La tormenta que arrasa al PPD
Una tormenta está azotando los cimientos del vecindario político partidista tradicional puertorriqueño. Una de las casas, la roja, la del Partido Popular Democrático (PPD), ha perdido techo y ventanas y amenaza con derrumbarse en medio del ciclón. La otra, la azul, la del Partido Nuevo Progresista (PNP), ha perdido uno que otro tiesto y quizás le entró un poco una ventana que alguien olvidó cerrar bien. Pero ha aguantado la embestida más o menos incólume.
Los escombros están cayendo en otro vecindario, el de los candidatos independientes, que, en este momento, parece que tienen la oportunidad de usarlos para crear un nuevo escenario político en Puerto Rico.
Así, a grandes rasgos, pueden interpretarse los resultados de La Encuesta de El Nuevo Día, que difundió hoy este diario y que revelan que a un mes de las elecciones Ricardo Rosselló, candidato a la gobernación del PNP, ganaría las elecciones con 40% de los votos, versus 28% que tiene el líder del PPD, David Bernier.
Lo más asombroso de La Encuesta es lo que viene a continuación: los candidatos independientes a la gobernación, Alexandra Lúgaro y Manuel Cidre, tienen entre los dos 22% de intención del voto. Lúgaro, abogada y empresaria en el campo de la educación, tiene 13% de intención de voto. Cidre, veterano empresario de panaderías, tiene 9%. Esos son números que nunca había logrado ningún candidato que se presentara a la gobernación fuera del PPD o el PNP.
Los partidos Independentista Puertorriqueño (PIP) y del Pueblo Trabajador (PPT), tiene 3% y 1% respectivamente, lo cual significa que sus números no serán muy diferentes de los que obtuvieron las pasadas elecciones.
Puerto Rico vive un colapso fiscal y económico de proporciones históricas. Analistas y observadores llevan tiempo salivando con la idea de que los únicos dos partidos que han gobernado durante toda la última mitad del Siglo XX y lo que va del XXI iban a sufrir una fuerte sacudida en estas elecciones, tanto por el trauma de la crisis, como por el carisma y el mensaje fresco de Lúgaro y Cidre.
Llegó entonces la tormenta, pero no en la dirección que muchos esperaban. Se prevé un aumento en la abstención, pues en este momento solo el 71% de los electores hábiles dice que irá a las urnas el 8 de noviembre. Todo indica, además, que habrá un aumento significativo en los votos de los candidatos independientes. Pero la ruta que señala La Encuesta es que la frustración de los electores se concentrará casi exclusivamente en el PPD y su candidato Bernier.
Dentro de las circunstancias, eso es normal, por varias razones.
El país se deshizo mientras el PPD lo tenía a cargo. Bernier no ha podido desprenderse de la imagen de que era el segundo en mando durante tres años del desastroso cuatrienio. El caso criminal contra el recaudador popular Anaudi Hernández destapó, además, una cultura de corrupción que rozó las más altas esferas de la colectividad.
Y, para colmo, el Estado Libre Asociado (ELA), el eje del PPD, la pega que lo mantuvo más o menos junto por seis décadas, fue completamente deslegitimado nada más y nada menos que por Washington con la ley PROMESA y la decisión del caso Sánchez Valle. Ya en medio de esas circunstancias, y sin que se sospechara todavía del auge que iban a tener los candidatos independientes, el PPD se presentaba a estas elecciones en una posición de extrema vulnerabilidad.
La casa no tenía bases firmes.
El caso del PNP es completamente diferente. La quiebra definitiva se produjo mientras estaban en oposición, lo que les permitió darle vuelo a la narrativa de que es responsabilidad exclusiva del PPD, pues el electorado tiene memoria corta y ha olvidado las acciones de los exgobernadores Pedro Rosselló y Luis Fortuño que contribuyeron a la debacle.
Pero hay otro elemento que explica con mayor claridad porqué el PNP no ha sufrido más que un par de rasguños insignificantes durante la tormenta. Ese elemento se llama estadidad. Al PNP lo junta la idea de que logrará la anexión a Estados Unidos en el futuro cercano. Ese es un mensaje claro, con el que se entusiasman los unos a los otros constantemente, que les apasiona y les energiza y del que nada, ni siquiera la frialdad de Washington con el tema, logra desviarlos.
El PNP puede destrozarse en una primaria, como casi hizo este mismo año, y a la hora de la verdad la idea de la estadidad los junta y los lleva derechitos y en fila a las urnas, a rajar papeletas con pasión. No hay candidato independiente que pueda hacer una mella significativa en esa religión.
El PPD, por su parte, se quedó sin el ELA. Bernier hizo un esfuerzo por convertirlo en una colectividad “pos-status”. El intento resultó del todo vano.
El 40% de apoyo que tiene el PNP en La Encuesta dista mucho de ser un nivel de apoyo óptimo de cara a unas elecciones generales. Pero en las circunstancias actuales, con el resto del electorado repartido entre cinco otras opciones, es más que suficiente para alzarse con el triunfo.
El reloj corre contra el PPD y el tic tac viene ahora con tonos sombríos. Para tener opción de triunfo, a lo único que puede aspirar Bernier es a tratar de convencer a algunos de los que simpatizan con los independientes de que un voto por Lúgaro o por Cidre es, en efecto, un voto por Rosselló. La Encuesta revela que solo el 53% de los simpatizantes de Lúgaro está totalmente seguro de que al final votará por ella. En el caso de Cidre, esta cifra baja a 47%.
Los vientos siguen soplando fuerte, sobre todo con la fiscal federal Rosa Emilia Rodríguez y el director del FBI, Douglas Leff hablando entusiasmados en público de posibles nuevas acusaciones en el caso Anaudi. Pero si Bernier logra convencer de que voten por él a la mitad de los que ahora simpatizan con Lúgaro y Cidre, la contienda puede ponerse más o menos interesante.
De lo contrario, es hora de, como en los juegos de baloncesto cuando se pierde por 20 puntos faltando menos de dos minutos, empezar a pensar en el próximo partido.
(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)