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Las cosas por su nombre

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El caso Lorenzo y el fracaso de la justicia

Nadie vio a Pablo Casellas matando a Carmen Paredes. Pero la fiscalía logró, en aquel caso, dibujar con absoluta precisión todos los pasos que dio el acusado y eventual convicto antes, durante y después del crimen. Por medio de evidencia circunstancial se supo que Casellas había planificado el crimen semanas antes, a qué hora exacta ocurrió el asesinato, que él estaba con ella en su casa cuando se produjo el fatal desenlace y los pasos que dio en las horas inmediatamente siguientes a la muerte.

Incluso, pudieron probar con testigos de carne y hueso cada una de las cosas que pasó con la pistola con la que el asesinato fue perpetrado, de la que Casellas trató de deshacerse tirándola en un solar baldío cerca de su casa. Casellas tendrá pronto un nuevo juicio, pero por nada que tenga que ver con la manera en que se probó el crimen, sino por otras maromas legales con las que sus abogados han logrado que vuelva a ser sentado en el banquillo.

Ese no fue ni de lejos lo que ocurrió en las dos vistas preliminares en las que el Departamento de Justicia intentó enviar a juicio a Luis Gustavo Rivera Seijo, un esquizofrénico del que hace años se está teorizando que fue el autor del notorio asesinato del niño Lorenzo González Cacho, ocurrido en la madrugada del 9 de marzo del 2010 en su casa en la urbanización Dorado del Mar en Dorado.

Esta tarde, la jueza Vilmary Soler Suárez no autorizó la celebración de juicio contra el hombre conocido como “el Manco” porque le falta la mano izquierda, por entender que la evidencia presentada por el Departamento de Justicia no permitía concluir que el hombre estuvo en la casa en que Lorenzo fue encontrado sangrante y agonizante por su madre en aquella dolorosa madrugada.

La teoría de fiscalía – fundamentada en cinco declaraciones que dio el Manco asegurando ser el autor del vil crimen – era que Rivera Seijo llegó en la noche del 8 de marzo a las cercanías de Dorado del Mar, donde había vivido cuando niño, entró a la casa de Lorenzo a eso de las 2:00 de la madrugada del día siguiente a robar o a dormir (sus versiones variaban) y que una vez allí el niño lo descubrió o una voz le dijo que lo matara (otra vez sus versiones variaron) y, con un cuchillo de cocina, lo atacó hasta dejarlo moribundo.

Después huyó hacia una casa vecina en construcción, donde durmió plácidamente hasta las 7:00 de la mañana siguiente y se fue en carro público a San Juan.

El relato tenía más hoyos que un queso suizo. Lo único que se pudo establecer con absoluta certeza es que el Manco llegó en la noche a las cercanías de Dorado del Mar, porque declaró el hombre que lo transportó el 8 de marzo desde la cárcel Sabana Hoyos de Arecibo, de donde había sido excarcelado por error, hasta Dorado.

De ahí en adelante, todo era teoría sostenidas por las confesiones del Manco, que no estaban apoyadas por ninguna otra evidencia. No se pudo probar de ninguna manera científica la presencia del Manco dentro de la casa, porque no había ni huellas ni ADN suyos en la casa ni sus alrededores. Nada, nada, nada lo relacionaba con la escena. Además, su relato de cómo presuntamente mató al niño era incompatible con los resultados de la autopsia, pues relataba haberlo matado a puñaladas sin hacer mención del golpe contundente también evidenciado en el examen forense que se le hizo al cuerpo del niño.

Apareció una bolsa con documentos del Manco en el patio de la casa de Lorenzo, pero ni el Manco pudo en sus declaraciones dar una relación precisa de cómo la bolsa llegó a donde fue hallada varios días después del crimen. Tampoco apareció nunca  el cuchillo con el que Lorenzo fue asesinado, a pesar de que el Manco decía que lo había enterrado cerca de la casa.

