La verdad que nadie quiso oír
El caso por el asesinato de Glorimar Pérez no había llegado siquiera a juicio cuando empezaron a vérsele profundas grietas. El testigo principal era Luis Monserrate Martínez, un adicto a drogas de Aguadilla, que decía que los acusados, de los que decía haber sido amigo por años, le habían contratado para disponer del carro de la víctima después de que la mataran. En la vista preliminar, le pusieron de frente a Monserrate Martínez a los tres acusados, Nelson Ruiz, Nelson Ortiz y José Caro.
Y al tratar de identificarlos intercambió los nombres de unos con los de otros.
Desde ese momento, debió saberse que algo muy extraño había en la versión con la que la fiscalía intentó resolver un caso que había estremecido la fibra más profunda de la pacífica y simpática población de Aguada, al ocurrir el 30 de julio de 1988, en la playa Jobos de Isabela. Pero el Departamento de Justicia no quiso ver. La Policía no quiso ver. El pueblo no quiso ver. Los tribunales no quisieron ver. Nadie quiso ver que bajo la narrativa del terror con el cual se exacerbaron tantas pasiones, palpitaban unas dudas demasiado grandes que debieron obligar a toda persona decente a darle una segunda mirada a las versiones que vinculaban a los tres acusados con el asesinato.
Se trataba, después de todo, de una narrativa realmente espeluznante, como hecha para una película de Lifetime. La víctima, una hermosa reina de belleza de ojos verdes, estudiante ejemplar, hija amada; los sospechosos, tres desalmados que, por estar enamorados de ella y ella no corresponderles, tramaron en cuartos oscuros secuestrarla, violarla, y asesinarla. ¿Quién hubiese sido capaz de mantenerse impávido ante una historia de tanta bestialidad?
Lo que pasa es que cuando se rasgaba un poco la superficie del caso presentado por la fiscalía, dudas brotaban como sangre de un cráneo abierto. Este es un caso que conozco muy bien porque para la fecha de los hechos en 1988 compartía hospedaje en Río Piedras con un grupo de muchachos de Aguada, entre los que estaba uno de los convictos, Nelson Ruiz. Fui testigo de la perplejidad que sintió cuando se le relacionó con el crimen, de cómo fue a la Policía sin abogado y se sometió a todas las pruebas que se le pidieron sin titubear.
Él sabía, en su corazón, lo que muchos supimos después y todo el país sabe ahora: es inocente.
Los que vieron el juicio sin pasiones lo supieron también. Monserrate Martínez dio su versión. Su testimonio fue apoyado por Heriberto Guzmán, otro adicto a drogas que decía que Monserrate Martínez le había contado lo visto. Eso era lo único que tenía la fiscalía. Toda la evidencia científica los contradecía absolutamente.
La patóloga que hizo la autopsia a Glorimar declaró en el juicio que no había evidencia de que la jvoen, quien realmente nunca fue reina de belleza, hubiese sido violada, sodomizada, ni sido objeto de la brutal golpiza que el testigo describió. En el carro de la víctima, que fue hallado después del crimen en una calle de Aguadilla, había huellas dactilares que no eran de Glorimar, ni de Monserrate Martínez, quien decía que lo había guiado desde Jobos hasta donde fue hallado, ni de ninguno de los tres convictos.
Según la narrativa de la fiscalía, los tres convictos habían planificado por semanas el secuestro de Glorimar. Nadie le prestó atención al importantísimo dato de que los tres acusados, aunque eran de más o menos la misma edad y vivían en el mismo pueblo, nunca fueron conocidos como panas. Nadie podía decir que se les veía juntos, que pertenecían, como se dice, al mismo corrillo. A nadie le pareció importante que tres sujetos pudiesen planificar un crimen de tanta saña sin siquiera ser amigos entre ellos.
