Don Privilegio
Don Privilegio nunca se levanta por el lado izquierdo de la cama, porque su cama no tiene lado izquierdo. No se le ensucian los pies, porque camina elevado a diez pulgadas de la superficie. No suda, porque para desplazarse no tiene que esforzarse, sino dejarse acarrear por la suave brisa que le ha cargado desde que es Don Privilegio, bien porque nació así, como es tan común, o porque se lo ganó con dinero, acceso, belleza, suerte o sabiendo adular lo justo.
En las mañanas, Don Privilegio abre de par en par las ventanas, se asoma y desde su promontorio, cuidándose de que el viento no se le estropee el peinado perfecto, contempla, con ánimo desvinculado, el panorama. Abajo, hay un hormiguero caótico: las gentes comunes chocan unas con otras, sudan, se afanan, brasean, se dan codazos, buscando cómo levantar cabeza de la ciénaga de dificultades que los ahogan, buscando cómo sobreponerse con decencia a todo lo que hay de complicado en este país.
Don Privilegio, “Privi” para sus allegados, cierra la ventana. Lo que pasa allá abajo, eso no es asunto de él.
Don Privilegio es, eso sí, un hombre de proyectos y, ocasionalmente, de caprichos. Un día le dio con estudiar una maestría en el extranjero. Recordó, o le recordaron, porque Don Privilegio a veces no necesita ni sus propias ideas, así de mucho es que lo quieren, que la Universidad de Puerto Rico (UPR) da becas para esos propósitos. Le llaman “becas presidenciales”.
Habían dejado de existir un tiempo atrás, porque la cosa hace tiempo que no está fácil aquí. Pero como Don Privilegio es Don Privilegio, pues las becas resucitaron para que él pudiera beneficiarse. Y resucitaron casi en secreto. Pocos lo sabían, entre estos, claro está, Don Privilegio, pues Don Privilegio siempre tiene un paso al frente con relación al resto de los mortales. Se agenció la beca sin tener que competir con otros que quizás tenían iguales méritos que él, pero, mala suerte, cero conexiones.
Hubo otro momento en que a Don Privilegio le dio con tener una casa para deshacerse de las tensiones en la orilla de la playa, en La Parguera. Qué importa, pensó Don Privilegio, que la Constitución de Puerto Rico diga en perfecto español que las playas son para el disfrute irrestricto de todos. Las leyes son para otro, no para él. Por algo es Don Privilegio y lo que él quiere, él lo consigue.
Tuvo que enfrentar, eso sí, muchísimos pleitos legales y dificultades, porque, no hay que ser tampoco demasiado injustos, no siempre las cosas son del todo fáciles para Don Privilegio. A veces, solo a veces, tiene que forcejear un poco para alcanzar lo que su corazón anhela. Pero siempre lo alcanza. Esta vez no fue la excepción.
En mayo se presentó un proyecto para legalizar las casas de la Parguera y, con tantas medidas de verdadera justicia atascadas en el trámite legislativo, víctimas casi siempre del mismo Don Privilegio, esta pasó el trámite legislativo con la celeridad de un gato, a pesar de la mucha gente que se le oponía.
Ahora la medida solo espera la firma del gobernador para que Privi pueda sentarse en paz en el balcón de su bella casita y mirar los espectaculares atardeceres de Lajas sin ninguna cuita legal importunándolo, que eso es para otra gente.
Don Privilegio a veces se las da de galán. Así le pasó en agosto del año pasado en un club de Fajardo, donde se puso sabrosón con una dama casada. El marido de la dama ofendida salió a defenderla y cogió el marido la pela que se le perdió a Magoyo de parte de Don Privilegio, que casi le arranca la lengua, le fracturó el hueso del oído izquierdo y le abrió una herida en el mentón que obligó a que se le tuviera que practicar una cirugía maxilofacial.
Una vuelta así le hubiera costado a Tito Barbero o a Pepe Cajero de Burger Queen lo menos, lo menos, una noche en el duro banco de la celda del cuartel más cercano. Pero a Don Privilegio no. A casi un año de los hechos, un caso tan simple sigue languideciendo en el pantano de la justicia, porque Don Privilegio conoce gente aquí y conoce gente allá y, además, puede contratar abogados pesos pesados de los que saben cómo torcer y retrasar los procesos.
Todavía es la hora, miren qué cosa más tremenda, que nadie ha sido juzgado por el brutal ataque.
No siempre las cosas le salen a Don Privilegio a pedir de boca, aunque al principio lo parezca. Es que Don Privilegio es como los caballos de Abdera de los que nos contó una vez, con maestría sin igual, el gran Leopoldo Lugones: “Eran verdaderamente notables corceles, pero bestias al fin”.
Don Privilegio compró con donativos políticos a algunas de las figuras más importantes de este gobierno y andaba campeando por su respeto en las agencias, acomodando a gente que le era fiel y agenciándose contratos para los que no estaba calificado. Mas quiso el destino que diera un par de pasos en falso y cayó en las redes federales. Se le vio esposado y cabizbajo llegando la corte federal, con la cara de espanto del que no esperaba que jamás en la vida algo así le pasara.
Don Privilegio se burla, en cuanto foro tiene a su disposición, y no son pocos, de los que protestan por X o Y injusticia. Él, que lo único sudado en la vida han sido un par de partidos de tenis o de golf, desprecia con pasión a los que, en minoría y casi siempre vituperados, cogen sol y macanazos por oponerse a algo que está mal. Es que Don Privilegio le tiene terror a cualquier cosa que remotamente parezca que puede alterar el orden en que, a pesar de los desatinos ocasionales e inevitables, tan cómodo está.
Por eso la fobia a los pelús, a los de la piel curtida por el sol, a los de manos callosas, al grito y la denuncia, porque es sabido que, en el fondo de casi todo lo que parece irracional, inexplicable o abusivo desde las esferas oficiales, está la sombra agazapada de un Don Privilegio que, con golosa discreción, alimenta su abundante panza con lo fatulamente sembrado.
(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)