Pero después viene lo más interesante. Nadie pudo ofrecer ningún testimonio ni evidencia de qué pasó con el Manco después del asesinato. Él relata que durmió en la casa vecina y que al otro día tomó un carro público desde la Plaza Pública de Dorado hasta Santurce. Pero nunca apareció el chofer de carro público que presuntamente lo llevó a Santurce.

Es como si al Manco se lo hubiera tragado la tierra después de cometer el crimen. La muerte ocurrió un día en semana en una urbanización que queda a pasos del casco urbano de un pueblo. De hecho, a las 7:00 a.m., hora en que el Manco dice que se levantó y salió, a esa misma hora, ya había conmoción en la urbanización porque se sabía de la trágica muerte de Lorenzo.

Nadie lo vio salir de la casa en que se ocultó, caminar hasta el pueblo y tomar un carro público. De hecho, para caminar desde Dorado del Mar hasta la plaza de Dorado tenía que pasar frente al centro de diagnóstico y tratamiento justo en el momento en que múltiples familiares y amigos de la familia del niño lloraban allí la horrenda muerte. Nadie testificó haber visto a un manco posiblemente con la ropa manchada en sangre caminando un concurrido casco urbano un día de semana a la hora en que muchos van al trabajo o a las escuelas.

Con tantas lagunas en el relato es imposible lograr una convicción en un caso de evidencia circunstancial. En este caso la evidencia no fue suficiente ni siquiera para pasar la etapa de vista preliminar, donde se supone que se autorice proseguir el proceso con una cintila de la evidencia que sería presentada en un juicio a fondo.

Muchos se preguntan por qué el Manco habría de confesar cinco veces un crimen que no cometió. Esa es una pregunta que no tiene una respuesta categórica. Pero piensen en esto: Rivera Seijo tiene un diagnóstico de esquizofrenia, una condición mental cuya principal característica es que el que lo padece cree como ciertas cosas que nunca pasaron. La abogada María Sáez, quien lo representa en el otro caso de asesinato que tiene pendiente, el de un deambulante al que presuntamente mató apenas unas semanas antes de la muerte de Lorenzo, dijo el 10 de agosto de 2010 a El Nuevo Día que Rivera Seijo “dice lo que uno quiere que diga”.

En fin, que no es descabellado pensar que alguien puede haberle metido en la cabeza que él mató a Lorenzo y que, por su condición mental, él haya terminado creyéndoselo al punto de confesarlo. Incluso puede haber sido él mismo quien se hizo creer tal cosa.

¿Quién mató a Lorenzo, entonces? Eso es algo que, en este momento, no hay muchas posibilidades de que llegue a saberse. La investigación fue mala desde el primer instante, pues a pesar de las salvajes heridas que tenía el cuerpo del niño, durante las primeras horas las autoridades creyeron la versión de que era un accidente. Por eso, permitieron que se limpiara la escena y que incluso se dispusiera del colchón donde el niño fue hallado moribundo, deshaciéndose así de una crucial pieza de evidencia.

Con la exoneración del Manco por parte de dos jueces en vista preliminar, ya Rivera Seijo no puede volver a ser acusado y queda libre de toda culpa. El Departamento de Justicia examina opciones para continuar adelante con el caso contra el Manco, pero en este momento las posibilidades de que lo logre son extremadamente escasas.

Si Rivera Seijo mató o no a Lorenzo, nadie sabe, quizás ni él mismo por ser un enfermo mental. Lo que sí sabe todo el país es que nada de lo que el Departamento de Justicia presentó como evidencia en corte permite concluir razonablemente que el Manco es el culpable.

Lo más probable en este momento, pues, es que nunca se sepa quién, en aquella lúgubre madrugada, acabó a golpes y puñaladas con la vida de un hermoso niño de 9 años que en su corta vida no había tenido ocasión de hacerle daño a nadie.

La mayoría de los crímenes que se cometen en Puerto Rico quedan impunes. Lorenzo es ahora el principal símbolo de esta fea mácula de nuestra sociedad. Lorenzo, en la inocente mirada que tiene en las omnipresentes fotos que hemos visto tantas veces, seguirá recordándonos siempre lo inútil que es nuestro sistema de justicia.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)

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