Lou Duva, el único
Lou Duva, quien falleció el miércoles pasado a la edad de 94 años, fue uno de los grandes embajadores del boxeo profesional durante los años ochenta y noventa.
En esos años, fue manejador y entrenador de algunas de las principales figuras de esa época: Pernell Whitaker, Mark Breland, Meldrick Taylor, Evander Holyfield, casi todos salidos de las grandes escuadras olímpicas de Estados Unidos y firmados para el profesionalismo por la compañía Main Events, presidida por Dan Duva, el hijo de Lou.
Dan era el cerebro de la organización, levantando la joven empresa boxística de Nueva Jersey para convertirla en digna rival de las poderosas compañías de Bob Arum y Don King con su estrategia de concentrarse desde un principio en los héroes olímpicos y en llegar a un acuerdo con una también joven empresa de televisión -ESPN- para comenzar a transmitir programas semanales en 1979.
Pero Lou era el alma de la compañía: a pesar de las comparaciones con Pedro Picapiedra y su indiscutible cara de exboxeador, su personalidad era extremadamente afable y simpática a pesar de que su cara de cascarrabias que muchos han comparado con un puño cerrado.
Y aunque al igual que muchos otros entrenadores le gustaba fanfarronear bastante, lo hacía con tanta gracia que no tardó en convertirse en un favorito de la prensa y hasta de los programas de entrevistas por televisión.
Al mismo tiempo, también desarrolló una reputación por su actitud kamikaze, gracias a su costumbre de subirse alocadamente al ring en defensa de sus peleadores: Roger Mayweather lo tumbó de un derechazo en su pelea con Vinny Pazienza en una de esas acometidas, y Lou también sufrió un infarto cuando salió a defender a Riddick Bowe luego de los constantes golpes ilegales de Andrew Golota.
Todo el mundo en el boxeo parece tener anécdotas sobre Lou. Mi favorita fue cuando Lou ayudaba a entrenar a Whitaker para su pelea con Tito Trinidad en 1998, y el ‘Sweet Pea’ tenía de principal ayudante de guanteo al futuro campeón mundial, Vernon Forrest.
Una de las principales instrucciones que Lou le dio a Forrest fue que imitara a Tito en todo sentido, hasta el grado de que Lou desarrolló una rutina chistosa con los periodistas en la que, frente a ellos, le preguntaba a Forrest cuál era su nombre y este de pronto se erguía, como cayendo en trance, y decía: “Mi name is Félix ‘Tito’ Trinidad!”.
En fin, quien más anécdotas debe tener sobre Lou en Puerto Rico lo es el gran campeón mundial fajardeño John John Molina, quien, luego de una estupenda carrera en el aficionismo, firmó con Main Events al hacerse profesional en 1986 y durante su estadía de nueve años con la compañía, ganó el cetro junior ligero de la OMB y la FIB y sufrió una cerrada derrota ante Oscar de la Hoya al disputar el cetro ligero de la OMB en 1995.
“Recuerdo que antes de mi primera pelea por el título, (en 1987) peleé en Rhode Island con Chris Silva, que era un noqueador mexicano, y Lou me dijo que por una casualidad él había estado en el mismo vuelo con Angelo Dundee, que era su entrenador”, dijo John John.
“Lou me dijo que Angelo le había dicho que Silvas pegaba mucho y que me iba a noquear en tres o cuatro asaltos, pero Lou le dijo: ‘¿tú has visto bien a peleador? ¿Lo grande que es, las piernas que tiene? El es el que te lo va a noquear’.”
“Después de la pelea, Lou me llevó a comer y me dice que estaba muy molesto conmigo. ‘Pero ¿por qué, Lou? Si yo gané, y lo noqueé en el tercer asalto’. Y él me dijo: ‘Pues, por eso. Yo le aposté a Angelo que lo ibas a noquear en seis’.”
Otra vez, recordó John John, para su defensa titular de 1994 en Las Vegas ante Goyo Vargas, “yo estaba corriendo con (el junior welter fajardeño) Silverio Flores y Lou nos dijo: ‘Corran hasta esa luz roja y entonces vuelven p’atrás’. Entonces nos fuimos a correr, pero como la luz siempre estaba verde, seguimos corriendo y corriendo y estuvimos así como media hora. Entonces decidimos parar y, estábamos tan cansados, que regresamos caminando. Cuando Lou nos vio, él estaba histérico: ‘¿dónde se habían metido?’, nos gritó. El se creía que nos habíamos perdido”.
“Yo terminé molestándome mucho con la compañía (Main Events), porque me molestó que siempre me llevaran a pelear en la casa de mis rivales”, agregó, “y también creí que pudieron haber hecho más cuando peleé con De la Hoya, siendo yo campeón de las 130 y subiendo de peso para retarlo: solo me dieron una bolsa de $300,000 cuando era una pelea por la que debieron darme $500,000 por lo menos”.
“Yo siempre entrenaba con 747 en Puerto Rico”, recordó John John, recordando al también tristemente fenecido entrenador José Ramón ‘747’ Martínez, “pero yo llegaba al campo de entrenamiento con Lou para las últimas dos o tres semanas y entonces él se quedaba todo el tiempo conmigo, trabajando conmigo: no era de esos entrenadores famosos que solo llegaban al final”.
“Era una buena persona y siempre estuvo pendiente de mí cuando había peleas”.
¿Qué más se podía pedir de un manejador y entrenador?
El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad. Acaba de publicar su primera novela, El último kamikaze, ganadora del Premio Nacional de Novela del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
(ceuyoyi@hotmail.com).
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