La primera piedra
El rival de David Bernier en las elecciones de noviembre no se llama Ricardo Rosselló. Ni Manuel Cidre, Alexandra Lúgaro, María de Lourdes Santiago o Rafael Bernabe, por si acaso. El rival de David Bernier tiene otro nombre y otros apellidos, los cuales son harto conocidos por todos nosotros: ese rival se llama Partido Popular Democrático (PPD).
La historia política de este país es larga y enrevesada, pletórica de vuelcos imprevistos y saltos mortales, con no pocas dosis de paroxismo, drama e insidia. Pero nunca habíamos visto a un candidato tratando de desmontar desde adentro el mismo partido que, quizás sin saber en lo que se metía, lo postuló para la gobernación.
El PPD se fundó en los años 40 bajo la mitología de “vergüenza contra dinero”. Pero la historia es elocuente en cuanto a que en el camino se les fue agotando la vergüenza y les fue quedando solo el dinero.
En esto, manos arriba, es indistinguible del Partido Nuevo Progresista (PNP). Ambos son feudo de potentes intereses económicos que les lubrican las ostentosas campañas electorales para poder prenderse después del presupuesto público como abejas de un panal, dejando al Estado desvencijado mientras florecen fortunas personales a lo acné en rostro juvenil.
Nos lo dijo el desfile de mamelucos anaranjados durante el gobierno de Pedro Rosselló, todo lo truculento que se venteó durante el juicio contra Aníbal Acevedo Vilá, el despilfarro de millonadas entre amigos durante la incumbencia de Luis Fortuño y el inventario de ignominias que se está ventilando en el caso del recaudador popular Anaudi Hernández.
Bernier dice que quiere cambiar eso.
La sinceridad de su propósito, por supuesto, solo se podrá aquilatar en toda justicia de aquí a un tiempo. Se acerca, con tropel de rumiantes, la elección general. El PPD mira con horror el calendario que le acerca inexorable a una fecha que parece más cadalso que día. El “Caso Anaudi” desnudó una cultura de corrupción en el PPD que ha sacudido los cimientos más profundos de la casa roja.
Hay ahí incentivo suficiente, vean, para que David Bernier quiera intentar una representación teatral que convenza a los convencibles de que, como dice el viejo estribillo, “ahora sí, el cambio viene”. Mas si es teatro aún no se sabe, y lo que se ha visto hasta ahora es que a pocas semanas de las elecciones, cuando todo político normal estaría tratando de cortar flecos, Bernier está tirando gases lacrimógenos y obligando al PPD a mirarse cara a cara con su peor naturaleza.
Desaciertos los ha tenido, por supuesto. Ambivalencia, también se le vio a veces. Del “Caso Anaudi” y las implicaciones contra Jaime Perelló se sabía oficialmente desde diciembre del año pasado y extraoficialmente desde mucho antes. Bernier, claro, se tardó más de lo sensato en intentar domar a esa bestia.
Mas dejando a un lado los desatinos estratégicos y la insensata espera, nadie puede negar que Bernier se jugó una carta muy arriesgada cuando condicionó su candidatura a la salida de Perelló de la presidencial cameral y ahora que está tomando la insólita ruta de pedirles a los populares que no voten por este en las elecciones.
Eso es algo que nunca se había visto. En el 2008, por ejemplo, el entonces senador del PNP Jorge de Castro Font fue arrestado y encarcelado a pocas semanas de las elecciones. Fortuño, entonces candidato, pidió primero que De Castro Font saliera de la papeleta, pero cuando no lo logró pidió voto íntegro para el PNP con la esperanza, que resultó acertada, de que después otro ocupara el escaño, aunque eso invitara a los miembros de su partido al cuestionable acto de votar por un reo.
Bernier no quiere llegar a eso. No quiere que Perelló salga electo y ya, aunque eso le cueste un escaño al PPD. Muy poca gente en la Pava le ha hecho coro en esto a Bernier, solo algunos alcaldes y los legisladores Luis Vega Ramos, Manuel Natal y Ángel Rosa. En el resto del PPD la actitud es la de quien, al caminar por la ciudad y ver dos conocidos peleando en una acera, se apresura a cruzar a la otra, mirando de reojo, tratando de no ser reconocido y verse así obligado a tomar bando en el conflicto.
La interpretación más común que se ha dado a esta coyuntura es que a Bernier le falta liderato. Si no puede manejar su partido, menos podrá manejar al país, dicen por ahí. Pero hay otras posibles interpretaciones menos perceptibles a simple vista.
El “Caso Anaudi” demostró que el virus de la corrupción está metido en el torrente sanguíneo del PPD, como los años de Pedro Rosselló demostraron que lo estaba en el PNP. No todos los miembros de esos partidos, por supuesto, han cometido actos que se puedan tipificar como delitos.
Pero por la manera en que siempre se ha hecho política en el PPD y el PNP, prácticamente todos sus candidatos e incumbentes han incurrido alguna vez, con mayor o menor gravedad, en las prácticas de recaudación, pago de favores con bienes públicos y relaciones incestuosas entre partido y gobierno que, un pasito más, un pasito menos, podrían convertirse en delitos criminales. Son muy pocos, por lo tanto, los que, libres de todo pecado, pueden tirar la primera piedra.
El caso de Bernier es diferente. Está en su primera campaña política. Está viendo el monstruo por dentro por primera vez. Al verlo, hizo un planteamiento que tiene más significado del que se le ha reconocido: hacer política en el estilo que desemboca en casos como el de Anaudi Hernández, ha dicho Bernier, “no vale la pena”.
Bernier cree que él sí puede tirar la primera piedra. Y lo hizo.
Por eso está prácticamente solo. Por eso demasiados líderes populares, de ahora y de antes, miran para otro lado o se han quedado en un silencio de cadáver en esta coyuntura crítica. Por eso la actitud de muchos es dar por segura la derrota y aguantar la respiración en lo que queda de cuatrienio, esperando a enero de 2017 para acomodarse en paz en sus escaños de minoría y que la vida vuelva entonces a su turbia normalidad.
(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)