Lo único que nos queda
Son las dos hipérboles de siempre: “estas son las elecciones más importantes en la historia de Puerto Rico” y “se nos va la vida en esta elección”. Se han repetido tanto que ambas, por abuso, perdieron mucho de su significado. En esta ocasión, sin embargo, más nos vale que prestemos mucha atención, porque ahora sí que estamos ante una elección que de verdad es de las más importantes y, si no estamos pendientes, realmente se nos puede empezar a ir la vida en los próximos cuatro años.
El cuatrienio por terminar ha sido, quizás, el más duro de nuestra historia. El manejo irresponsable de las finanzas gubernamentales durante las últimas tres décadas, por gobiernos tanto rojos como azules, nos pasó factura. El endeudamiento nos agarró por el cuello y nos impide respirar.
El Gobierno quebró. Vimos a contraluz la estructura gubernamental y quedaron expuestas sus vísceras decrépitas: como castillos de arena arrasados por una ola, colapsaron prácticamente todas las instituciones públicas, desde la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) hasta el Banco Gubernamental de Fomento (BGF), pasando por los departamentos de Hacienda, Salud y muchos otros.
El golpe nos sacudió de un largo sueño. Despertamos como despierta el que le tiran un vaso de agua fría en la cara. Nada es, ni volverá a ser igual.
La crisis tuvo un desenlace traumático. Estados Unidos nos quitó la poca democracia que nos había concedido en 1952. Nos devolvió a lo primitivo, a la manera en que se conducían los españoles con respecto a los taínos cuando llegaron en 1493, o los estadounidenses con respecto a los criollos en 1898.
Designó una Junta de Supervisión Fiscal que no tiene que rendirle cuentas a nadie, cuyos poderes superan a los del gobierno electo por los puertorriqueños.
Llegó la Junta blandiendo una espada filosa y con destellos aterradores. Todo está sobre la mesa, esperando la violenta sacudida. Están en juego las pensiones de nuestros padres, las escuelas y universidades de nuestros hijos, nuestro medio ambiente, mucho más.
Habrá quien diga que, precisamente por la presencia de la Junta, las elecciones de este martes carecen de importancia mayor, porque el radio de acción del gobierno local ha sido limitado de tal manera, que realmente será irrelevante si en las habitaciones del ostentoso Palacio de Santa Catalina pernocta uno de los que estará en la papeleta del martes, o un caimán de los que abundan en Vega Baja.
Hay quien ha llegado al extremo de sugerir, un poco en broma, pero con mucho de serio, que debieron suspenderse las elecciones y ahorrarnos el dinero para ponerlo a la disposición de la Junta.
Hay quien tiene fe ciega en la Junta, pensando que peor ya no nos puede ir. Hay quien propone abstenerse.
Si se examinan a fondo esos argumentos, puede existir la tentación de encontrarles la razón. Para qué elegir a quien no mandará, por un lado; el dinero debió ser dado a la Junta para que lo reparta entrelos pobres, por el otro; tanto mal nos han hecho los que nos han gobernado, que se parecen tanto a algunos de los que aspiran, que es mejor confiar en la Junta, finalmente. ¿Para qué votar, pues?
Mas es precisamente por lo recién expuesto que son tan importantes las elecciones de este martes.
Veamos:
Las sociedades funcionan en armonía cuando hay separación de poderes; velándose unos, se velan a otros.
Donde no hay separación de poderes, lo que hay es tiranía. La Junta, que no responde a nadie, tiene, por tanto, algo de eso, de tiranía, porque no existe ningún poder formal que le haga contrapeso.
Tiene el contrapeso, por supuesto, de los tribunales. Pero eso solo en caso de que alguna acción suya sea explícitamente ilegal. Todos sabemos que lo malo, lo dañino, lo inmoral, no siempre es ilegal.
Ahí radica la importancia de las elecciones del martes: el gobernador o gobernadora de Puerto Rico puede y debe ser ese contrapeso que la Junta no tiene ahora mismo.
El que gobierne tiene voz en la Junta, pero no tiene voto. No obstante, está obligado a trabajar de cerca con los miembros del organismo (aunque sea, como han dicho dos de los que aspiran, para negociar su salida) y en ese vaivén, presumiblemente, estará al tanto de sus planes. Al menos se enterará de lo tramado antes que el resto de los puertorriqueños, y tiene acceso para expresar sus ideas sobre lo que se proyecta hacer.
Necesitamos, por lo tanto, un gobernador o gobernadora sobre el que sintamos la suficiente confianza de que va a tener la valentía de decirle a la Junta: ‘Mire, míster, esto no’, y si no es escuchado, convocar al País a hacerle frente a alguna iniciativa injusta, inmoral o, simplemente, equivocada de la Junta.
Eso es lo que se llama ser un contrapeso, el modelo en el que se basan todas las democracias.
Veamos solo un ejemplo de lo que puede ocurrir: la Junta está en el proceso de designar a un “oficial de revitalización”, que tendrá entre sus poderes la aprobación de proyectos de infraestructura y energéticos “críticos”, por encima de cualquier ley de protección ambiental de Puerto Rico que sea impedimento para dicho proyecto “crítico”.
Supongamos, por un momento, que ese oficial de revitalización propone y aprueba, sin contrapesos, un proyecto que sea perfectamente legal, pero dañino para nuestros preciados recursos naturales.
¿Vamos a querer un gobernador o gobernadora que baje la cabeza y calle ante una amenaza como esa, o peor aún, que se convierta en cómplice y promotor de la amenaza (incluso, acomodando amigos para que se lleven el contrato), o uno que después de manifestar enfáticamente su oposición ante la Junta, si no es escuchado, denuncie ante el País la amenaza y nos convoque a hacerle frente?
De la misma manera, estarán en juego ante la Junta en los próximos años asuntos relacionados con las pensiones de los retirados, con la Universidad de Puerto Rico (UPR) y con las escuelas públicas, entre muchas otras.
Todas necesitan reformas, pero reformas sensibles que partan del entendimiento de lo que es la sociedad puertorriqueña, algo que nadie de los que están en la Junta ahora entiende plenamente.
La única voz en la Junta a la que podemos pedirle cuentas es al gobernador o a la gobernadora que elijamos con nuestro voto este martes.
Trágicamente, esa voz no tendrá voto. Pero la historia nos ha acostumbrado a los puertorriqueños a darle la vuelta a lo que haya que darla y en esta ocasión no será diferente: no tenemos voto, pero tenemos voz, y si elegimos un valiente o una valiente, nuestros intereses no estarán del todo desprotegidos ante el nuevo estado de las cosas.
Eso es lo que está en juego este martes. Casi la totalidad de las promesas que han hecho los candidatos y candidatas en sus bonitos anuncios durante los pasados meses carecen de sentido, porque valen dinero y todo lo que vale dinero está sujeto a la voluntad de la Junta. Lo que de verdad importa, lo que tenemos que mirar con lupa, es cuál va a ser la actitud que asuma el que gobierne ante la Junta, si de mansa complacencia o desafío cuando lo mande la circunstancia.
Eso es lo único que nos queda.