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Los coloniadictos

El momento que vivimos  puede compararse a las epifanías de los adictos al despertar de una noche de juerga. La cabeza pesa como una bola de plomo.  La vista, borrosa, no puede enfocar. Pero ahí, en la entrevela, en ese momento en que ya no se está dormido pero tampoco se ha despertado del todo, la revelación como un vaso de agua fría en la cara: soy un adicto. 

 Se ve con deslumbrante claridad todo lo que se dejó de ser por la adicción. La rueda empieza a rodar.  Es el primer paso, apenas. Faltan  muchos más.  Los métodos para romper adicciones coinciden: el vicio se rompe un día a la vez. Solo después de muchas  pruebas, y, tal vez, alguna recaída, es que puede decirse con propiedad  que se quebraron los pliegues de la adicción y se es  como cuando se nació.

 Hemos vivido por más de 500 años de adicción a la colonia. Mientras  el planeta se rebelaba contra el coloniaje, acá estábamos  queriendo rasgarle un atributo aquí, y otro allá, a España. Llegó después la dominación estadounidense, como consecuencia de una  disputa de la que nosotros estábamos ajenos, y a partir de entonces también buscamos acomodarnos. 

 116 años después, apenas empezamos a comprender que el coloniaje no es un fenómeno abstracto. La crisis económica, el colapso de nuestras instituciones, el deterioro social, el ensimismamiento, todos esos males que se nos han pegado con la saña de las plagas de Egipto, nos han obligado a confrontar, como nunca antes, la comodidad en que habíamos vivido. 

 Cada vez es menos la gente que niega que, bajo el régimen de relaciones con Estados Unidos actual, es casi imposible salir del hoyo. No todo el mundo está listo todavía para llamarlo por su nombre, pero, cuando se examina la naturaleza de nuestros principales problemas y se habla de alternativas para superarlos, el coloniaje surge como un inmenso obstáculo. 

 Veamos algunos ejemplos:

 Cabezas de todas las ideologías señalan las leyes de cabotaje como una piedra sobre el país, por el efecto encarecedor que tiene en lo que se consume aquí. Pues las leyes de cabotaje son una imposición estadounidense diseñada para proteger a su marina. A ellos le conviene que exista y a nosotros no. Pero mientras aquí apliquen leyes en cuyo diseño no tenemos que ver,  esa piedra seguirá ahí. 

 Igual pasa con la imposibilidad que tenemos de pactar acuerdos con países que no sean Estados Unidos. Casi todo el mundo está de acuerdo en que tendríamos muchas alternativas que ahora no tenemos si pudiéramos comprarle y venderle a quien nos viniera en gana, sin tener que contar con la aprobación de Estados Unidos, que es muy celoso con sus intereses, no siempre iguales a los nuestros. 

 Un tercer ejemplo es la aplicación aquí de normas laborales, ambientales, bancarias y financieras diseñadas, como explicó en su libro  Aníbal Acevedo Vilá, para una economía desarrollada y que no se ajustan a un país en desarrollo como  el nuestro. 

 El último ejemplo es el más dramático: hay consenso  en que la economía boricua sufrió un golpe devastador  cuando en 1996 el Congreso eliminó la Sección 936, al amparo de la cual operaban aquí importantes empresas que daban empleos muy bien remunerados a decenas de miles y obligaban al depósito en bancos locales de cientos de millones de dólares. 

 Aquí medio mundo se ha rasgado vestiduras llorando eso y pidiendo algo igual, pero no se ha logrado por una razón muy sencilla: a Estados Unidos no le conviene. 

 Ahí vemos apenas cuatro ejemplos, de muchos otros que se pudiera mencionar, de las consecuencias que tiene el coloniaje. Es algo que independentistas, y en alguna medida estadistas, han  señalado por décadas. Muchos populares, algunos sin miedo, pero otros pujándolo desde el fondo de su alma, porque se tienen tremendo terror a sí mismos, están empezando a comprenderlo también y han abrazado lo que llaman el ELA soberano. 

 Llámenlo como menos miedo les dé. Lo importante es lo esencial: comprendieron que el régimen en el que hemos vivido desde 1952 es una camisa de fuerza que nos impide avanzar y dejó de ser un tabú la posibilidad de que Puerto Rico se convierta en un país soberano con capacidad para decidir sobre sus propios asuntos. 

  Se cayeron las vendas. Esto ya nadie lo para. Cada día más y más compatriotas rompen con la adicción al coloniaje. Palpita con fuerza el corazón del pueblo en este momento en que, por fin, el panorama se aclara. 

 Quedan, por supuesto, coloniadictos, algunos con el poder para retrasar, aunque no para detener, este trascendental paso. Están los que rebuscan en oscuras teorías legales para seguir con la locura de que esto no es una colonia, los que le tienen terror a  cualquier cosa que ellos crean que remotamente puede ofender a Estados Unidos y los que creen que se puede arreglar esto sin soltar ni un amarre con Washington. 

 La adicción más importante de todas, ha dicho el poeta nepalí Santosh Kalwar, es a nuestros propios pensamientos. Eso es lo que les pasa a los coloniadictos. El coloniaje es parte de su ADN y no pueden visualizarse de ninguna otra forma.

Mas la historia, que no perdona, los tiene arrinconados. El país cualquier día les tirará un beso de despedida.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay) 

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