El atardecer más hermoso después de María
Lo vi en el área oeste en estos días de Pascua a donde fuimos a compartir las celebraciones y el descanso propio de este tiempo. Dicen -y lo creo porque los he visto- que los atardeceres del oeste son los más hermosos de Puerto Rico. Pero éste fue especial. Fue un regalo que majestuosamente nos ofreció el cielo como si quisiera hablarnos del misterio que encierra la Resurrección en la que muchos seguimos creyendo dos mil años después.
Esta Pascua -la primera después de María- ha estado llena de significados y de una fuerte invitación a que me detenga y revise mi interior. María me revolcó mucho de los cimientos internos. No solo por la destrucción de nuestra isla, sino por tanto dolor que acompañé en las personas durante las misiones de abrazo solidario en las que visitamos muchas familias y comunidades. Dolor que me llegó hasta lo profundo del corazón y creo que será algo que vivirá conmigo por mucho tiempo.
Hace unos días mientras ofrecía un taller sobre Resiliencia después de María una persona me preguntó que cuál había sido mi fortaleza durante esos días -que aún mucho viven- en nuestro país. Sin pensarlo mucho contesté que lo que me sostuvo y motivó a dar lo más que pude en la calle con nuestras comunidades fue la fe que vi en las personas.
La fe que les hacía encontrar fuerzas para levantarse mientras las ayudan iban a cuenta gotas en el país. La fe que les permitía atenderse solidariamente unos a otros y compartir los bienes. La fe que alumbraba los rostros de quienes me abrazan a mí y me llenaban de su esperanza. La fe en un Dios que no abandona, aunque no se entienda bien cómo está presente en los momentos desoladores.
Esa fe que movió a tantos voluntarios y personas a ayudar a los demás. Los voluntarios que caminaron en mi brigada estaban llenos de una fe incansable, que nos permitió ir más allá de las rutas trazadas y recibir más donaciones de las esperadas para poder seguir llevando. La fe que como ese atardecer inexplicablemente nos lleva a creer en la certeza de lo que no se ve.
En la Pascua reafirmamos el que junto a Jesús Resucitado -uno de los misterios más grandes de nuestra historia- nosotros también resucitamos. Reafirmamos que es posible renacer a una nueva vida y transformar los desiertos y heridas que nos limitan de vivir plenamente.
Quizás algunos no entiendan bien todo esto del misterio Pascual pero estoy segura que sí podrán comprender -porque fue algo que todos vimos- el misterio divino- humano que nos ha permitido renacer de entre los escombros, muertes y heridas post María. Esa presencia misteriosa que desde el corazón de nuestro pueblo nos permitió superar los muchos obstáculos y renacer desde la esperanza.
En la Pascua celebramos al Resucitado y también celebramos a los que siguen optando por ayudar a otros a resucitar. A esas personas llenas de fe que abren las puertas cerradas, enfrentan las injusticias, proclaman la verdad y dan su vida por el bien de nuestro pueblo.
Es Pascua y el cielo me regaló el atardecer más hermoso después de María, para confirmar lo que solo creemos por fe, que Jesús Resucitó y nuestro pueblo seguirá resucitando.
La autora es Trabajadora Social y dirige el Instituto para el Desarrollo Humano a Plenitud. https://www.crecimientoaplenitud.org/
lortiz@csifpr.org