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En defensa de los gallos

 

Al llegar el 28 de diciembre, cuando se celebra el Día de los Santos Inocentes, muchos de los que estamos en los medios de prensa a menudo aprovechamos para escribir alguna noticia inventada para engañar de buena gana a nuestros lectores y al final dejarles saber que solo era una broma.
Pero esta vez me veo obligado a escribir sobre unos verdaderos inocentes del presente: los gallos de pelea.
No ha bastado con que, durante años, a los pobres animales se les haya abusado, del mismo modo que en otras partes del mundo se siguen matando toros a sangre fría, y mutilándolos poco a poco frente a la gritería alcoholizada del público, en aras de la diversión.
Sí, ya sé cuáles son los argumentos que se han utilizado y se siguen utilizando para defender las peleas de gallos, especialmente en estos momentos en los que la llamada ‘industria gallística’ ha entrado en crisis debido a la prohibición impuesta por el gobierno federal: Que su prohibición es una afrenta contra nuestra cultura; que de todos modos los gallos son violentos y que pelear “está en su naturaleza” que se perderán cientos o miles de empleos y se perjudicará la economía y, por último, en un irónico argumento humanitario, que ahora se avecina una matanza masiva de los pobres animales por parte de las autoridades en su afán por erradicar las peleas de gallos.

Para cada uno de estos argumentos hay respuestas contundentes: sí, es posible que sea un bochorno que hayan sido las autoridades federales las que impusieran aquí una prohibición que ya existe en los 50 estados de Estados Unidos y en la gran mayoría de los países del mundo, pero tampoco es demasiado extraño: raro hubiera sido que el gobierno de Puerto Rico hubiese tomado acción para imponer una medida impopular, en especial cuando se avecinan unas elecciones.
Y no deja de sorprender que toda la discusión haya girado en torno a la forma en que se aplicó la prohibición, y que prácticamente nadie señale que, al margen de quién lo haya decidido, se trata de una decisión humanitariamente correcta.
Los representantes de los movimientos en pro de los derechos de los animales deberían estar celebrando, pero no me parece haber oído a nadie, tal vez porque temen que los acusen de estar en contra de la cultura puertorriqueña.
Mientras tanto, se ha dejado la mesa servida a los políticos de siempre para que estos, que muy probablemente no frecuentan las galleras, se despachen a sus anchas argumentando que se trata de otro ejemplo de la falta de poderes del ELA y otras vainas, sin que se les obligue a tomar una posición clara sobre el asunto.

 

¿Qué si los gallos son violentos y que, sin que los cuquen, los machos pelean entre sí para convertirse en el cheche de la película con sus gallinas? Pues, sí. Pero a esos machos la naturaleza no les afila las espuelas, les coloca espuelas falsas ni les inyecta estimulantes ni otras sustancias, ni tampoco los encierra en un redondel y los empuja a pelear con otro animal en medio de los gritos de las apuestas, el alcohol y el gusto por la sangre y la violencia.
¿Qué se perderán empleos?
Es posible y lamentable, en especial porque sé que en la industria de las peleas de gallos hay mucha gente buena y decente, igual que de seguro la hay en la de las corridas de toros, aunque su modo de ganarse la vida es en el fondo inhumana y, en realidad, fuera de época en el siglo 21.
¿Qué si ahora se desatará una matanza de gallos por parte de las autoridades?
Aparte de la matanza que lleva décadas estando en efecto, creo que la única matanza sería si se encontrara que, debido a la forma en que se les ha criado toda su vida para pelear, los gallos de pelea no podrٟían adaptarse a una vida normal, de forma parecida a como a menudo se ha tenido que matar a los ‘pitbulls’ rescatados de criadores que los usaban para sus peleas de perros porque era imposible domesticarlos.

 

En fin, alguien tal vez podría decirme que es irónico que un periodista que ha pasado buena parte de su vida escribiendo sobre otro deporte violento -el boxeo- ahora esté en contra de las peleas de gallos.
Y es un planteamiento importante: entre otras cosas, en Puerto Rico, el Director Ejecutivo de la Comisión de Asuntos Gallísticos, Gerardo Mora, un funcionario muy dedicado y eficiente, es también el director ejecutivo de la Comisión de Boxeo Profesional, igualmente adscrita al DRD, por lo que se debería suponer que, al menos para el gobierno, las dos están en el mismo bote.
Yo no lo pienso así: el boxeo debidamente regulado no ha sido prohibido en ninguna parte del mundo, y los boxeadores, si bien es cierto que a veces entran al deporte como una de las pocas vías que tienen disponibles para escapar de la pobreza, por lo menos tienen en sus manos la decisión final de pelear o no pelear, de contra quién pelear y contra quién no pelear.

 

Dicho esto, sí reconozco, sin embargo, que en un mundo completamente civilizado no debería existir el boxeo… como tampoco deberían existir la policía, ni los ejércitos.
Pero eso no quita que en todas esas facetas de la vida haya seres que se destacan, seres cuyos actos de excelencia deportiva o humana merecen que se reseñen.
Aparte de eso, yo nunca abogaría por la existencia del boxeo apoyٞándome en supuestas razones culturales: si alguien quiere cultura y defender la puertorriqueñidad, que abra un libro, que vaya a un museo, que escuche a Bad Bunny… que haga lo que quiera.
Pero que no lo haga viendo sufrir y sangrar a unos pobres animales que, en el fondo, también merecen que se les recuerde, al menos en el día de los Santos Inocentes.

 

El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad y de la novela El último kamikaze, ganadora del certamen del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 2016.
(ceuyoyi@hotmail.com).
En twitter, Ceuyoyi, En Facebook, Jorge L. Prez

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