Seres que nos salvan
Todos tenemos algún dolor, definitivamente todos llevamos alguna carga, situación, herida. Algo del pasado o del presente que nos pesa, cual cadena que no logramos soltar. Hemos aprendido a vivir con el dolor, con los secretos, con los miedos. En cada familia hay historias, algunas muy dolorosas que atormentan a sus miembros, que hacemos como si no pasaran, pero que sí han pasado, o están pasando.
Yo llevo las mías. Gracias a ellas puedo acompañar a otros con las suyas. He aprendido a verme y ver mi historia de un modo nuevo desde la aceptación y desde la búsqueda de sanación. Contando con buenos recursos profesionales y compañeros de camino que me han ayudado a comprenderme, trabajarme y aceptarme con mis luces y sombras.
En estos caminos de acompañar vidas, he visto que una de las herramientas más poderosas en el proceso de curarnos y avanzar en la vida con nuestras cargas, es la presencia de los otros. Tanto a nivel de ayuda profesional, pero sobre todo la presencia amiga que es medicina para el alma.
Hoy amanecí agradeciendo por los seres que lo han sido para mí. Unos desde muy cerca, otros desde lugares muy distantes y otros desconocidos que se han vuelto de modo misterioso parte de mi camino, aunque no nos volvamos a encontrar. “Ángeles”, les llamaba un psicólogo que siempre recomendaba a sus pacientes, como parte del proceso de ayuda, revisar y fortalecer sus redes de apoyo. Esas personas que están ahí al pie del cañón cuando todo se nos viene abajo, cuando “metemos la pata”, cuando nos sentimos más profundamente solos.
Quien no tenga en su vida un ángel, debe procurar identificarlo lo antes posible. De hecho, siempre los hay y más cerca de lo que creemos, pero esta sociedad individualista nos aísla y muchas veces nos hace creer que es mejor vivir con máscaras y ocultar nuestras verdades dolorosas pensando que seremos rechazados, si somos lo que de verdad somos.
Considero que algo que sí podemos hacer en medio de nuestros rollos personales, y los que llevamos como país, es el agradecer y cultivar esas relaciones que llamo sanadoras. Esas que van más allá del “jangueo” de fin de semana o de los quince y los treinta. Esas que van más allá de esos momentos pasionales – sean sexuales o emocionales- que nos hacen creer que esa persona permanecerá y sufrimos cuando somos abandonados, pues solo era eso, un encuentro casual donde lo que en verdad somos no cuenta.
Muchos podrán describir los ángeles de su historia -yo sé quiénes son los míos- y podrán mencionar sus cualidades. Amigables, de escucha atenta, dispuestos a estar en la malas, alegres, esperanzadores, fieles. En fin, quizás digas que los ángeles no abundan y quizás no abunden mucho, pero estoy segura de que si nos detenemos y nos abrimos a ellos, los podremos reconocer. Jamás olvidaré una enfermera y un doctor que, en tierra de misión, pasaron literalmente todo un día y una noche en vela junto a mí en una noche de enfermedad luego de un accidente.
Creo que en este tiempo de desolación e inseguridad mundial, nada más cálido y consolador que las relaciones que nos dan vida. Esas que nos salvan de la soledad, del miedo, del vacío existencial al que nos lanza la falta de amor que vivimos. Esos seres junto a quienes encontramos las respuestas y podremos ver la puesta del sol, mientras contamos historias -las propias- y cantamos o lloramos juntos ante la vida. Te invito a descubrir y celebrar tus ángeles.
(La autora es Trabajadora Social y Directora del Instituto para el Desarrollo Humano a Plenitud de los Centros Sor Isolina Ferré empresa social que se dedica a la sanación de heridas y la formación sico-histórica-espiritual mediante Talleres de Crecimiento Personal 787-375-7854)