¿Un brazo mejor que el de Clemente?
Según los estudiosos de la literatura deportiva, son pocas las grandes novelas que han tenido como tema el béisbol.
Se menciona a The Natural, de Bernard Malamud, que luego triunfaría en el cine con Robert Redford en el papel protagónico, y tal vez a The Great American Novel, de Phil Roth, un libro en el cual ese gran escritor judeo-norteamericano —como Malamud— trató de probar su teoría de que en Estados Unidos no se había escrito todavía ‘la gran novela norteamericana’ pero estaba seguro de que, cuando se escribiera, esta debía tener como tema el béisbol, el llamado ‘gran pasatiempo americano’.
Desgraciadamente, los críticos la consideran tal vez la peor de sus novelas.
Menos conocida, tal vez, sea The Universal Baseball Association, publicada en 1968 por Robert Coover, y merecidamente laureada.
En vez de tratar de elevar la pasión por el béisbol a un nivel mítico y cuasi religioso, sin embargo, la novela de Coover tiene de protagonista a uno de esos fanáticos beisboleros cuyo principal sustento parecen ser las estadísticas. Y este, hastiado de lo que estaba ocurriendo en el béisbol de la vida real, en la que los peloteros estaban empezando a rebelarse contra los dueños y a no reportarse a los campos de entrenamiento hasta que no cumplieran sus exigencias salariales, terminó inventándose una liga imaginaria, donde todo funcionaba a la perfección y los peloteros solo se dedicaban a jugar pelota.
Roberto Clemente.
Sabe Dios lo que este sujeto hubiera hecho en nuestros días de agentes libres, esteroides, huelgas o cierres patronales.
Poco a poco, sin embargo, en su propia liga imaginaria los peloteros empezaron a lesionarse, o a rebelarse, o a pedir cambios de equipo, y el pobre protagonista terminó perdiendo la cordura.
Había descubierto, en efecto, que por mucha importancia que uno le diera a los números y a los promedios, el béisbol seguía siendo, esencialmente, algo imperfecto… y humano.
Y eso era lo que le daba ese gusto especial que apasionaba a los fanáticos.
En fin, todo esto me vino a la mente hace poco cuando leí un artículo extraordinario escrito por Michael Riley, quien evidentemente, como se autodescribe, es un profundo estudioso del béisbol.
Y, al parecer, ha aprovechado bien su tiempo en un año en el que hasta ahora ha habido muy poco que hacer con el béisbol, excepto lamentar su presente y celebrar su pasado.
Así, en respuesta a una pregunta aparecida en Quora.com, acerca de “¿qué jardinero del béisbol ha tenido el mejor brazo de la historia?”, Riley, explicando que llevaba algún tiempo analizando precisamente esa cuestión, escribió un análisis que, según me parece, haría palidecer de envidia a cualquier sabermétrico.
Entre sus postulados se encuentran los siguientes:
Primero: cuando se habla de grandes brazos en el outfield, hay que hablar básicamente de jardineros derechos.
“Precisamente se busca que el jardinero derecho sea el de mejor brazo, porque es quien va a tener que enfrentar con más frecuencia la jugada en la que un corredor de primera base vaya a extenderse hasta tercera con un hit por la banda derecha, y va a tener que hacer el tiro más distante del béisbol, del jardín derecho a la tercera base”.
Segundo: la única forma de determinar la potencia de un brazo no es a base de anécdotas sobre grandes tiros hechos a través de la historia, sino con estadística, y esta existe plenamente.
“Hay estadísticas defensivas precisas, de cada jugador, de las entradas jugadas en determinada posición en su carrera, y de las veces que enfrentó una situación de que conectaran un sencillo en su dirección con corredor en primera base”.
Tercero, lo lógico sería pensar que los jardineros de mejor brazo serían los que hubieran acumulado más asistencias en sus carreras —es decir, sacando de out a corredores—, pero resulta que no es así de fácil.
“Los líderes de todos los tiempos en asistencias entre los jardineros datan de la era de la llamada bola muerta”, dijo. “Tris Speaker con 449, Ty Cobb con 392”.
Jesse Barfield.
“Solo hay un jugador que haya jugado después de la Segunda Guerra Mundial que figure entre los primeros 20, y solo cuatro entre los primeros 60”.
¿La razón?
“Es probable que los corredores fueran mucho más temerarios entonces en su deseo de anotar, debido a una ofensiva limitada y de pocos cuadrangulares”.
“Era un béisbol muy diferente entonces, que no puede compararse con el moderno”.
Así, circunscribiéndose entonces a jugadores cuyas carreras empezaran después de 1940, Riley entonces halló que los mejores cuatro fueron: Roberto Clemente (266), Hank Aaron (201), Carl Yastrzemski (195) y Willie Mays (195).
Relativamente hablando, Clemente también es la figura dominante, al haber amasado sus asistencias en la menor cantidad de entradas jugadas en los bosques (20,500) en comparación con Mays y Aaron (más de 24,000 cada uno).
Yastrzemski, un jardinero izquierdo, donde obviamente el tiro a tercera base es más corto, jugó 17,900 entradas en los bosques.
Riley decide que una mejor manera de evaluarlos es buscando el promedio anual de asistencias de cada uno y, en ese sentido, Clemente es el número uno entre los ya mencionados, con 15.6, y “las estadísticas de carreras de TotalZone lo colocan como el jugador que más carreras evitó en el jardín derecho por encima de un jugador promedio”.
Pero, curiosamente, Clemente no es el número uno de todos los tiempos, al menos en la era moderna: ese honor le corresponde a Jesse Barfield, el ex jardinero estelar mayormente de los Azulejos de Toronto entre 1981 y 1992, con un promedio de 17.0.
Sin embargo, Barfield solo tuvo ocho temporadas en las que jugó 100 o más juegos en los jardines, y las lesiones le llevaron a retirarse a los 32 años, habiendo jugado menos de 12,000 entradas en los bosques, con 162 asistencias.
Yastrzemski, un jardinero izquierdo, donde obviamente el tiro a tercera base es más corto, jugó 17,900 entradas en los bosques.res de primera base que llegaban a tercera en comparación con los que quedaban fusilados, y Barfield también domina las mismas, al mismo tiempo que, proporcionalmente, respetando su brazo y su reputación, eran menos los corredores que trataban de extenderse una base en comparación con los otros jardineros derechos, pero ya eso sería caer en la sobredosis estadística.
Por último, para que no haya ataques cardiacos y alguna gente acuse al pobre Riley de pertenecer al comité de campaña de Donald Trump, cabe decirse que esto no implica, en modo alguno, que Barfield haya sido, ni mucho menos, un mejor jardinero defensivo que Clemente, con sus 12 guantes de oro consecutivos.
Solo que, estadísticamente hablando, según parece, su brazo era un poquitín más fuerte que el del astro boricua… y del resto del mundo también.
El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad y de la novela El último kamikaze, ganadora del certamen del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 2016.
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