Serrano, precursor de Machado
Quizá sean los años los que me han dado esta sapiencia, o simplemente se trate de mi inteligencia innata, pero, en términos de boxeo, cada vez que ocurre algo fuera de lo normal, mi cerebro rápidamente se encarga de hallar un paralelo en el pasado.
Esta vez me ocurrió así con la derrota sufrida por Alberto ‘El Explosivo’ Machado ante el descendiente de mexicanos Andrew Cancio, cuando, en una sorpresa mayúscula, el boricua perdió٠ su invicto y su cetro mundial al caer en el cuarto asalto frente a un peleador al que se suponía que venciera sin problemas.
Pues resulta que el 2 de agosto de 1980, en la Joe Louis Arena de Detroit, ocurrió algo parecido.
Esa noche, en la cartelera estelarizada por la pelea de Thomas Hearns ante Pipino Cuevas, el boricua Samuel Serrano hizo la décima defensa de ese mismo cetro junior ligero de la AMB, midiéndose con el japonés Yasutsune Uehara.
No se suponía que tuviera muchos problemas: Serrano llevaba años ganándole a lo mejor de las 130 libras, incluyendo a fuertes retadores japoneses en Japón, y el récord de Uehara (25-4 y 20), no parecía quitarle el sueño a nadie, aunque sí delataba la posibilidad de que fuera un pegador.
Pero Serrano, entonces con marca de 42-4-1 y 15 nocauts, estaba acostumbrado a marear con su buen boxeo a los grandes pegadores.
En efecto, así iba ocurriendo también en su pelea con Uehara: después de cinco asaltos, los tres jueces le tenٟían al frente 50-45.
En el sexto asalto, sin embargo, Serrano cometió el error de quedarse demasiado tiempo en las sogas.
“Me dio un palo, caí, y ahí terminó todo”, recordó días atrٞás El Torbellino, sobre la pelea que luego fue declarada como la Sorpresa del Año por la revista The Ring.
Al igual que Machado ahora, sin embargo, Serrano tenia una cláusula de revancha en su contrato.
“Pepe (Cordero, el legendario hombre de boxeo) siempre tenía la revancha firmada cuando yo peleaba”, recordó, “a menos que fuera una defensa mandatoria”.
Y, al igual que parece haberle ocurrido a Machado ahora, ya para esas alturas de su carrera Serrano tenía que sacrificarse bastante para marcar las 130 libras.
“Pero era peor”, dijo. “El pesaje era el mismo día y uno tenía poco tiempo para reponerse”.
“Yo tenía que bajar cuatro libras la noche antes del pesaje”, agregó Serrano, quien, en una ocasión, cuando Cordero insistía en que él podía seguir hacndo las 130 libras, le respondió: “Sí, picándome una pierna”.
Y todo eso era para luego pelear 15 asaltos, algo que Serrano hacía hasta con los ojos cerrados.
“Yo siempre entrenaba para tener buena condición, eso era lo más importante para mí”, dijo. “Yo sabía que los golpes no los iba a recibir el manejador ni el entrenador, sino yo”.
Sin embargo, por alguna razón que Serrano no recuerda bien ahora, Uehara pudo hacer una defensa antes de darle la revancha, y conservó su cetro al vencer por decisión dividida en Caracas al reconocido gladiador venezolano Leonel Hernٞández.
Serrano, entretanto, no perdió el tiempo: el 20 de septiembre de 1980, poco más de un mes después de su derrota ante Uehara, noqueó en dos asaltos a un tal Jesús Delgado en una cartelera celebrada en el Hiram Bithorn en la que el campeón ligero de la AMB, Hilmer Kenty, retuvo el cetro ante el venezolano Ernesto España.
“A mí no me preocupó que la revancha con Uehara no fuera inmediata”, dijo Serrano, “porque yo sabíٟa que estaba firmada”.
“Al contrario, hasta era mejor hacer una o dos peleas antes”, agregó. “Así uno cogía mٞás condición… y más confianza”.
La revancha se dio en Japón el 9 de abril de 1981.
“Recuerdo que cuando yo llegué ahí lo primero que le dije a Uehara fue: ‘Vine a buscar lo que me tomaste prestado’.”
Y Serrano, cuidándose de no quedarse mucho tiempo en las sogas, esta vez le ganó por decisión unánime, iniciando una segunda etapa como campeón que se extendió por otras cuatro defensas hasta que perdió aquí ante Roger Mayweather en enero de 1983.
“A Machado yo le diría que no se desanime, porque eso que le pasó le va a servir de experiencia”, dijo.
“Pero ahora van a venir las peleas mٞás fuertes y él tiene que mejorar su defensa”, agregó. “Uno no se puede pasar toda la vida creyendo que va a ganar por nocaut”.
El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad y de la novela El último kamikaze, ganadora del certamen del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 2016.
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