El Señor ‘tocó’ a Juan Nazario
Juan Nazario es tal vez el campeón mundial más misterioso que ha tenido Puerto Rico.
Desarrollado en Toa Baja por el legendario entrenador Manny Siaca, junto a campeones como Edwin ‘Chapo’ Rosario y Wilfredo Vázquez, Nazario terminó ganando el cetro mundial en una revancha al vencer a Rosario en 1990 para ganar el cetro ligero de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) en el Madison Square Garden, y luego lo perdió en su primera defensa ese mismo año cuando Pernell Whitaker lo noqueó en un round en en Lake Tahoe, Nevada, en un combate unificatorio en el que también estuvieron en juego los cetros del CMB y la FIB.
Y poco después se desapareció, sin anunciar siquiera su retiro.
En efecto, esa pelea, por la cual recibió, por mucho, la mejor bolsa de su vida —$500,000—, representó tanto el punto más elevado como el comienzo del final para su carrera como boxeador.
“La historia es larga, pero lo que fui a hacer allí fue un disparate”, dijo este sábado, en una conversación telefónica, el otrora peleador zurdo que ahora cuenta con 56 años de edad y se desempeña como pastor del programa RemarUSA en Miami, dedicado principalmente a ayudar y reencarrilar a deambulantes.
“Yo no estaba bien preparado”.
Pero Nazario tuvo la previsión de usar ese dinero para comprar de contado una casa en Bayamón, la cual le dejó a su esposa cuando se divorciaron y ella se quedó con sus hijos.
“Yo tenía dos hijos pequeños entonces y siempre dije que esa casa era para ellos”, recordó.
Poco después, sin embargo, como aun le quedaban dos años de contrato con Siaca, de quien quería desligarse, y comprendía que si seguía peleando bajo otro manejador de todos modos iba a tener que dejarle el 33% de sus ingresos, “y si tenía que pagarle el otro 10% a un entrenador prácticamente iba a estar peleando de gratis, decidí retirarme”.
Su retiro duró poco: regresó en 1992 e hizo otras cuatro peleas, entrenando principalmente con Julián Delgado, del gimnasio Bairoa, y con Félix Pagán Pintor, y perdió una de ellas ante el fajardeño Silverio Flores.
“Pero después del primer retiro fue que me perdí en los vicios”, lamentó. “Comencé a ‘parisear’, drogas, bebida, fumaba cigarrillos, y cuando regresé seguí haciendo todo eso y no entrenaba como debía”.
Por un tiempo, trató de seguir adelante en Puerto Rico: “Compré un carro público y estuve guiándolo, y después tuve dos”, dijo.
Con su esposa Mayra.
Al final, comenzó una larga y dolorosa peregrinación por los Estados Unidos: Tony Curtis, el matchmaker del Forum de Los Angeles, se lo llevó a esa ciudad para que entrenara con el fin de volver a pelear, pero a los pocos meses Juan se fue a vivir con sus tíos en Cleveland, donde eventualmente estuvo un tiempo en un programa de rehabilitación.
A la larga terminó en Texas y tuvo varios trabajos: “Limpiando patios, landscaping –“un trabajo sucio pero que aquí en Estados Unidos paga bien”— , en un gimnasio de boxeo ayudando a boxeadores aficionados y finalmente en uno profesional, donde, cuando se percataron de que era un excampeón mundial, “al mes y medio querían que volviera a pelear y yo les dije que era imposible, que todavía estaba fumando cigarrillos y otras cosas y que aunque estaba empeñado en salir de eso, necesitaba más tiempo”.
A la postre, hace 17 años, en un servicio religioso, “el Señor me tocó”.
Conoció al pastor de Remar USA, que tenía lo que se conoce como “un programa de restauración” que finalmente le condujo a enderezar su vida.
“Desde hace como 12 años comparto un templo aquí en Miami con Angel Jiménez, que es el pastor principal en Estados Unidos de Remar USA, aunque es una organización internacional fundada en España y que está por todo el mundo”.
