Me disculpo públicamente
Hace unos días me llamó una persona que aprecio mucho. Me reclamó por haberme dejado un mensaje en un grupo WhatsApp al que no respondí. Al parecer, su mensaje se diluyó en medio de la avalancha de memes, videos, post y lecturas que otros del grupo fueron poniendo en el chat. Recién pude disculparme con esta persona, cuando me llamó a mi teléfono y pudimos conversar.
Sin embargo, su reclamo me llevó a pensar en otros que, como ella, quizás me han dejado algún mensaje en espera de respuesta, en los varios grupos a los que pertenezco. O quienes esperan que comente sus publicaciones en las redes.
Hoy me disculpo públicamente con quienes estén esperando mi respuesta a sus mensajes. Pues diariamente recibo desde canciones, oraciones, videos y chistes, hasta anuncios de ventas. Ciertamente en muchas ocasiones no me alcanza el tiempo para verlos todos y menos para contestar. Imagino que no seré la única a la que le pasa.
Confieso que en este año de pandemia, donde la virtualidad y las redes nos han salvado, yo por mi parte he vivido algunas sacudidas que me han alejado de la feroz participación que llevaba en ellas. El encierro se fue convirtiendo en un tiempo de hacerme preguntas y empezar a ver otras realidades que mi activismo no me permitía ver.
La literal reventada que me di hace seis meses, me lanzó a cuestionarme en medio de la pandemia cosas sobre el para qué y el cómo estaba viviendo. Sentir que pude morir, verme por más de tres meses sin poder caminar, no poder usar mis brazos y manos de modo funcional, me llevó a una pausa llena de silencios de esos que provocan transformaciones.
No me alcanza la vida para agradecer a todas las personas que nos acompañaron en esa travesía dolorosa.
En ese tiempo de caída, me encontré descubriendo un rumbo que no hubiese podido descubrir en medio del hacer desmedido al que dedicaba mis días, en mi misión de vida. Pendiente de modo continuo a los muchos toques y luces del teléfono invitándome a vivir sumergida en el mar de información.
También me ha permitido un camino hacia el interior, hacia el encuentro con mis luces, sombras y la belleza de un mundo que me estaba perdiendo. A darme cuenta que vivía muy distraída en la superficie del hacer, mientras adentro de mi ser, existía un espacio único de conexión con el universo y los demás, que solo requería ser descubierto.
He encontrado una fuente de paz interior que solo requiere pausa, silencio y conexión con la propia esencia. Que me ha permitido atender cosas no resueltas, reacciones malsanas y otros aspectos de mi personalidad, con solo detenerme a estar en medio de ellas, y desde mis sensaciones transformarlas. El pequeño patio de mi casa, la ventana de mi habitación que me permite contemplar el cielo, se han convertido en santuarios.
Sigo en esa búsqueda, que me permita vivir de un modo más coherente mi espiritualidad, reencontrarme con el Dios que todo lo habita, y dar de mí sin ansiedades ni la supremacía del ego que muchas veces se vuelve depredador.
Desde ese espacio espero mi Navidad, una de silencios que será especial en medio de la pandemia, del pesebre de dolor de la humanidad y del amor solidario al que vamos renaciendo. Ya les contaré cómo me va. Ojalá te animes a dedicarle más de tu tiempo a la búsqueda hacia el interior, aunque se te queden algunos mensajes sin contestar.
La autora es Trabajadora Social, Entrenadora de Enfoque Corporal y Directora del Instituto a Para el Desarrollo Humano a Plenitud de los Centros Sor Isolina Ferré Inc. empresa social dedicada al ofrecimiento de talleres y vivenciales para propiciar el crecimiento y la sanación interior en personas que deseen asumir un liderato afirmativo de sus vidas y vivir plenamente. |