Durante el juicio, el principal agente investigador, Ramón Pérez Crespo, recibió una corona de flores con una cinta que decía “Descansen en paz, Pérez Crespo y Glorimar”. El público y el jurado lo entendieron en ese momento como lo que parecía: una amenaza contra el agente. Pero de inmediato se supo que la corona la había comprado el propio agente y se le había enviado él mismo, con la obvia intención de incendiar el ánimo del jurado. En ese momento, eso tampoco evitó que tres inocentes fueran hallados culpables. De hecho, tampoco provocó ninguna sanción contra Pérez Crespo.
Después de que un jurado, a pesar de toda la evidencia contraria a la versión de la fiscalía, condenó a los acusados en 1994, vino lo más interesante. Monserrate Martínez se retractó. Un año después del veredicto, dijo bajo juramento que todo lo declarado en el juicio era un libreto falso que le dieron Pérez Crespo y el fiscal Andrés Rodríguez Elías y que él no sabía quién mató a Glorimar.
Guzmán apoyó la versión de que todo era un invento de Pérez Crespo y Rodríguez Elías. Monserrate Martínez murió hace unos años. Guzmán dijo recientemente en el programa de televisión de Jay Fonseca que la Policía lo llevaba a comprar drogas durante el juicio para mantenerlo tranquilo.
La batalla legal de los acusados nunca concluyó. Un año después de la convicción, el juez del caso original, Reinaldo Franqui, quien había visto en primera fila todas las incongruencias de la evidencia que desfiló ante sus ojos, pero estaba maniatado por la decisión del jurado, les concedió audiencia para un nuevo juicio cuando supo de la retractación de los testigos. Pero el también juez Manuel Acevedo, hoy preso por corrupto, denegó el nuevo juicio y volvió a enviar a la cárcel a los tres inocentes.
Para esa fecha, ya había versiones apuntando al dueño de una pizzería en Aguadilla como supuesto autor del crimen. El Departamento de Justicia tenía la pistola con la que presuntamente fue asesinada la chica. El sospechoso presuntamente la había confesado el crimen a una hermana. La esposa del sospechoso fue vista con arañazos días después del crimen y también era vinculada con el crimen.
Desde ese tiempo, un analista forense contratado por la familia de uno de los sospechosos había dicho que por la forma en que apareció el cadáver de Glorimar a él le parecía que una fémina debía estar involucrada. Las pruebas de ADN dadas a conocer hoy apuntan a una mujer. Todas las señales apuntaban desde entonces a eso, a que había una mujer relacionada con el asesinato.
Los convictos emprendieron desde entonces en una larga y dolorosa peregrinación por todos los foros judiciales, donde solo encontraron desdén y sordera de un sistema de justicia terco e inhumano, que le cuesta tanto reconocer sus errores. Nadie más quiso escucharlos, a pesar de la abrumadora evidencia de que había tres inocentes presos y al menos dos culpables en la libre comunidad.
A nadie más le importó que tres hombres que a todas luces lo menos que merecían era un nuevo día en corte estuvieran consumiéndose lentamente tras las rejas, lejos de sus familias, impotentes y frustrados ante tanta injusticia. De no ser por el Proyecto Inocencia de Puerto Rico, que dirige valientemente desde la Facultad de Derecho de la Universidad Interamericana el abogado Julio Fontanet, y de que el gobernador Alejandro García Padilla firmó una ley autorizando las pruebas ADN a convictos, lo que finalmente los exculpó, tres inocentes morían tras las rejas, sin que su verdad se hubiera sabido nunca.
Ramón Pérez Crespo se retiró como honorable hace unos años, tras una larga carrera en la Policía de sabe Dios cuántos crímenes. Hoy pone mensajes religiosos en Facebook. De Andrés Rodríguez Elías, quien tenía una larga y al parecer merecida fama como fabricador consuetudinario de casos, hace tiempo que no se sabe nada. Los dos hablaban muy orgullosos en público de cómo “resolvieron” el vil asesinato de Glorimar Pérez Rivera. Hoy queremos volver a escucharlos.
(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)