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Antes y después del béisbol cubano

 

“Perdóname que te disculpe”, como diría Cristinito, el inefable personaje del comediante cubano Alexis Valdés, pero la muerte reciente de Fidel Castro me da pie para recordar que uno de los efectos del triunfo de la revolución en 1959 fue su posterior decisión de erradicar el deporte profesional en esa vecina isla caribeña.
El boxeo cubano, que ya en el profesionalismo había coronado a luminarias como Kid Gavilán y Kid Chocolate, se embarcó en un largo reinado como una de las principales potencias mundiales del boxeo aficionado, pero no fue realmente sino hasta la década de los setenta que empezó a brillar a su máximo esplendor: no consiguió su primera presea dorada en unas Olimpiadas sino hasta los Juegos de 1972.
Mientras, el béisbol cubano estaba mucho más adelantado, habiéndose coronado en las Copas Mundiales de Béisbol Aficionado en cinco años seguidos, entre 1969 y 1973.
Claro, Cuba también había ganado la Copa Mundial cuando coexistía con el profesionalismo en 1939, 1940, 1942, 1943, 1950, 1952, 1953 y 1961, por lo que esto no era necesariamente algo nuevo.
Y, en el profesionalismo, el béisbol cubano también sentaba la pauta en Latinoamérica.
Para la temporada de 1959, por ejemplo, apenas seis venezolanos habían jugado béisbol de Grandes Ligas en toda la historia, encabezados por el inmortal torpedero Luis Aparicio.

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Orestes ‘Minnie’  Miñoso.
República Dominicana, entretanto, solo había tenido dos grandesligas –Ozzie Virgil, quien debutó en 1956 como jugador del cuadro de los Gigantes de Nueva York, y el jardinero Felipe Alou, quien debutó en 1958, también con los Gigantes-.
De México, 12 peloteros habían jugado en las Mayores hasta 1959, incluyendo al campeón de bateo de la Liga Americana en 1954, el intermedista de los Indios de Cleveland, Beto Avila.
Puerto Rico estaba mucho más avanzado: con el debut del jugador del cuadro José Antonio Pagán con los Gigantes de San Francisco en 1959, Puerto Rico alcanzó el total de 18 peloteros de Grandes Ligas en una historia que había comenzado con Hiram Bithorn en 1942, y continuado con figuras como Luis Rodríguez Olmo (1943), Rubén Gómez (1953), Víctor Pellot (1954), Roberto Clemente (1955) y Peruchín Cepeda (Novato del Año de la Liga Nacional en 1958 con San Francisco).

 
Pero ese mismo año de 1959, Cuba contó ya con 17 jugadores activos a la misma vez en las Mayores, repartidos entre los 16 equipos.
Entre ellos se encontraban estrellas como el abridor derecho Camilo Pascual (Senadores de Washington) y el chispeante jardinero y antesalista de los Medias Blancas, Orestes ‘Minnie’ Miñoso, y futuras luminarias como el lanzador Miguel Cuéllar, entre otros.
Cuba contaba también entonces con un equipo de Triple A, los Habana Sugar Kings, pertenecientes a la Liga Internacional, que en 1959 ganó el campeonato de su liga y también la llamada Pequeña Serie Mundial frente a los campeones de la Asociación Americana, los Millers de Minneapolis.
La temporada de 1960 comenzó auspiciosamente para estos en el Gran Estadio del Cerro, cuando Fidel Castro -quien aún no había repudiado el profesionalismo- lanzó la primera bola y los Sugar Kings recibieron a la novena de Rochester.
Sin embargo, en julio, la Liga Internacional ordenó la mudanza de los Sugar Kings a Jersey City (Nueva Jersey), supuestamente por temer por la seguridad de los jugadores, y el distanciamiento entre el profesionalismo y el béisbol cubano comenzó a ensancharse sin remedio: así, la temporada de 1960-61 sería la última de la liga profesional cubana, jugándose tan solo con peloteros nativos.

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Fidel conversa con Miñoso en las gradas del Estadio del Cerro en 1959.

 
Durante algún tiempo, aunque ya no salían más peloteros nuevos de Cuba, la zafra de jóvenes peloteros cubanos que venían incubándose en las ligas menores continuó alimentando el ingreso de jugadores a las Mayores. Curiosamente, la liga de Puerto Rico sirvió de trampolín para algunos de ellos, como lo demuestra el hecho de que, en un lapso de siete temporadas, cuatro de los campeones de bateo fueron cubanos: Miguelito de la Hoz (1961-62), Tony Oliva (1963-64), Tany Pérez (1966-67) y Tony Taylor (1967-68).
Oliva, naturalmente, luego asombraría al mundo al convertirse en el primer (y hasta ahora único) bateador en ganar títulos de bateo en sus primeras dos temporadas en las Mayores, con los Mellizos de Minnesota, Tany estaba próximo a comenzar una carrera que le llevaría al Salón de la Fama y tanto el lanzador Luis Tiant -quien tiró aquí con los Leones de Ponce- como Cuéllar (Lobos de Arecibo), se convertirían también en estrellas, logrando Tiant 229 victorias y Cuéllar 185 triunfos y un Cy Young compartido en 1969.

 
También se destacó -aunque no jugó aquí- el torpedero Zoilo ‘Zorro’ Versalles, premiado como Jugador Más Valioso de la Americana en 1965 con Minnesota.
Poco a poco, sin embargo, el estanque fue secándose, aunque hubo sus excepciones: los toleteros José Canseco y Rafael Palmeiro, ambos desarrollados en los Estados Unidos, se convirtieron en estrellas de primera magnitud, aunque sus carreras luego se verían empañadas por el uso de sustancias prohibidas.
Así, no fue sino hasta la década de los 2000 que la creciente oleada de llamados ‘desertores’ del béisbol cubano ayudó a producir una nueva constelación de astros como José Abreu, Yoenis Céspedes, Aroldis Chapman, Kendrys Morales, Yasiel Puig y el malogrado José Fernández, entre otros.
Claro está, el flujo de peloteros provenientes de Cuba es muy limitado y, pese al reciente ingreso de nuevos nombres, para mal o para bien, el béisbol cubano sigue muy rezagado en comparación con Dominicana y Venezuela.
Aunque prácticamente ya ha superado a Puerto Rico: de acuerdo a baseball-almanac.com, en la temporada de 2016 jugaron al menos brevemente en las mayores 145 peloteros nacidos en la República Dominicana, 112 en Venezuela, 34 en Cuba, 27 en la isla boricua y 16 en México.
¿Qué hubiera pasado si la historia hubiese tomado otro rumbo?
“Inmodestia aparte”, como diría Cristinito, tal vez la historia hubiese sido muy diferente.

 

 

El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad. Acaba de publicar su primera novela, El último kamikaze, ganadora del Premio Nacional de Novela del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
(ceuyoyi@hotmail.com).
En twitter, Ceuyoyi, En Facebook, Jorge L. Prez

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