Mercedes y la Cuaresma
Mercedes es su nombre, la conocí mientras hacía la fila en la farmacia, y ella trataba de pagar su compra. Demasiado delgada para su estatura, demasiado encorvada y frágil como para andar sola con su bastón y una cartera, en la cual no lograba encontrar el dinero para hacer el pago. Allí estuvo un rato mientras la cajera, con gran paciencia, la ayudaba a escudriñar en la cartera y yo la observaba detenidamente. Al caer su bastón al suelo, me salí de la fila y fui a ayudarla. Mi pregunta casi desesperada fue: ¿usted anda sola?, a lo que me contestó que sí, con una mirada perdida. A partir de ese momento me dediqué a ayudarla con su gestión. Posteriormente le ofrecí llevarla y fue en ese momento que vi su hermosa sonrisa. La monté en mi carro y la llevé a su casa, en donde vive con una nieta que no vela por ella.
Mercedes me contó de sus prótesis y otras enfermedades, de su soledad y de como siempre aparecen personas buenas que la ayudan a llegar a sus citas y compras. Al llegar a la casa, la ayudé a bajar del vehículo y la dejé allí, en aquella casa en la que el olor a soledad me permitió comprender la tristeza de su mirada. Nos despedimos con un abrazo mientras me decía: “Jehová te bendiga”.
Entonces vino a mi mente el que justo esta semana iniciamos la cuaresma, con todos los ritos que conlleva un tiempo que la iglesia dedica a la conversión y el crecimiento espiritual. Muchos corren a ponerse las cenizas, a iniciar ayunos y penitencias para preparar el interior para la Semana Santa. Yo salí de aquella casita pensando en la invitación del Papa Francisco a la misericordia. Son muchos los “post” y mensajes que llenan las redes sociales sobre la solidaridad y las obras de amor al prójimo. Hoy esta viejita vino a mostrarme de lo que se trata la misericordia. De salir de la zona cómoda, de los discursos y prédicas para actuar por el que sufre. Actuar ante la realidad que nos golpea en la cara de las muchas personas en desventaja y que preferimos no mirar.
Me falta mucho en ese camino misericordioso, me ronda demasiado el egoísmo que se vuelve escama en los ojos y no me deja dar más de mí. Pero hoy Mercedes con su vejez, enfermedad y pobreza, me muestran la ruta de la conversión. Actos que pareciesen no tener importancia como ayudar a alguien en la farmacia o el supermercado, visitar a algún enfermo, contestar un mensaje de quien sacó de su tiempo para escribirte, ceder el paso en la calle, respetar la dignidad de la gente evitando el chisme y las burlas.
No sé cuántos más podrían ser simples actos que nos ayuden a crecer la práctica del amor que sigue siendo la respuesta. Quizás comencemos a sentir que algo se transforma en el interior -como eso que sentí con Mercedes- quizás esos actos los podamos convertir en prácticas de esta cuaresma y nos lleven a descubrir cómo la abundancia del corazón puede aliviar el dolor de la humanidad.
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