Un problema de poca importancia
Hayocasiones en la vida en que lo obvio, de tanto estar ahí, se hace transparentey resulta necesario repetirlo para que vuelva a existir. El periodismo, despuésde todo, es, según el veterano editor de periódicos británico Harold Evans, unabatalla constante contra la amnesia colectiva.
Vamos,pues, a dedicar este espacio hoy a repetir algunas cosas que, por obvias, sedeslizan como agua entre los dedos hasta que dejamos de verlas y dereconocerles su importancia.
Esto,por ejemplo: las posibilidades de éxito en la vida de una persona crecen en lamisma medida en que tenga una buena educación. Primero se aprende a leer,escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir, un segundo idioma,historia, cosas así.
Másposibilidades de éxito habrá si, después de aprender lo antes mencionado, quees solo lo básico, se profundiza aún más y se adquiere un título, unaprofesión, un oficio, una especialidad, una destreza que muy pocos otros puedanhacer igual a uno.
Laspersonas y los países se parecen más de lo que se ve a simple vista y esto dela educación es quizás el mejor ejemplo. Una buena educación es la plataformadesde la cual las personas despegan hacia mejores oportunidades en la vida; losbuenos sistemas educativos son la zapata desde la cual se construyen sociedadesordenadas y solidarias. La educación le da a la persona las herramientaspara entenderse y avanzar en la vida. Los buenos sistemas educativos preparan alos países para afrontar los inmensos retos del presente y del futuro.
No escasualidad que múltiples encuestas a nivel mundial establezcan que los paísescon las economías más robustas tengan también los mejores sistemas educativos.Con ligeras diferencias, los países generalmente señalados como que tienen losmejores sistemas educativos son Corea del Sur, Japón, Singapur, Hong Kong,Finlandia, Reino Unido, Canadá, Holanda, Irlanda y Polonia.
Puerto Ricono aparece en esas listas por ser una colonia de Estados Unidos que no tienepersonalidad internacional propia. Pero nadie tiene que decirnos que nuestrosistema educativo es, como casi todo lo que tiene que ver con gobierno aquí, undesastre.
Nadie tieneque decírnoslo porque, los que no somos ciegos, los que consideramos uncrimen sin nombre lo que se perpetra a diario contra nuestro futuro desde laoficialidad, lo vemos tan claro como el agua.
Hiere lomás profundo del alma de nuestro país las insólitas dificultades que enfrentanlos padres y madres de niños de educación especial para acceder a servicios;insulta cómo niños son mantenidos meses en el ocio porque no se ha nombrado unmaestro que los atienda; golpea cada vez que se sabe que la inmensa mayoría denuestras escuelas no cumplen con los estándares mínimos de calidad; maltratarver el estado en que están las plantas físicas de nuestros planteles.
Ofende veral secretario de Educación, Rafael Román, cuyo lema, según él mismo reveló estasemana, es “los ha habido peores”, tratar de tapar el cielo con lamano y querer justificarlo todo con la insultante excusa de que en lamayoría no hay problemas, cosa que, cuando todo esté dicho y hecho, también hayque poner en duda.
Este es unproblema grave y viejo al que nunca se le ha dado la prioridad que mereceporque es el problema de los que no tienen el derecho a tener prioridades. Másclaro: es un problema de los pobres, porque aquí todo el que puede, de clasealta, de clase media y a veces hasta menos, pone a sus hijos en escuela privaday la crisis en la educación pública pasa entonces a ser un problema de otros,de los menesterosos y desamparados, de los que no tienen más remedio quebatallar contra esa bestia mitológica que es el Departamento de Educación.
La crisisen la educación pública, si se fija, no ha salido nunca en The Wall StreetJournal, ni Barrons, ni hay congresistas interesados agitando desde el nortepara que se haga algo, ni su colapso amenaza ningún fondo de inversiones, nicausará la degradación de ninguna deuda, ni ha sido objeto de los análisissque, de cuando en vez, de un tiempo a esta parte, nos obsequian entidades comola Casa Blanca y la Reserva Federal.
A nadie,por lo tanto, parece importarle, solo a las madres y padres que seamarran a portones para que los oigan o a los desdichados que sacan a sus hijosen sillas de ruedas a coger sol en un piquete para llamar la atención, aunquesea por un rato, de la prensa o del político de ocasión.
Es unproblema que solo nos ocupa cada agosto, mientras el resto del año el sistemasigue resquebrajándose, lejos del ojo de los que se llenan la boca hablando derevolución educativa o de que los niños son primero.
A nadie leimporta, pues sus hijos reciben, en un nivel de calidad proporcional a lo quese pueda pagar, una educación apropiada en escuelas privadas.
Sialgo va a sacar al país del atolladero histórico en que se encuentra, esuna educación pública de calidad, que es de donde parte todo. Un paísmejor educado es menos violento, más creativo y emprendedor. Incluso, votamejor.
Por lamanera en que todos los que nos han gobernado tratan este tema, pareceríaque lo que quieren es precisamente todo lo contrario.
(benjamin.torres@gfrmedia.com,Twitter.com/TorresGotay)