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Las cosas por su nombre

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La debilidad de la carne

Héctor O’Neill es un mastodonte del Partido Nuevo Progresista (PNP), una figura monumental cuya unción es indispensable para prácticamente todo político al que le interese cobijarse bajo el palio de la palma. Allí, en su momento, dieron saltos claves las figuras de los exgobernadores Pedro Rosselló y Luis Fortuño, a quienes el titán de la Villa de Caparra, con los hilos invisibles o a veces no tan invisibles que maneja desde las cumbres borrascosas de Guaynabo City, ayudó mucho a poner en camino al Palacio de Santa Catalina.

Desde el retiro de Ramón Luis Rivera, padre, y la muerte de Rafael Cordero Santiago y William Miranda Marín, no hay un alcalde más poderoso, más influyente ni al que se le rinda más pleitesía en todo Puerto Rico. Se le ve poco, pero cuando se le ve se deja sentir. En Guaynabo no se mueve un pelo sin que él lo autorice.

No puede decirse que sea un hombre sofisticado. Es más bien tosco y el tacto, la finura y las destrezas sociales no parece que estén entre sus virtudes. Mas eso no le ha impedido haber hecho de Guaynabo una de las principales ciudades del país y aunque la gente se queja de su afición por las rotondas y los tapones que estas causan, su comarca se ve, desde la superficie, mejor que la mayoría de las urbes puertorriqueñas.

Gracias a esto, gana elecciones con el desenfado de quien monda un guineo: 29,604 a 9,261 en el 2016 y 28,620 a 16,125 en el 2012, para dar solo dos ejemplos. Se dice que lleva un par de años pensando en el retiro, pero tiene un problema, no muy pequeño que digamos: tramaba traspasarle el trono a uno de sus dos hijos varones, pero estos se estrellaron antes de despegar.

Según era de bueno con quienes le querían, era de implacable con quienes le hacían sombra. Pregunten, si no lo creen, al exrepresentante Ángel Pérez, quien hace poco era una joven estrella ascendente en el PNP, protegido de O’Neill, hasta que cometió la fatídica indiscreción de decir en voz baja que le interesaba ser el próximo líder de Guaynabo cuando el benefactor faltara, razón por la cual fue aplastado inmisericordemente por el alcalde, al punto que no ha podido volver a beber del cántaro fresco de un puesto electivo.

Es posible que a O’Neill se le esté acabando el perfume. Vienen saliendo de Guaynabo hace un tiempo noticias muy feas, relacionadas con una aparente incapacidad del alcalde de aceptar un no de empleadas del municipio que hubieran despertado su interés sentimental. Una demanda que está ahora mismo en etapa de descubrimiento de prueba dice que O’Neill y uno de sus hijos confundieron al ayuntamiento con un harem privado.

Esta semana se supo, además, que el alcalde transó nada más y nada menos que por $300,000 una demanda de hostigamiento sexual de una empleada con la que, según ha trascendido, tuvo un brete romántico por algún tiempo y con la que se puso potrón cuando la joven ya no quiso seguir. O’Neill emprendió entonces un brutal patrón de hostigamiento sexual y laboral contra ella y contra su compañero sentimental, también empleado del municipio, quien igual cogió su dinerito, unos $150,000 según algunas versiones, a causa de los desvaríos libidinosos del alcalde.

Los detalles en la querella de la joven, de las cosas que supuestamente hizo el alcalde cuando se supo rechazado, son de una sordidez y una crueldad imposibles de tolerar. Se entiende por qué O’Neill estuvo dispuesto a pagar tanto para que nada más de esto se supiera. El acuerdo, dicen, incluye una cláusula en la que la víctima se compromete a no cooperar con ninguna otra pesquisa sobre estos hechos.

O’Neill tiene el rancho ardiendo a causa de esto.

Es verdad que todas las agencias que pudieron haberse interesado en el tema –el Departamento de Justicia, la Oficina del Fiscal Especial Independiente, la Procuradora de la Mujer y la Oficina de Ética Gubernamental– han hecho contorsiones circenses para evitar intervenir, temiéndole, tal vez, al poder de O’Neill y confundiendo, al parecer, las señales de los tiempos, creyendo que el país tolera imputaciones como estas de la manera en que quizás las hubiera tolerado antes.

Pues se equivocaron de aquí a Marte. El país está ferozmente indignado con las actuaciones que se le imputan a O’Neill y eso incluye a amplios sectores de la militancia del PNP. Se está hablando de caerle con piquetes a donde quiera que vaya y se les está pidiendo a políticos del PNP que tomen bando en este escándalo.

El gobernador Ricardo Rosselló, quien es criatura de una época distinta a la de O’Neill y no le debe mucho porque el alcalde apoyó a su rival en primarias, ha dicho que actuará “decisivamente” si se prueba la verdad de lo ventilado. Ayer, dio al alcalde 24 horas para que explique todo lo relacionado con este caso, incluyendo de dónde sacó el dinero con el que evitó que este asunto llegara a corte.

No dijo qué hará si hoy el alcalde no pone todas las cartas sobre la mesa. Ayer no parecía que O’Neill hubiera entendido del todo la arena movediza en que está. Se le vio feliz, sonriente y despreocupado en un carnaval en su municipio, junto al senador Carmelo Ríos, uno de sus protegidos. Dijo que no le había contestado al gobernador, entre otras cosas, porque estaba ocupado cocinando 2,000 patitas de cerdo en el carnaval.

Las tormentas pasan. O’Neill lo sabe. Ha pasado otras antes. La última: en el 2013 decenas de sus empleados fueron acusados de haberse mudado fraudulentamente a Guaynabo para alterar el resultado de una primaria en favor de un protegido suyo, pero el caso se deshizo en el aire como tantos escándalos en este país.

En las próximas horas sabremos si O’Neill cree que esta tormenta también pasará, si puede cobrar algunos favores que haya hecho o si la debilidad de la carne será su ruina, como lo ha sido de tantos líderes. En los próximos días sabremos si el país es capaz de tolerar actuaciones de tal gravedad contra la mujer de parte de un funcionario público de tanta influencia o si este drama se difumina en el horizonte como muchísimos otros.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay. Facebook.com/TorresGotay)

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