”.
El ex Vice-Presidente y ex candidato a la presidencia de EEUU por el Partido Demócrata, Albert Arnold “Al” Gore Jr, ganó un premio Óscar y un Premio Nobel de la Paz por hacer propaganda sobre el “cambio climático”. Este discurso es usado para atacar a sectores económicos, como el sector energético de EEUU, para promover un impuesto global a las emisiones de carbono y lograr que el control de la economía esté en manos de una élite político-económica.
Es un discurso globalista que ve en la Constitución de EEUU un obstáculo. La cultura o tradición americana, la Nación, es una amenaza para los intereses de quienes defienden un proyecto globalista, supranacional.
Trump no goza del apoyo de la tradición marxista ni de los globalistas que se benefician del marxismo cultural. Es atacado en las instituciones universitarias, en los medios de prensa, en las producciones de Hollywood y por otros grupos dedicados a la producción cultural. Hay un esfuerzo para cambiar poquito a poquito, suave suavecito, el orden constitucional y las tradiciones americanas.
El patriotismo trumpiano, con su lema Make America Great Again (MAGA) o con el principio America First, choca con los intereses de los enemigos de EEUU. Cuando se trata de América, el nacionalismo es “malo”, xenófobo e intolerante.
La guerra cultural no se pelea en campo de batalla ni con armas. Es una competencia por la opinión pública, la psiquis y la conservación o el cambio de las tradiciones, principios y el orden constitucional.