Este domingo, la mayoría de las personas nos sentamos frente al televisor para ver cómo Donald Trump era ajusticiado políticamente por Hillary Clinton en la lucha entre ambos por ubicarse en la presidencia de los Estados Unidos el 8 de noviembre.

Presenciamos un intercambio verbal violento en un ambiente matizado por un video que degradaba la figura de Trump a niveles de delincuente sexual. Si a eso le añadimos su culpabilidad evidente como evasor de impuestos por 18 años, se anticipaba que Clinton acabaría con las aspiraciones de su adversario esa misma noche.

Eso no ocurrió. Y no ocurrió porque Clinton no pudo imponer un ataque agresivo en su argumentación, permitiéndole a Trump unos contraataques que la mantuvieron algo desconcertada. Curiosamente, el respaldo de la candidata demócrata a la gobernanza de Barack Obama, especialmente en su política exterior, le resultó contraproducente, cayendo en discusiones desfavorables sobre Siria, los líos en Oriente Medio y -finalmente- sus opiniones sobre Putin y los rusos.

Al enfatizar en la política blandengue de Obama en todos los órdenes, Trump identificó a Clinton con esas debilidades para entonces presentarse como el hombre fuerte que habría de hacer a Estados Unidos más respetable ante sus enemigos. Obviamente, eso es algo que apela al sentimiento de los nacionalistas “americanos”, que son la base del GOP.

El peor momento para Trump fue el comienzo del debate, cuando se puso en pantalla el video del 2005 que presentó al republicano como un agresor sexual, salpicando sus acciones con lenguaje vulgar y agresivo en contra de las mujeres. Pero, pasada esa turbulencia, el avión de Trump se elevó alcanzando paridad en el debate, y para sorpresa de todos, ya entonces, muchos pensamos que Clinton había desperdiciado la oportunidad de un “knockout”.

Aunque las encuestas de primera instancia puedan arrojar números que definen un triunfo para Clinton en el debate, la verdad es que batallando en aparente desventaja, Trump detuvo el “sangrado” en su campaña y -a mi juicio- capeó el temporal.

Esto quiere decir que el “monstruo” de Trump sigue vivo y lo suficientemente repuesto de sus tropiezos como para seguir siendo una amenaza para su nación y para la humanidad.