La fuerza sanadora de donde surgen los cambios
Hoy celebro la certeza de que es posible emerger a realidades diferentes, a cambios profundos que permitan vivir desde la mayor verdad que nos hace humanos: la capacidad de amar y ser amados. El Taller de Crecimiento Personal que celebramos en Orlando, Florida el pasado fin de semana, me permitió ampliar las fronteras de un camino que nos sigue conduciendo por senderos que van creando cambios y nuevas formas de vida.
Cada Taller que vamos compartiendo, con los grupos a donde somos llamados, nos va dejando sabores, colores y esperanzas nuevas. Durante este Taller, con participantes de Guatemala, Puerto Rico, Colombia, México y Costa Rica compartimos un espacio de transformación, donde el lenguaje del amor se volvió uno común y restaurador. Para nadie, absolutamente para nadie resulta fácil sumergirse en las profundidades de su historia, de esos dolores que nos han marcado y llevado a conductas que lastiman a los que amamos y en especial a nosotros mismos.
Fue admirable compartir el espacio junto a ese grupo de seres humanos que han tenido que abandonar sus tierras y con grandes retos y desafíos van abriendo caminos, con la añoranza de que el mundo sea mejor para que se caigan los muros que nos siguen distanciando y que nos hacen huir de nuestras raíces en búsqueda de mejores oportunidades económicas y de vida. Más admirable aún fue ver como el grupo –que se volvió comunidad- se lanzó sin reservas a la búsqueda de todo aquello que tocaba sacar y sanar para recibir lo bueno que ha estado allí en lo profundo del ser.
Una caravana donde juntos pudimos abrir el corazón, compartir las historias, por más dolorosas que fuesen, quitarnos las máscaras donde escondemos nuestras carencias y heridas. Un abrazo fraterno que nos hermanó y enlazó desde la esencia humana que es fuente del amor.
Yo sigo comprobando todo el bien que habita en la humanidad. Cantidad de talentos y capacidades que seguirán regenerando el mundo de opresión en que vivimos. Convencida de que el cambio vendrá desde lo profundo de las personas, en la medida que sigamos modificando la manera como nos vemos desde la historia vulnerada que llevamos como pueblo y personas. En la medida en que transformemos los esquemas individualistas que nos ha instalado el sistema y nos lancemos a combatir los fantasmas del miedo que nos atan al pasado, al no puedo, a ese egoísmo que mata la vida.
En esos tres días vi una tierra nueva, vi un cielo nuevo, desde lo pequeño y profundo que se hace grande. Desde el despertar de aquello que nos aprisiona. Nuevas miradas y sonrisas, lágrimas de libertad, la danza de los íntimos deseos, le llamaría el Dr. Carlos Cabarrús sj, autor del modelo que seguimos en el Instituto. Una danza serena, conectada a lo más íntimo de nuestra intimidad donde está la espiritualidad, el amor, la fuerza que mueve la consciencia y provoca cambios. No puedo menos que agradecer y celebrar por esa danza que me llenó de profundas esperanzas.
Desde aquel espacio de unión latinoamericana que comparte historias de vida y de injusticia social, surgió la voz del manantial que invita a vivirnos de una manera plena. Una voz que silenciosa, pero que abiertamente seguirá provocado el renacimiento a nuevas formas de vida.
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