“Volví a casarme hace 11 años y vivo en un apartamento doble que suple el propio ministerio, y nos dedicamos a hacer de todo: pintar casas, arreglar patios, recibimos donaciones”.
“Y en nuestro servicio servimos comida y atendemos principalmente a la gente sin techo”, agregó, “y aunque la gente se cree que porque estamos en Estados Unidos no es así, hay muchos”.
Como parte de su ministerio, Juan ha viajado a distintas partes de Estados Unidos e incluso a Santo Domingo, Barcelona y Madrid a ofrecer su testimonio de fe.
“A los que quieren dejar la calle, los llevamos a una finca que tenemos en Clewiston, como a dos horas de Miami, donde, en una primera fase, están viviendo alejados de la calle, con plantas y animales y levantándose todos los días a las 7 a.m. para empezar a oír la palabra del Señor”, dijo.
“Al año, después de completar el programa, les dejamos que ellos busquen trabajo y los tenemos en unos apartamentos para que por un tiempo empiecen a ahorrar sus chavos antes de irse, si se quieren ir”.
Por mucho tiempo, pues, Juan estuvo completamente desconectado de Puerto Rico hasta que en 2016 regresó para estar de nuevo con su familia en el Día de Acción de Gracias y luego regresó en 2017, cuando su padre falleció.
Ahí tuvo la oportunidad de renovar su amistad con algunos de sus viejos compañeros del boxeo, incluyendo a su amigo especial, Nelson Rodríguez.
Y recuerda con profusión de detalles y de sentimientos una carrera que se extendió de 1982 a 1993 y terminó con marca de 25-4 y 17 nocauts.
“Para la pelea que Chapo hizo por el título (ligero del CMB con el zurdo mexicano José Luis Ramírez en el coliseo Roberto Clemente en 1983), yo fui quien lo ayudó, porque Ramírez era zurdo, y también para la revancha (en la que Rosario perdió en 1984)”.
“Y Chapo me pagó muy bien: era buena gente, aparte de que tenía una pegada tremenda”.
“A Manny le gustaba que yo guanteara con él —incluso cuando él iba a pelear con derechos— porque decía que yo lo hacía trabajar”, agregó.
“En esa cartelera de la primera pelea con Ramírez yo estaba peleando a seis asaltos”, continuó, “pero ya tres años después yo estaba peleando por el título con él, por lo que subí bien rápido”.
Rosario eventualmente se desligó de Siaca y se fue a entrenar con el exayudante de Siaca, Lalo Medina, por lo que existía una animosidad especial cuando el 11 de agosto de 1987, en el UIC Pavilion de Chicago, Nazario, como retador obligatorio, cayó en el octavo asalto al buscar el cetro ligero da la AMB.
“Recuerdo muy clarito todavía que el árbitro panameño Carlos Berrocal fue el que me dijo ‘quédate ahí’ cuando Chapo me tumbó y luego habló muy bien de mí en la conferencia de prensa”.
“Y tiene que haber gustado la forma en que yo peleé porque solo me bajaron a número tres”.
La revancha se produjo el 4 de abril de 1990 en el Garden, donde esta vez, Nazario, que naturalmente conocía a la perfección a su excompañero, logró coronarse por nocaut en el mismo octavo asalto.
“Me dieron $20,000 por cada una de esas peleas”, recordó. “Es que yo era prácticamente un desconocido”.
Inmediatamente después de esa victoria, sin embargo, surgió la oferta de la empresa Main Events, que controlaba a Whitaker, para montar la pelea de unificación.
“Nos llevaron a Nueva York a Siaca y a mí y al principio querían darme $300,000”, dijo, “y yo pedí un millón”.
“Cuando me dijeron que eso era mucho, yo empecé a despedirme y a darles las gracias por haberme pagado el pasaje a Nueva York, pero entonces llegamos a un acuerdo por los $500,000”.
Así, en cierta manera, culminaría la primera mitad de una vida que, si acaso, ha tenido una segunda mitad incluso más impresionante.