El mundo perdido de las tarjetitas de béisbol
En los tiempos casi prehistóricos de mi niñez y de mi juventud, cuando todavía no existía la televisión de cable, eran muy escasas las oportunidades que uno tenía de ver juegos de béisbol de grandes ligas por televisión.
O de cualquier nivel.
Todavía recuerdo la emoción que tuve todo un día en la escuela, esperando que se terminara el día de clases, porque se había anunciado que esa tarde el canal seis iba a televisar un juego de exhibición entre los equipos de Puerto Rico y Cuba, posiblemente en preparación para un torneo internacional.
Como muchos, yo traté de saciar mi sed de béisbol con las tarjetitas de peloteros de grandes ligas. Entonces me regalaron -o compré- un juego de mesa de béisbol, y eso me cambió la vida.
Recuerdo que se jugaba con dados, y con un tablero de cartón parecido al de Monopolio, pero lo importante es que no se dejaba todo al azar: el cartón estaba dividido en varias tablas, en las que uno podía establecer el nivel de cada bateador y el del lanzador.
Entre los bateadores, había tablas del 1 al 5, y cada una se subdividía en A, B y C.
El mejor bateador -en promedio y poder- caía en la 1 A, y el peor, con bajo promedio y poco poder, en 5 C.
Si el bateador era de 5 C, al tirar los dados uno buscaba el resultado en la tabla 5 C, donde, naturalmente, aparecían muchos bombos, roletas y ponches, y bastante menos hits o extrabases, que en la 1 A.
Y yo decidía dónde colocar a cada jugador a base de las estadísticas que aparecían al dorso de las tarjetas, aunque en muchos casos estas fueran predominantemente estadísticas de liga menor.
En fin, lo importante es que con este juego terminé armando mi propia liga, con varios equipos imaginarios, compuestos todos ellos por tarjetitas de peloteros del pasado.
Y preferiblemente por peloteros de poco renombre, no las superstrellas habituales.
A base de eso llegué a jugar varias temporadas, llevando la anotación de cada juego -jugada por jugada- religiosamente, al final estableciendo los campeones de bateo, de efectividad, los Más Valiosos, y los equipos que ganaban el banderín.
Si un jugador tenía una gran temporada como 5 C, a la próxima yo podía ascenderlo a 4 C, por ejemplo. O si uno que era 1 A no producía, de seguro bajaba de categoría para la próxima temporada.
Así, terminé creando mis propias superestrellas:
Todavía recuerdo a muchos de ellos.
Por ejemplo, Harry Bright. Este tenía una tarjetita suya de la colección Topps de 1961, donde aparecía como tercera base de los Senadores de Washington. En la vida real, tal vez su momento de mayor fama fue cuando bateó de emergente por los Yankees en el primer juego de la Serie Mundial de 1963 contra los Dodgers, cuando Sandy Koufax lo ponchó para romper entonces la marca de 14 ponches en un juego de Serie Mundial que tenía Babe Ruth.
En mi liga, Bright era un metepalos sensacional.
Otros que recuerdo: Sammy Drake, quien fue mi Ozzie Smith, pero que en la vida real fue un jugador del cuadro suplente que apenas jugó un poco con los debutantes Mets de Nueva York de 1962 (su hermano Solly también tuvo una carrera efímera en las Mayores); Reno Bertoia, un tercera base que jugó con Minnesota a principios de los sesenta; Dan Schneider, un lanzador zurdo que lucía imponente en su tarjetita Topps de 1964 pero que nunca llegó a nada con los Bravos de Milwaukee de principios y mediados de esa misma década…
Nombres que para mí siguen teniendo el mismo impacto hoy en día que los de Yastrzemski, Musial, Mantle o Mays tienen sobre la gente normal y corriente.
Y entre los lanzadores, mi Sandy Koufax o mi Juan Marichal lo fue Norm Bass, representado por una tarjetita de la edición Topps de 1962.
Claro, hace años que perdí posesión de todas mis tarjetas, por varias razones: muchas las regalé al atravesar por momentos de total idiotez, otras me las botaron.
Pero no hace mucho, cuando ya empecé a acercarme a mi ‘plena senectud’, como decía el gran escritor argentino Bustos Domecq, movido más que nada por la nostalgia, o quizá por el anuncio de que MLB y la Asociación de Peloteros llegaron a un acuerdo con otra compañía de tarjetitas y que Topps, activa desde principios de los años cincuenta, saldrá de panorama de aquí a par de años, empecé a adquirir en EBay a algunos de esos viejos amigos acartonados de mi niñez.
Y entre estas se encontró la tarjetita de Norm Bass.
Pero no fue sino hasta estos días que me percaté de que este tenía una de las historias más espectaculares de la historia del béisbol… o hasta del deporte en general.
El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad y de la novela El último kamikaze, ganadora del certamen del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 2016.
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(continuará)