Los viejos tiempos del béisbol
En los años de la lejana niñez y primera juventud de muchos de nosotros, eran muy pocas las opciones que uno tenía para seguir el béisbol de Grandes Ligas en Puerto Rico. Por ende, uno las devoraba al máximo.
No satisfacía examinar a diario los ‘box scores’ que aparecían en el periódico, ya que nunca incluían todos los juegos, así que uno compraba semanalmente The Sporting News, que, entre otras cosas, incluía todos los ‘box scores’ de la semana, aunque con par de semanas de retraso.
Dado que si acaso uno podía ver por televisión un juego a la semana -el Game of the Week que transmitía NBC y aquí retransmitía (a veces) en diferido un canal local-, había que recurrir a escucharlos por radio, apelando muchas veces a las transmisiones en inglés de la Armed Forces Radio, que llegaban a Puerto Rico.
O incluso se apelaba a una opción que hoy en día, en esta época de la no siempre deseable inmediatez del internet, debe parecer inconcebible: las transmisiones ‘recreadas’ por radio: cada sábado en la tarde, creo que desde los estudios de WIAC, un equipo de comentaristas que incluía a Felo Ramírez, René Molina y Ramiro Martínez, simulaba transmitir un juego de Grandes Ligas.
Pero lo dramatizaban tan perfectamente que algunos radioyentes de seguro quedaban con la duda de si ellos en efecto estaban viendo el juego en el parque, o, por el contrario, se dedicaban a dramatizar las jugadas de cada entrada, según estas les iban llegando por teletipo.
Y las dramatizaban de verdad: se oía el rugido del público, y un sonido seco, como de un martillazo, cuando alguien daba un batazo.
A veces, en broma, cuando se escuchaba ese ruido, alguno de ellos gritaba ‘¡cuidado, la bola viene p’acá!’”, y entonces se oía un tumulto de golpes y de gritos como si el ‘foul’ hubiese hecho estragos en la cabina de transmisión.
Me imagino que si tardaba un poco en llegar por teletipo el resumen de la entrada siguiente, ellos se dedicaban a alargar lo más posible la entrada anterior, y eso explicaba por qué entonces el bateador conectaba ‘foul’ tras ‘foul’.
Un día en que por coincidencia la Armed Forces Radio, que transmitía globalmente eventos deportivos para los militares de Estados Unidos, estaba transmitiendo, aunque con varios minutos de antelación, el mismo juego que ellos estaban recreando, pude despejar una última duda: ¿el resumen que llegaba por teletipo era completamente fiel y minucioso -es decir, describía cada bola y cada strike- o se limitaba a informar el resultado de cada turno?
Por una entrada escuché la narración en vivo y en inglés, apuntando cada lanzamiento, y luego pasé a la recreación: no era igual. Los narradores locales sin duda solo recibían la información, digamos, de que Mickey Mantle había sido retirado de segunda a primera, y ellos llegaban a esa jugada de la forma en que quisieran, sin saber si había bateado el primer lanzamiento o si estaba en conteo de tres y dos.
Admito que este descubrimiento al principio me decepcionó un poco. Con los años, sin embargo, es todo lo contrario: reconocí que evidenciaba el buen humor y el sentido de graciosa creatividad de aquel legendario grupo de narradores.
Quizá tuve luego la suerte de que por años pude transmitir de las transmisiones de los Bravos de Atlanta por WTBS, donde el insuperable Skip Caray desplegaba al máximo su sentido de humor: si un ‘foul’ caía al público, él decía, “y la bola la atrapó un fanático de Marietta, Georgia”. Hoy en día, su hijo, Chip Caray, a veces lo imita en las transmisiones de los Bravos, y de inmediato las páginas de los fanáticos de Atlanta en las redes sociales se inundan de preguntas de ‘¿cómo diablos él puede saber eso?’, y de respuestas al estilo de “es que Chip trabaja para la CIA” o “él se para la entrada del parque y va preguntándole a cada fanático según va entrando”.
En fin, este tipo de alegría en la transmisión deportiva es cada vez más extraño en esta época de súper información al instante, en la que los narradores y los comentaristas de los eventos deportivos se convierten en meros recitadores de estadísticas y se concentran en superarse unos a otros a ver quién tiene más conocimiento técnico del deporte en cuestión.
Y en los casos más extremos, para poder disfrutar tranquilo del bendito juego, como si de verdad estuviera en el parque, uno termina recurriendo a la opción salvadora: el botoncito de ‘mute’ en las computadoras y el del volumen en el televisor.
(Continuará)
El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad y de la novela El último kamikaze, ganadora del certamen del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 2016.
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