¿Cómo es?
¿Cómo es?, frase boricua que ya conocen en ese nuevo mundo hispano que ha nacido en los Estados Unidos. Precisamente allá me encontraba hace unos días participando de un taller sobre la vida conyugal, sobre esa renovación que toda pareja necesita para reafirmarse en la opción del vivir y convivir desde la propuesta del amor.
Fue una experiencia que me permitió ahondar más en esas realidades y conflictos de pareja que muchas veces se callan hasta que ya es muy tarde, habiendo posibilidades, si se trabajan con tiempo, de evitar tantos dolores que se van acumulando, hasta la ruptura.
El ¿Cómo es? boricua surgió en un encuentro, con nuestro compadre y unos amigos costarricenses, mientras comíamos un rico pan de bono con café en una panadería colombiana. Entre risas y bromas me hicieron consciente de esa frase que, como muchas otras de nuestro argot, tiene diferentes significados desde el tono y el lenguaje corporal con que las utilicemos.
¿Cómo es? fue la expresión que me brotó del alma cuando ya casi de regreso de esta experiencia, me topé en una cafetería con una familia que -intuyo- podrían ser musulmanes, por la vestimenta de la mujer. Quedé impresionada desde que la vi con todas esas telas que le cubrían de pies a cabeza, dejando ver solo su mirada. Me di cuenta que llevaba lo que llaman una “burqa”, que es el pañuelo que cubre la cara dejando solo los ojos al descubierto. Por otro lado el varón estaba en pantalones cortos, camiseta y chancletas, cómodamente vestido para el calor que hacía por aquellos lares. Tenían un niño varón pequeño que corría libremente con sus tenis, mahones y t-shirt.
Mientras tomaba mis alimentos, disfrutándome cada bocado de aquel rico desayuno, no lograba quitar mi mirada de esta pareja, hasta que de momento me percaté que la mujer estaba comiendo -sí comiendo- por debajo de la “burqa”. ¿Cómo es?, me dije mientras casi doy un salto en la silla ante lo fuerte de aquella escena. La mujer -cabizbaja- metía y sacaba el sandwich de su ropa y casi no se le notaba si lo masticaba o se lo tragaba entero. El hombre comía felizmente, mientras le hablaba en ese tono que parecen órdenes en un idioma que solo ellos entienden. El niño seguía corriendo libremente.
Con el respeto que merece cada cultura y sus tradiciones, me pregunto cómo es posible que una cosa como esa se permita. Que se permita tal desigualdad que encierra mayores desigualdades que engendran las peores injusticias, hasta la mutilación femenina del clítoris que todavía se practica en muchos países. Que una mujer tenga que comer casi sin respirar, batallando para no comerse la tela de su manto, me parece una falta a la dignidad humana, un absurdo. Que el hombre y el niño vistan cómodamente de acuerdo al lugar donde se encuentran y se muevan libres, mientras la mujer casi ni puede caminar o respirar, me parece un acto de dominio injusto hacia el principio de la libertad a la que todos tienen derecho.
Las culturas, religiones y tradiciones. Este mundo diverso y lleno de cosas que aprender cada día, pero también lleno de grandes retos para que el mundo sea más humano. El grito de lo femenino sigue surgiendo desde todo el orbe y hay que escucharlo no esconderlo, no permitir que lo violento, lo machista, lo discriminatorio sigan lacerando la vida.
Finalmente cuando la mujer dejó a un lado su sandwich -no sé si porque se cansó de la batalla para comerlo- pude observar que sacó un celular y se puso a textear. ¿Cómo es? mira, mira –le exclamé a mi esposo- le es permitido mostrar sus manos y usar el celular…