El pesebre y mi asalto
En esta tercera vivencia de mis pasados días en Guatemala escribo, no sé si con pesar o con esperanza, sobre el asalto que sufrimos en pleno centro de la ciudad, a pasos de la Catedral y el Ayuntamiento. Mientras caminaba y conversaba con tres religiosos que me dieron posada en su casa, se nos lanzó como avalancha una cuadrilla de jóvenes que fueron directo al bolsillo donde estaba el dinero que habíamos acabado de cambiar a quetzales –moneda de Guatemala- y salieron corriendo en estampida mientras nosotros quedábamos petrificados.
No nos agredieron pero sentimos como si nos hubiesen atacado. Un asalto planificado que muestra un modo de operar de jóvenes -pude ver a alguno de ellos- que tienen como manera de acceder al dinero esta clase de asaltos. Alguien nos explicaba que son redes que muchas veces incluyen a los mismos empleados de los bancos, policías y otros que velan y siguen a las personas para cometer el atraco.
A partir de ese momento empecé a escuchar con otros oídos las mismas historias que llevo escuchando hace cinco años que visito ese país donde buenos amigos me han abierto las puertas de sus hogares y proyectos de desarrollo humano para seguir nutriendo a nuestro pueblo. Historias de robos, asaltos, secuestros, extorciones, asesinatos. Comencé a darme cuenta que casi todas las personas que conozco han vivido alguna experiencia de violencia en su propio país.
Aquel asalto transformó mi experiencia por aquellas tierras. Por dos razones, la primera porque quedé sin dinero para lo que pudiese necesitar y la segunda porque pude ver con nuevos ojos y entender con nuevas razones el dolor de muchos hermanos que aguardan por la justicia. Pude visitar las barriadas, los lugares prohibidos de entrar, porque si te metes puedes no salir con vida. Pude presenciar pobreza descarada que viven las comunidades indígenas y muchas personas en la ciudad que apenas tienen para el sustento.
Las marcas y consecuencias de la inequidad, por un lado la opulencia y por el otro la miseria que encadena a la gran mayoría de la población. No justifico ni justificaré nunca la delincuencia. Pero hoy puedo entender, desde una profundidad cada vez más indignante, las muchas razones que encierran los actos delictivos de estos jóvenes que nos asaltaron.
Mis días por la bella Guatemala terminaron llenos de muchas experiencias hermosas. Comí de sus platos típicos, saboreé una rica cerveza gallo, visité volcanes, lagos, compartí con gente maravillosa y no necesité de un peso en el bolsillo pues con mucho amor fui acogida por seres llenos de gran bondad. Pude vivir eso del desapego y la confianza que viven los que poco tienen.
A días de celebrar la Navidad, me acerco al pesebre y encuentro en la paja y el estiércol respuestas para mis interrogantes. Veo la invitación a seguir eligiendo la apuesta al amor, en especial hacia los millones de desventajados de esta tierra. Veo cómo la estrella alumbra el camino que hay que seguir para transformar la inequidad que empobrece cada día a más personas con las muchas consecuencias que eso trae. Y sobre todo veo lo que viví allí en Guatemala; que hay una nueva manera de vivir que va contra la idea de que el bienestar y la felicidad dependen de la riqueza económica.
De esa nueva manera de vivir me hablan hoy, a días de la Navidad, el pesebre y el asalto. Es tiempo de alegría y fraternidad. De llenarnos de la esperanza que nos permita seguir trabajando por una nueva civilización. El pesebre en el que a solo días descansará el niño Dios nos invita a vestirnos para la fiesta donde todos podamos celebrar y a seguir preparando el interior para que sea el amor quien guie la vida que espera ser vivida. Una donde todos y todas podamos vivir plenamente.
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