Las cadenas del abuso sexual
Parecería una secuela de historias de terror de esas que han invadido nuestras vidas en la televisión. Sin embargo no es así. Es una historia de vida, que sumada a otra y a otras se va convirtiendo en una cadena de historias que nos permite comprender porqué hay tanta infelicidad en los rostros de muchos niños, jóvenes y adultos.
El rostro del abuso sexual refleja la más lacerante de las heridas que puede sufrir una persona a corta edad, y que marca la línea de la vida de modo profundo, y a veces permanente. No ha sido fácil acompañar esta parte vulnerada de la humanidad durante veinte años. Todavía no alcanzo a comprender como la sociedad sigue fabricando agresores. No alcanzo a entender como un adulto puede golpear a un niño o una niña en una área tan frágil como es la sexualidad y continuar viviendo, funcionando y transitando por nuestras calles, como si no pasara nada, cuando la verdad es que debería ser un lastre inmensamente pesado.
Hace poco escuché varias historias de abuso de voces que casi no lograban hablar. Mujeres que tuvieron la valentía de nombrar esa herida que los ha mantenido encadenados a sentimientos de coraje, culpa, miedo, inseguridad, odio, y muchas veces la terrible contradicción de sentir cariño por el agresor, pues ya de todos es sabido que en la mayoría de los casos los agresores son familiares o seres conocidos y valorados por las víctimas.
Al escuchar estas voces pude ver cómo el abuso sigue rampante en nuestras familias y sociedad, a pesar de las muchas campañas de concienciación que llevamos. El abuso silente, un abuso que sabe acallar las voces de los que lo padecen y los confina a un mundo de fantasmas que los persigue desde el momento en que ocurre la agresión y por el resto de sus vidas, hasta que un día encuentran el espacio para soltar el dolor y el veneno que han cargado.
“No puedo, no me sale, no me atrevo decir lo que me pasó”, suelen ser reacciones verbales ante lo que con los ojos y el cuerpo ya no se puede callar. Ante años de condena al silencio, encadenados a escuchar las amenazas sutiles o violentas de los agresores para que no hablen de lo sucedido, de momento se abre un espacio sanador con miradas profundas donde, en una conexión de almas, nos vinculamos con ese niño o niña atrapado(a), y surge la voz casi sin sonido que expresa la tragedia: “fui abusado”, “fui violada a los cuatro años”, “fui tocada inadecuadamente por mi padre”, “fui molestada por mis hermanos”, fui, fui, fui…
Luego de un silencio sagrado, donde se reconoce, se valida y se da espacio a la expresión, surge el llanto, pero no cualquier llanto, sino el de aquel momento. El llanto que en muchos casos nadie escuchó, el llanto en el que nadie creyó. Un llanto que libera y que a veces fluye acompañado por algún grito o palabra que conjura, que drena, que saca el veneno que ha intoxicado el alma.
Desde ahí surge una nueva mirada, una expresión corporal distinta, un nuevo comienzo. Una mujer expresaba: “Hoy inicio mi vida donde la dejé hace muchos años”.
He visto muchas vidas reiniciar, he visto muchas vidas resurgir de las cadenas del abuso. Sé de buenos proyectos de apoyo, ayuda, orientación a mujeres, hombres, niños y niñas abusados. Pero aquí hay un asunto que es de todos, que no podemos seguir callando ni justificando.
Cuando un niño habla de abuso, es porque algo ha vivido. Hay que creerle, validarle y buscar vías de ayuda. Pero sobre todo, hay que protegerlo del agresor, del victimario que, por lo general, se esconde tras una máscara que a veces es difícil penetrar.
Hoy reconozco a todos los niños, niñas, mujeres, hombres y jóvenes que a lo largo de mi caminar me han hecho sensible, me han permitido tocar el dolor y el coraje hacia el abuso, me han permitido ser parte de su historia dolorosa y dar pasos en el camino de liberación.
Y les reconozco por su valentía, porque son guerreras, guerreros, que han sabido combatir la más cruel batalla: la de salvaguardar la dignidad de su verdadero ser interior, a pesar del daño sufrido. Les reconozco porque muchos son agentes de cambio, personas que en sus iglesias, familias, escuelas, universidades y trabajos ponen su gran sensibilidad para que otros no pasen lo que ellos pasaron.
No puedo menos que exhortar, que proclamar, que pedir, que sigamos construyendo un frente liberador contra el abuso sexual, que nos atrevamos a hablar del tema y denunciarlo, no importa dónde ocurra, que abramos espacios de expresión y ayuda para tantos que siguen esperando donde poder soltar esas cadenas que nadie debe llevar; las cadenas del abuso sexual.